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José Vicente Borrero

No suelo escribir sobre los amigos y menos a causa de sus...

8 de mayo de 2013 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

No suelo escribir sobre los amigos y menos a causa de sus muertes. Pienso que los lectores al ver mis comentarios, a través del prisma interpretativo, van a creer que el corazón nubla la razón, lo cual no es del todo errado, somos humanos. Además la congoja no es una buena musa y la nostalgia inhibe las ganas de escribir. Sin embargo voy a hacer una excepción. José Vicente Borrero V. falleció la semana pasada después de una penosa enfermedad que lo encadenó a una cama. Su único placer, en los últimos meses de su existencia, fue conversar con sus amigos de los temas cotidianos, sin nunca dejar de lado su pasión por la ciudad, y no podría ser de otra manera. Le correspondió dirigir los destinos de Cali en dos oportunidades. Tampoco dejó de pensar en su ciudad natal, Popayán, su otro amor no declarado. A muy corta edad, recién graduado de la universidad, cuando se desempeñaba como secretario de Gobierno, fue encargado de la Alcaldía de Cali. Su labor se ganó el respeto de los ciudadanos siendo aún muy joven. Posteriormente, no pocos años más tarde, aceptó ser nuevamente burgomaestre, en un período con pocas posibilidades para destacarse. Se trataba de remplazar a Carlos Holguín después de haber realizado los Juegos Panamericanos con mucho éxito.Como era de esperarse la olla se encontraba raspada. Se había dispuesto de todos los recursos y se habían culminado las obras para la realización de las justas, con buen criterio y excelente ejecución, por consiguiente la tarea de quien aceptase el cargo de burgomaestre, iba a ser muy difícil. Ese fue el período que le correspondió a José Vicente desempeñarse nuevamente como alcalde, y no solo cumplió a cabalidad, sino que también salió con un reconocimiento muy alto. En esta ocasión tuve la inmensa satisfacción de conocerlo de cerca, con sus grandes cualidades, y las limitaciones inherentes a los seres humanos.Al poco tiempo, después de hacer dejación del cargo, durante una inauguración de una obra en la ciudad, el entonces presidente Alfonso López me comentó: “Ahora entiendo por qué los antioqueños tienen una envidia sana con lo que está ocurriendo en Cali”. Tuvo una mente muy ágil, y le gustaba utilizar el lenguaje con donaire. En una ocasión, presidiendo una tarde de corrida de toros, le negó un trofeo a un torero español, quien sin pensarlo dos veces insultó a su progenitora desde el ruedo. Los periodistas que lo asediaban a la salida de la plaza le preguntaron si lo iba a multar por grosero, a lo cual respondió, aparentemente molesto: ¡De ninguna manera!, lo que sí voy a hacer es sancionarlo por mentiroso.Fue leal a su Partido Conservador, pero siempre anteponiendo los intereses de la comunidad y los principios fundamentales que no tienen partido, y rechazando la mezquindad politiquera.La faceta más sobresaliente de su personalidad, además de su innata inteligencia, fue su bonhomía, la cual exhalaba por todos sus poros, no pocos debido a su corpulencia. Fue querendón con su familia y sus amistades. Nunca pudo superar la pérdida de sus dos hijos, a quienes amó entrañablemente. Manifestaba constantemente el dolor lacerante de sus muertes.Al descuadernado libro que constituyen los distintos capítulos de nuestra existencia, poco a poco se le van borrando las hojas, se mueren los autores de la obra; a los supérstites nos corresponde sobrellevar el insondable vacío que dejan los amigos.