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Esperar lo menos

El comienzo de un nuevo gobierno, así uno no haya votado por...

11 de agosto de 2010 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El comienzo de un nuevo gobierno, así uno no haya votado por el candidato elegido, es ocasión para construir nuevas expectativas. En este caso particular, sin esperar demasiado del presidente Santos, quisiéramos al menos que algunas de las cosas sucedidas durante la época de Uribe no se repitieran: no queremos más disputas con las altas cortes de justicia ni más enfrentamientos con los países vecinos; esperamos que a partir de ahora los periodistas sean respetados y puedan ejercer de manera libre y abierta su oficio crítico; que no haya persecuciones a los sectores de la oposición; que los organismos de seguridad del Estado no se conviertan en una especie de policía política. Y, sobre todo, que el manejo de la lucha contra los grupos armados no sea hecho con base en impulsos puramente pasionales, el odio o la venganza, sino a partir de consideraciones racionales. Creo que el país está cansado de los discursos presidenciales cargados de odio y de hostilidad. Queremos un estadista que opere de una manera más tranquila y serena y que, fundado en apreciaciones realistas, que ponderen adecuadamente las dimensiones militar y política del conflicto, piense no sólo en imponer la supremacía militar, sino en la posibilidad efectiva de un acuerdo de paz. El odio como criterio político, como ocurría en la época de Laureano Gómez, se debe desterrar del debate público.Nos gustaría un Presidente que sepa confiar en un equipo de trabajo y que, por consiguiente, escoja para los puestos claves del manejo del Estado a verdaderos especialistas en el tema. No queremos mesianismos, ni salvadores, ni personas que se consideren imprescindibles, ni capataces. Los ministros no deben ser personas con “alma de secretario”, como decía Gaitán, sino funcionarios con criterio propio, con una alta formación en su campo. La pequeña gerencia debe quedar en manos de quienes se encuentran en ese nivel de la administración, para que el Presidente se ocupe de los grandes problemas del país.Pero sobre todo nos gustaría un Presidente que entienda claramente que el fin no justifica los medios. Los que se consideran como los grandes logros de la época de Uribe en materia de seguridad, fueron obtenidos a un elevadísimo costo de desinstitucionalización del país. De nada vale ganar si al final el vencedor se encuentra completamente destruido por su victoria. El mantenimiento de mecanismos democráticos es una de las claves fundamentales que ha permitido la supervivencia de Colombia como sociedad durante décadas. Y el gobierno anterior, en nombre de la seguridad, atentó contra la democracia.¿Sería demasiado pedir que el nuevo Presidente no apueste todo su capital político a asuntos de seguridad sino que tenga en cuenta también la difícil situación social que vive el pueblo colombiano, los elevados niveles de pobreza, la falta de empleo y de oportunidades? La sensibilidad frente al problema social no ha sido propiamente la característica de las políticas de los últimos años. Difícilmente podemos encontrar un cambio en esta materia pero, por lo menos, podemos esperar que los grupos más afectados tengan la posibilidad de movilizarse y de expresarse, sin ser perseguidos, para que sus demandas puedan ser atendidas. Parafraseando a López Michelsen se podría decir que después de Uribe el país ya no podrá ser el mismo de antes, pero tampoco podrá ser el país que él nos ha legado.