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Mockus hace falta

La campaña presidencial de hace cuatro años estuvo animada por la presencia...

16 de abril de 2014 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

La campaña presidencial de hace cuatro años estuvo animada por la presencia de un grupo político que le dio un aire nuevo al debate en ese momento, bajo la batuta de Antanas Mockus. La ‘ola verde’ puso a circular la consigna de “no todo vale” para oponerse a un estilo de gobierno que, obsesionado por el aniquilamiento militar de los grupos guerrilleros, consideraba admisible cualquier medio para la realización de ese fin. Las altas corte eran chuzadas y perseguidas, las instituciones del Estado participaban en prácticas ilegales, dudosos personaje visitaban el palacio presidencial y, sobre todo, los que no estaban de acuerdo con la línea oficial eran considerados guerrilleros de acuerdo con la siniestra consigna de que “el que no está conmigo está contra mí”.Mockus con su manera confusa y dificultosa de expresarse nos hizo sufrir mucho a los que fuimos sus partidarios hasta el punto de que un columnista de la capital decía que oírlo hablar era tan angustioso como ver un partido de la Selección Colombia. Sin embargo, su aporte fue capital ya que introdujo en el debate la idea de la decencia en la política y de la prioridad de lo público sobre los intereses particulares. Su afirmación de que “la vida es sagrada” caía bastante bien en un una sociedad marcada por una profunda crisis de valores con respecto a las formas primarias de relación social. Las posibilidades de éxito de este personaje en la política actual colombiana son escasas pero el aporte que hizo debe ser considerado fundamental y hoy en día, en el marco de una campaña que no se presenta muy atractiva en términos de alternativas, este tipo de planteamientos serían fundamentales.La mezquindad que existe en la política actual en Colombia es de inmensas proporciones: impera el personalismo, los odios marcan la pauta, el “frío cálculo político” predomina sobre la búsqueda de valores fundamentales, el oportunismo parece ser la regla. Los sectores uribistas, que en otros momentos promovieron leyes de alternatividad penal orientadas a integrar a los grupos paramilitares a la vida civil con total impunidad, ahora son los adalides de la lucha contra la impunidad en las negociaciones de La Habana. El ex presidente Pastrana, que no se cansaba de denunciar los “pactos secretos de Ralito” entre el gobierno de Uribe y los paramilitares, convirtió de improviso a su antiguo enemigo en su mejor amigo, en el momento en que sintió afectado su amor propio, por las alusiones del Presidente Santos a las responsabilidades de gobiernos anteriores en la pérdida del mar territorial de San Andrés. El propio Santos toma la decisión de destituir al alcalde Petro, con base en un estricto cálculo electoral (que además podría costarle la reelección), más que en consideraciones políticas y éticas de mayor valor, ya que los argumentos jurídicos podían justificar cualquier decisión. El ex presidente Uribe sigue alimentando el odio contra sus enemigos como criterio fundamental de la política y nos invita a tomar partido en un sistema de traiciones y conspiraciones.La política no es una actividad ajena a los cálculos racionales para la consecución del poder, nos enseña Maquiavelo, pero eso no quiere decir que no pueda ser un medio para la realización de fines colectivos valiosos. El asunto es que en Colombia los fines se han vuelto mezquinos: el ego de un expresidente, las ansias de poder de otro, el odio y espíritu de la venganza de un tercero, la búsqueda de ventajas materiales. Y esa devaluación de los fines acarrea la degradación de los medios (la trampa y la mentira), como nos lo muestra el espectáculo al que estamos asistiendo. El “no todo vale” hace falta.