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Cómo cambian los tiempos

La democracia de los EE.UU. se encuentra atravesando un período crítico de consecuencias impredecibles.

30 de octubre de 2018 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en la primera potencia a nivel global. Su industria florecía y el dólar del país del Norte se convirtió en la moneda más apetecida, el referente de todas las transaccione internacionales. Además, era el único país que poseía la bomba atómica, un arma intimidante. La utilizó en dos ocasiones en su conflicto en el Japón con consecuencias dramáticas y patéticas.

Pues bien, su liderazgo económico y político lo utilizó primordialmente para evitar que volviesen a ocurrir conflictos armados tan devastadores que hicieron retroceder al mundo no pocos años, y lo peor, fue la causa de la muerte de buena parte de las nuevas generaciones de los contendientes. Quienes pelean en las guerras y exponen sus vidas son los jóvenes. Los conflictos bélicos apelan a los sentimientos más repudiables del ser humano.

Para procurar dicho propósito lideró la creación de las Naciones Unidas y se convirtió en su mayor soporte financiero. Fue el propiciador de que se crease el Banco Mundial para estimular el desarrollo de los países. Lo que es más inusual, creó el Plan Marshall para ayudar en la recuperación de las naciones enemigas durante la guerra en Europa. Antes ninguna nación había propiciado el resurgimiento de sus antiguos enemigos.

Ayudó a recuperar la institucionalidad japonesa mediante la creación de un gobierno democrático que hasta ahora ha jugado un papel importante en el desarrollo de esta nación, actualmente la tercera potencia económica mundial. Impulsó el Fondo Monetario Internacional para tratar de prevenir las crisis fiscales y rescatar a los países cuando ocurrieran tsunamis monetarios. Apoyó a los países europeos en la creación de la Otan para fortalecer sus defensas ante riesgos externos. Sus actuaciones propiciaron un entendimiento civilizado entre las naciones.

Desde la elección del presidente Trump dicha orientación ha cambiado diametralmente. Se ha convertido en un país confrontacionista en lugar de pacifista. Denunció el tratado de libre comercio que había ayudado a disminuir las presiones migratorias de México. La propuesta de su campaña fue construir un muro infranqueable para evitarlas. Planteó modificar al acuerdo de la Otan unilateralmente, obviamente los países europeos se sintieron ofendidos. Desató una guerra arancelaria con China y la UE que aún ignoramos hasta donde nos va a llevar. Miente sin ruborizarse. Recientemente su abogado fue condenado por comprar, bajo sus instrucciones, el silencio de una mujer con quien había tenido relaciones íntimas. Ha propiciado una confrontación agresiva contra los demócratas, lo cual ha incentivado que sus áulicos estén enviando paquetes bombas a los más conspicuos líderes de sus opositores. En lugar de apaciguar los ánimos recientemente culpó a sus antagonistas políticos por estimular los odios. Impulsa las elecciones de miembros a Corte Suprema que carecen la dignidad para ejercer funciones trascendentales. Una de sus últimas actuaciones fue la de denunciar un tratado con Rusia para restringir la producción de armas nucleares.

Su agresividad y sus rencores me recuerda el viejo y sabio adagio: “Siembra vientos y cosecharás tormentas”. La democracia de los EE.UU. se encuentra atravesando un período crítico de consecuencias impredecibles.