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Contrastes extremos e ilusiones

Definitivamente somos un país de contrastes extremos. En un lapso de tres...

14 de diciembre de 2016 Por: Álvaro Guzmán Barney

Definitivamente somos un país de contrastes extremos. En un lapso de tres semanas, un primer día, nos alegramos por la firma del acuerdo de paz renegociado después de un plebiscito en el que se perdió por un pequeño margen de votación y que se refrendó posteriormente por el Congreso con modificaciones importantes. Otro día, nos conmociona un accidente aéreo en el que mueren los integrantes de un equipo de fútbol brasileño, por el afán del piloto de una aerolínea extranjera de llegar a su destino en Medellín, sin reabastecerse de combustible como era la recomendación de seguridad aérea. Pero, casi inmediatamente, a raíz del trágico evento, los hinchas del equipo paisa de casa hacen una manifestación pública de solidaridad difícil de olvidar, que muestra también de lo que somos capaces en este país, ante el dolor ajeno. A los pocos días, se nos conmueve el alma con el secuestro, violación y asesinato de una menor de edad, de familia pobre y desplazada, por parte de un prestante arquitecto de la capital. Al terminar la semana, el presidente Santos viaja a Oslo y recibe, en nombre de miles de víctimas, el premio Nobel de la Paz en una ceremonia austera y llena de sentido, en la que da cuenta del esfuerzo realizado para terminar un conflicto armado de más de cincuenta años y lo que queda por hacer por la paz. Muestra el caso colombiano como un ejemplo de superación y también como una ilusión y un camino por construir. Conciliamos el sueño por la noche, a pesar del ruido desbordado de la ciudad, ahora las 24 horas, con sentimientos encontrados y sin saber qué noticia nos espera el día que llega. Se requiere mucho temple y corazón para aguantar tales altibajos emocionales.Preocupa que sobre muchos de estos hechos, especialmente los políticos, se fomenten por las partes posiciones extremas, a favor o en contra, fundadas en el odio y en la intolerancia. Parecería que no se valora el bien común que conlleva un determinado evento histórico, más allá de los intereses particulares, o por lo menos la objetividad con la que debe interpretarselo, lo que no implica dejar de tomar una posición clara al respecto. Muerto Fidel Castro, inmediatamente se lo trata como un tirano, o bien se lo alaba como el comandante de una revolución histórica. Pocas opiniones rescatan el lado positivo, objetivamente demostrable, de la revolución cubana y el negativo, también demostrable, del régimen autoritario y represivo que terminó consolidando. Acontecen eventos de vida o de muerte extremos y tomamos posiciones que son emocionales e igualmente extremas. Ahora que sí vamos a entrar en un período de ‘posconflicto’ (no armado), está a la orden del día construir esa ‘ilusión’ de una sociedad diversa, que profundiza la democracia, la civilidad y la convivencia. Pero, se debe tener en cuenta que las ideas, fundadas en el odio y en la intolerancia, producen hechos. La guerra sucia es una posibilidad que se debe evitar. Hay que propender por quitarle piso, ideológicamente claro está, a los extremismos en favor del debate público. Las Farc han dado un enorme paso adelante al aceptar dejar las armas y entrar en el juego político abierto. Se requiere conocer y debatir de la mejor manera sus propuestas. Ellos deben entender que hay otras arraigadas en tradiciones democráticas y que muy seguramente sus puntos de vista son minoritarios. Hay que acatar los puntos de vista mayoritarios. Aceptar la rotación y no buscar perpetuarse en el poder. Somos una sociedad de contrastes extremos, de posiciones extremas, pero también con capacidad para darle vida a una ilusión democrática.