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El infierno sí existe

El infierno no es un lugar remoto al que sólo se tiene...

12 de junio de 2013 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

El infierno no es un lugar remoto al que sólo se tiene acceso después de la muerte, como aparece en el discurso religioso o en las ficciones literarias; ni mucho menos un “estado del alma” como decía Juan Pablo II, sino una realidad muy concreta y terrenal que se encuentra aquí no más, en el barrio Villanueva, detrás del centro Comfandi y a pocas cuadras de la Autopista Sur. Se trata de un complejo de 97.695 m² donde deben pasar muchos años de su vida 5.700 internos en un espacio diseñado para 1.574, cuidados por 239 guardianes. La cárcel es un lugar terrible de por sí, pero las condiciones de hacinamiento que viven hoy en día los reclusos convierten su situación en un verdadero infierno.El hacinamiento tiene que ver en primer lugar con la precariedad de las condiciones locativas con respecto al número total de internos. La cárcel de Villahermosa fue levantada en 1958 y hoy en día es una construcción endeble y vetusta como ninguna, con gran riesgo de colapso. En los días de visita se pueden concentrar en un reducido espacio cerca de 15.000 personas, lo que equivale a meter a toda la población del municipio de Restrepo (Valle) en unas pocas manzanas. El hacinamiento se calcula en este momento en 243%, agravado por el hecho de que hay 2.801 sindicados y 2.915 condenados, en una cárcel que sólo es para sindicados. El ingreso y la salida de internos es variable, pero si se calcula que en promedio entran al día doce y salen cinco, un sencillo cálculo matemático nos daría el resultado de que cada mes hay una población adicional de 200 reclusos, que multiplicado por un año da una cifra aterradora.La promiscuidad física es atroz y las dotaciones para dormir son supremamente precarias: no hay camas, las celdas están monopolizadas por los ‘dueños’ de los patios y la mayor parte de los internos tienen que dormir en lo que llaman ‘carreteras’ o ‘rotondas’ (pasillos), uno tras otro, en el piso o con una simple sábana tirada en el suelo. Como hay tanta gente no se puede ir al baño en la noche y se ha impuesto la costumbre de utilizar una bolsita plástica para orinar, con todo lo que eso significa como factor de insalubridad. La situación de salud es igualmente precaria: en el año 2012 hubo que aislar tres patios en tres ocasiones para evitar contagios de varicela. El Inpec tiene contratos para suministrar comida o para ofrecer servicios de salud a un número de internos tres veces menor a los que hay en este momento, pero lo poco con que se cuenta hay que repartirlo entre todos. Hay un esfuerzo por separar en lugares distintos a los internos de acuerdo con la edad, el tipo de delito o su origen pero no es suficiente porque, como la capacidad no da para más, hay que mezclar en un mismo patio gente acusada de delitos de diferente gravedad, con todas las consecuencias que de allí se derivan.En estas condiciones es prácticamente imposible cualquier esfuerzo de resocialización como se puede observar en la enorme diferencia que existe entre el número de plazas de trabajo disponibles y de cupos educativos con respecto al número de internos. Además, la cárcel solo cuenta en este momento con un trabajador social, un terapeuta ocupacional, una educadora, un administrador de empresas, un auxiliar administrativo y un abogado, que tienen que repartirse entre todos la atención de toda esa cantidad de gente.Ante la evidencia de tan precarias condiciones, a un pequeño de ocho años que iba a visitar a su padre a Villahermosa le preguntaron “qué quería ser cuando fuera grande” y su respuesta fue “quiero estar en el patio ocho”; un patio mejor dotado que el cinco, donde estaba su padre, que es uno de los peores. Un teniente que trabajó 20 años en la cárcel lo decía claramente: “Las cárceles son para moler a la gente”. Y si de eso se trata, en las condiciones actuales de nuestras prisiones el objetivo se está cumpliendo con creces.