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Ética de la discusión

Cuando se trata de argumentar y discutir, en nuestro medio nos encontramos...

10 de agosto de 2011 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Cuando se trata de argumentar y discutir, en nuestro medio nos encontramos con el predominio de una cultura retórica y parlamentaria, orientada a persuadir, a vencer en una causa, a ganar adeptos, a anular al interlocutor. Las discusiones están orientadas sobre todo a la confirmación de la propia posición y no a la búsqueda de sentidos nuevos, que enriquezcan a los participantes en ellas. Una tarea urgente consiste entonces en llevar a cabo el aprendizaje de las condiciones mínimas que hacen posible la discusión. El diálogo ha llegado a ser hoy en día el principal instrumento de que disponemos los habitantes de este planeta para enfrentar un futuro lleno de dudas e incertidumbres. Veamos entonces cuáles son sus condiciones.La primera condición del diálogo es el reconocimiento del valor y la legitimidad del interlocutor. No existe diálogo alguno cuando la actitud inicial consiste en descalificar de antemano al adversario o en hacer de sus argumentos una caricatura para después poderlo criticar más fácil. La primera exigencia del diálogo es delimitar las razones y los argumentos del interlocutor. Hay que hacer todo lo posible para que el otro tenga sus mejores argumentos y los ilustre con los mejores ejemplos. El otro no es simplemente un espejo que corrobora con su asentimiento lo que yo digo y su desacuerdo no puede ser tampoco el criterio de auto corroboración de mi discurso. El otro es verdaderamente un interlocutor cuando le ofrezco todas las posibilidades de oponerse y diferir.La segunda condición del diálogo es la actitud crítica frente a la propia posición. El debate y el diálogo no ocurren necesaria, ni prioritariamente, en relación con un contendiente externo sino, en primer lugar, con uno mismo. No se deben presentar argumentos que no estamos en capacidad de sustentar. Los argumentos que ponen en cuestión la tesis que queremos promover deben surgir en primera instancia de nosotros mismos. Es importante que pongamos sobre el tapete el punto de vista desde el cual hablamos. La autocrítica no es un simple acto de modestia sino la aceptación realista de que nadie está en capacidad de abarcar desde un solo punto de vista la complejidad de un problema. La tercera condición del diálogo es el reconocimiento de que por encima de las partes comprometidas en una discusión existen unas normas mínimas de la lógica, de la demostración, de la argumentación, del pensamiento y de la investigación que las partes comprometidas asumen y reconocen como válidas. No podemos aceptar eso de que “entre gustos no hay disgustos” y que la validez de una proposición se debe limitar a quien la afirma y carece por consiguiente de objetividad. En estas condiciones no habría diálogo sino ‘monólogos superpuestos’.Las discusiones efectivas que llevamos a cabo en la vida cotidiana no se amoldan necesariamente a las tres exigencias del diálogo que hemos presentado. Pero no por ello carecen de importancia. Por el contrario, constituyen una aspiración cuya “realización nunca se alcanza, pero que debe llevarse siempre en la intención”. Una práctica del debate y la controversia, orientada idealmente por estos criterios, haría posible la afirmación de unos valores intelectuales que cuestionen la sofística y la retórica características de nuestra ‘cultura’ de corte parlamentario, en casi todos sus matices, políticos sobre todo, pero también académicos.NB. Una versión completa de este artículo el lector la puede encontrar en la página del autor en www.univalle.edu.co. (Difusión permitida).