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Época de tormentas

Lo cierto es que Belisario Betancur buscó, de buena fe, nuevos caminos para restablecer la convivencia entre los colombianos y lo hizo siendo consciente de que le acarrearía el deterioro de su prestigio.

11 de diciembre de 2018 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

El viernes de la semana pasada falleció Belisario Betancur, nacido en Amagá, Antioquia, en 1923. Ejerció la Presidencia de Colombia desde 1982 hasta 1986.

Compitió con Alfonso López Michelsen, quien aspiró a ser reelecto. Lo derrotó con el lema ‘sí se puede’, que se originó por la referencia que hizo a la financiación de la vivienda de interés social, sin cuota inicial.

Cuando tomó posesión de la Casa de Nariño, descolgó los gobelinos que cubrían las paredes y en su lugar se exhibieron cuadros de pintores colombianos.

Con éxito sorteó el naufragio de un imperio financiero, el grupo Grancolombiano en 1983. Ese mismo año ocurrió el terremoto de Popayán.

En 1984 asesinaron a su ministro de Justicia, Rodrigo Lara, lo cual motivó el establecimiento de la extradición que tanto temían los capos del narcotráfico.

Fue quien primero luchó por alcanzar la paz mediante el diálogo con la guerrilla, ofreciendo amnistía. En aquella época la subversión gozaba de una opinión favorable, aún no se conocían sus estrechos vínculos con el narcotráfico.

Durante su mandato aconteció la toma del Palacio de Justicia que sacó a flote el vínculo existente entre la cúpula del narcotráfico y el M-19. La razón fundamental de esta acción fue la desaparición de los expedientes de los narcotraficantes comandados por Pablo Escobar.

Logró acuerdos con las Farc de cesación de las acciones bélicas, a raíz de lo cual ese grupo subversivo creó el partido político de la Unión Patriótica que fue diezmado por la incomprensión de la extrema derecha y de la extrema izquierda que aún conservaba la esperanza de tomarse el poder por medio de las armas.

Estuve en Casa Verde cuando Jacobo Arenas hizo el esperanzador anuncio, en compañía de Nicanor Restrepo y el general Ayerbe Chaux, ya fallecidos. Quizás aún no existía el ambiente propicio, ni la suficiente conciencia de aceptar este camino. Juzgar las actuaciones del pasado sin comprender las tensiones políticas y sociales que prevalecían, no es apropiado. Lo cierto es que Belisario Betancur buscó, de buena fe, nuevos caminos para restablecer la convivencia entre los colombianos y lo hizo siendo consciente de que le acarrearía el deterioro de su prestigio.

En todas sus actuaciones lo acompañó un espíritu conciliador y sosegado. Lo acusaron de utópico, pero el camino que transitó desde Amagá, hasta la casa de Nariño, demuestra que marchaba con los pies en la tierra.

Una semana después de la toma del Palacio de Justicia, aconteció la mayor tragedia causada por la naturaleza que ha sufrido el país, la avalancha de Armero que sepultó como en Pompeya toda una población. Me correspondió por casualidad acompañarlo en su primera visita al lugar de la tragedia. Su semblante estaba marcado por la angustia, por la amargura que produce la impotencia y la incomprensión.

Cuando se retiró del cargo nunca volvió la mirada hacia atrás, ni se defendió, al contrario, pidió perdón por sus errores. Se refugió en su amor por la poesía, la literatura y el arte en todas sus expresiones. No volvió a participar en política. Opinó de manera ocasional, cuando se justificaba. Su comportamiento fue ejemplarizante, sin embargo, inusual en Colombia. El poder embelesa y seduce, se pega a la piel como la miel, el orgullo predomina.

Que descanse en la paz que no tuvo durante su mandato.