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Riesgos de nuestra democracia

Lo que se inició y continuará es un período de recesión económica profunda, con sus desbastadoras consecuencias.

21 de julio de 2020 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

Lo que se inició y continuará es un período de recesión económica profunda, con sus desbastadoras consecuencias. La pobreza se acentuará, el desempleo permanecerá en niveles altos, los ingresos, en general, serán inferiores a los habituales, los arrendatarios escasearán, lo negocios se quebrarán, los que sobrevivan no podrán ofrecer los mismos niveles de beneficios, ni a sus empleados, ni a sus propietarios, estas son algunas de sus consecuencias. La recuperación será lenta, quizás dure más de año y medio.

En esta época abundará la inconformidad social. Será un período propicio para demagogos, populistas y agitadores. Las críticas al sistema democrático serán vehementes y frecuentes. Existe el riesgo de caer en soluciones utópicas. Algunos políticos irresponsables ofrecerán el oro y el moro, a sabiendas de que no es posible sustentarlo. La causa es exógena, inédita y afecta a todos las naciones, pero me temo que muchos, con el tiempo, lo van a olvidar, algunos con intereses inconfesables.

Hay síntomas evidentes de que nuestra precaria democracia está siendo socavada. Nuestras instituciones vienen perdiendo credibilidad según las encuestas de opinión. Las FF.AA. que tenían un alto nivel de credibilidad se han afectado considerablemente, por los recientes escándalos y la crítica implacable de los medios. La Justicia es una de las instituciones más desacreditadas; necesita con urgencia una reforma. El Congreso siempre aparece en las encuestas de opinión en los últimos lugares. El presidente Duque, aunque ha aumentado en su nivel de aceptación, continúa bajo, a pesar del buen manejo que le ha dado a la pandemia.

Existe coincidencia en lo que hasta ahora he leído, de que un síntoma perverso, que aniquila la estabilidad institucional, es la polarización extrema que se evidencia, día a día, con los insultos y la acusaciones temerarias que se lanzan entre los rivales políticos. Se apela hasta con desobediencia civil de líderes como Petro, o acusaciones al Gobierno con términos como “venganza genocida” de autoridades eclesiásticas. Esa animosidad extrema y la ausencia de ponderación y sindéresis nos llevarán al caos.

La corrupción en las altas esferas de las Cortes, en el Congreso y en el Gobierno, al igual que en las autoridades de menor rango de las regiones, con la complicidad del sector privado, se trata de otra frustración de nuestra institucionalidad.

La incapacidad del gobierno, centralista por espíritu y naturaleza, de prevenir el genocidio de los líderes sociales en la periferia, ese territorio abandonado, donde las instituciones legítimas no existen, contribuye a profundizar el desencanto.

Las brechas económicas entre las personales y las regionales continúan. Se trata de uno de los síntomas dolorosos. Las medidas para mitigarlas se conocen, y deben implementarse con valor y prontitud.

El Estado en todas sus esferas se ha contagiado de la paquidermia. Parece que la tardanza no importara. Las prescripciones de los procesos abundan. Las obras toman décadas.

Todo esto lo podemos decir libremente, sin riesgos de que el Estado nos persiga y nos condene. Lo grave sería precipitarnos en una dictadura sin salida. Nuestra democracia es imperfecta e insatisfactoria, pero cuenta con sistemas propios para enmendar sus errores. Nos permite la libertad, sin impedir el progreso.