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Democracia versus terrorismo

Hay sólidos estudios sobre la tendencia decreciente de la violencia homicida en los países occidentales y en el mundo (Norbert Elias, Pantheon Books 1981; Steven Pinker, Penguin Books, 2011).

27 de junio de 2017 Por: Álvaro Guzmán Barney

Hay sólidos estudios sobre la tendencia decreciente de la violencia homicida en los países occidentales y en el mundo (Norbert Elias, Pantheon Books 1981; Steven Pinker, Penguin Books, 2011). Pero se trata de una tendencia de largo plazo que puede ser contrarrestada por períodos en los que se observa, por el contrario, el auge y la importancia que toman los hechos de violencia. Hannah Arendt (Harcourt, 1970), recordando a Lenin, considera que el Siglo XX ha sido el más cruento en la historia humana. Charles Tilly (Alianza, 1992) sostiene que en ese siglo las guerras han sido menos numerosas y más cortas, pero mucho más letales, debido a la tecnología bélica utilizada.
También indica que los países occidentales han disminuido la violencia en el interior de sus fronteras, pero que la han trasladado a otros continentes y naciones, como sucede en Colombia con la llamada Guerra contra las Drogas. En lo corrido del Siglo XXI, se puede afirmar que las guerras globales se mantienen, o incluso que han aumentado. Pero hay un rasgo notable: hoy en día los hechos de violencia globales se manifiestan también dentro de las fronteras de los países más poderosos, a través del terrorismo. Esta forma de violencia es injustificable y bárbara, pero estamos obligados a encontrarle una “racionalidad política”, es decir alguna forma de explicación. Esta racionalización puede contribuir a desmontar el terrorismo, precisamente obviando como respuesta el uso de los mismos métodos o similares.

En contravía de lo que sucede en varios países del mundo, Colombia se mueve en la dirección de desmontar el conflicto armado y sus formas más crueles de impacto en la sociedad civil. No podemos olvidar lo que significó el terrorismo de los carteles de la droga de los años 90. Tampoco las masacres de los paramilitares a principios de siglo. Después de más de cincuenta años de confrontación armada sin reglas de guerra, se ha llegado a un acuerdo de paz con las Farc y la guerrilla está entregando las armas, como nunca antes, con la veeduría de Naciones Unidas. En el último año, las víctimas de la guerra han disminuido notablemente, para no hablar de las confrontaciones armadas o de los hechos terroristas. En la tensa situación que se vive con la puesta en marcha de los Acuerdos de Paz, cuando falta mucho por asegurar del proceso, se presenta el evento terrorista del Centro Comercial Andino que nos deja perplejos.

La cautela del Gobierno, la Policía y de la Fiscalía para encontrar a los responsables parece acertada. Produce indignación que se trate de vincular lo sucedido con una supuesta debilidad del Gobierno, manifiesta en la negociación con las Farc. Hay que tener paciencia con las investigaciones, sabiendo que las hipótesis más inesperadas pueden tener sustento real. Pero, entretanto, ¿qué se puede hacer para seguir adelante, independientemente de los hallazgos e iniciativas gubernamentales?

Es indispensable promover todas las formas de manifestación social y política que claramente deben rechazar el uso de la violencia. Muy importante que lo hagan las agrupaciones políticas, ad portas de un debate electoral. Por su parte, los sectores sociales tienen más legitimidad con sus demandas, si sus protagonistas explícitamente rechazan los mecanismos de fuerza. El Estado debe percibir positivamente estas formas de manifestación de las organizaciones sociales. Hay que propender por la democratización de nuestra sociedad, que es el tema de fondo por resolver. La fuerza no-violenta de la sociedad debe oponerse al terrorismo, de izquierda o de derecha, que busca imponer su visión totalitaria, violenta y particular sobre la sociedad.