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Posconflicto, hoy en Univalle

El ex presidente López Michelsen decía que a la guerrilla había que...

14 de mayo de 2014 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El ex presidente López Michelsen decía que a la guerrilla había que derrotarla primero para negociar después, para dar a entender que la ponderación de las fuerzas en el campo de la negociación política estaba en relación con la fortaleza militar de los contendientes en el campo de batalla. Hoy se desarrollan unas negociaciones en La Habana que, a diferencia de lo que ocurría en las negociaciones del Caguán, sí parecen ofrecer esperanza, precisamente porque la correlación de fuerzas entre las partes favorece al Estado. La guerrilla de las Farc ya no se encuentra en la posición victoriosa en que estaba en el año 1999. En esa época, el Ejército colombiano acababa de pasar por los peores desastres militares de toda su historia, la población había entrado en pánico con el crecimiento de los grupos armados y no había otra opción que entrar en negociaciones. El clamor ciudadano llevó a la elección del presidente Pastrana con un claro mandato por la paz.Las negociaciones del Caguán no estaban orientadas propiamente a la obtención de resultados concretos, ni por parte de la guerrilla, ni por parte del Estado (¡hay que decirlo!). Ambos seguían alimentando la ilusión de una derrota de la contraparte y aprovecharon las negociaciones para fortalecerse en el terreno militar. La zona de distensión se convirtió en campo de recuperación de fuerzas, entrenamiento de tropas, cárcel para secuestrados y centro de esparcimiento para los comandantes. El Estado, por su parte, reorganizó sus fuerzas, incrementó el presupuesto militar, obtuvo jugosas ayudas del exterior, preparó mejor a sus hombres y dio un vuelco al funcionamiento operativo y administrativo del aparato militar. Mientras esto ocurría, los negociadores se dedicaban a buscar la piedra filosofal, con discusiones interminables e inútiles sobre los procedimientos, el modelo económico y el régimen político.El resultado de este “repliegue estratégico” terminó favoreciendo la posición del Estado que una vez clausuradas las negociaciones comenzó a asestar duros golpes a la guerrilla: sus líderes cayeron abatidos, sus efectivos se redujeron drásticamente, perdieron las zonas conquistadas, las deserciones se volvieron numerosas y, para agravar la situación, su desprestigio nacional e internacional alcanzó los más altos niveles. La arremetida contra la guerrilla comienza a agotarse en 2008, y el cambio de gobierno propició la apertura de una nueva negociación, esta vez ya no con la guerrilla soberbia y altiva del año 1999, sino con un grupo dispuesto a aceptar cinco puntos concretos de negociación (sin discusión de modelo económico o político), y conversaciones en el exterior, sin la condición de un cese al fuego. En esas estamos hoy en día y mucho se ha avanzado. Sin embargo nos encontramos suspendidos en la incertidumbre con respecto a unos resultados que no podemos anticipar. Algunos hablan de un posconflicto con optimismo desmesurado; otros creen que se debe continuar la guerra hasta la derrota final y le ponen palos a las ruedas de las negociaciones. Peor aún, la situación ha dado lugar a una polarización ciudadana enorme, agravada por las condiciones de una coyuntura electoral en la cual las opciones de guerra o paz se han convertido en el eje fundamental de todas las discusiones (y todas las mezquindades).¿Y para qué hablamos de todas estas cosas hoy en esta columna? La verdad es que sólo es un pretexto para invitarlos hoy miércoles a las cinco de la tarde en el auditorio Ángel Zapata (Biblioteca Central) de Univalle a escuchar una conferencia del profesor Daniel Pécaut de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, con el título ‘Las negociaciones en La Habana. Entre el conflicto y el posconflicto’.