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La moral cívica

Un colombiano que recorre las calles de las grandes capitales del mundo...

23 de diciembre de 2013 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Un colombiano que recorre las calles de las grandes capitales del mundo como París, Londres, Barcelona o New York no puede dejar de sentirse asombrado ante el espectáculo del comportamiento cívico de sus habitantes. La sorpresa es aún mayor si se tiene en cuenta que no se trata de pequeños villardos sino de inmensas urbes, habitadas por gentes de la más diversa procedencia y condición. A pesar del bullicio y del ajetreo, hay un orden mínimo que se conserva y se respeta: una moral cívica que funciona.Las calles y los espacios peatonales con sus cebras están perfectamente demarcados y se puede contar con la plena seguridad de que los andenes conducen a alguna parte, sin cortes, sin fosos y sin obstáculos. El peatón es amo y señor y los carros tienen que detenerse obligatoriamente cuando una persona está cruzando la calle, así no lo haga por donde le corresponde. Existen lugares para arrojar las basuras y la gente los utiliza. Además, la vida cotidiana está atravesada por una serie de pequeñas manifestaciones de respeto por los derechos de los demás. Los ancianos, las mujeres embarazadas y las personas acompañadas por niños tienen siempre la prioridad. Si uno está haciendo una cola y en el momento en que le toca el turno se ha distraído, la persona que está detrás en lugar de adelantarse para ganar un puesto, le llama la atención y le dice que ha llegado su momento.En nuestras ciudades estamos muy lejos de esa moral cívica en el comportamiento ciudadano. Hemos erigido el carro en el verdadero rey de la circulación. Las calles están diseñadas pensando exclusivamente en ellos y de manera secundaria en el peatón, cuando debería ser exactamente al revés. Hay muchos sitios donde literalmente no está establecida ninguna forma de pasar la calle y lo que hay que hacer es lanzarse al torbellino de los autos. Una caminada tan sencilla como Ir desde el barrio El Peñón hasta la estación del antiguo ferrocarril es una forma de arriesgar la vida. Los andenes no existen o han sido invadidos y en muchos lugares hay que jugarse el todo por el todo. ¿Qué tal lo que ocurre en la portada al mar?Sin embargo, estamos cambiando, hay que reconocerlo. Las estrictas normas de tránsito que tenemos ahora en Cali han tenido sin lugar a dudas efectos positivos. Los conductores estamos andando más despacio; desde El Peñón hasta la Universidad del Valle ahora me demoro más. En ciertos lugares donde hay semáforos inútiles, que perfectamente podrían no respetarse, se observa que la gente se detiene de manera disciplinada. Vemos los carros parar para que pasen los peatones. Ya la gente piensa un poco antes de arrojar basura a la calle.El psicoanálisis y la sociología nos enseñan que tanto en el plano individual como en el plano colectivo las prohibiciones de hacer ciertas cosas provienen primero del exterior, de las figuras de los padres o de las grandes autoridades sociales, pero poco a poco se van interiorizando. Hubo una época no muy lejana en que se comía con la mano, se escupía en público, se hurgaban las narices con los dedos porque no existía el pañuelo, las necesidades fisiológicas se hacían sin ningún pudor, la desnudez era la regla, la agresividad no se inhibía. El sociólogo Norbert Elías nos ha enseñado que gracias a la concentración del poder en los Estados modernos, se fue dando poco a poco un proceso de civilización cuya característica fundamental consiste precisamente en transformar las coacciones externas en auto coacciones, hasta el punto de que ya no se necesita de la presencia física de la autoridad para que la gente se porte bien. Y esto es en cierta forma lo que estamos viviendo en Cali en los últimos años de manera lenta y progresiva: un proceso de civilización. Estamos aprendiendo a respetar las normas por convicción y no por temor al castigo. Pero aún falta mucho camino por recorrer. Un feliz año para todos.