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A paso de tortuga

Lo que voy a narrar está ocurriendo desde épocas pretéritas y se ha venido acentuando.

12 de noviembre de 2019 Por: Alfredo Carvajal Sinisterra

Lo que voy a narrar está ocurriendo desde épocas pretéritas y se ha venido acentuando. Se convirtió en costumbre la paquidermia para acometer las obras públicas necesarias para acelerar el bienestar y el desarrollo.

Las inversiones en infraestructura indispensables para mejorar el comportamiento de nuestra economía y proveer mayor bienestar a la población, se aplazan sin justificación. En lugar de que se acelere su ejecución con el tiempo, como ocurre en el resto del mundo, en Colombia su materialización es cada vez más lenta. Parece que la tecnología moderna, tan útil para lograr la eficiencia, al país no ha llegado.

La vía de Mulaló a Loboguerrero, con tan solo 32 km de longitud, adjudicada en enero del 2015, aún no se ha movido un metro de tierra. Va a transcurrir un quinquenio sin comenzar, y se acepta como normal. Los funcionarios ofrecen justificaciones, sin señales de vergüenza. Los costos de oportunidad que esta vía produciría a las exportaciones provenientes del sur de nuestro país se ignoran. ¡Qué ceguera!

Cierto es que se han creado nuevas normas como las consultas a las comunidades y las autorizaciones ambientales, que antes no se exigían. Sin embargo, en el caso de la vía de Mulaló el último escollo es la licencia ambiental, que tomará un año; insólito.

La carretera de Buga a Buenaventura lleva 17 años en construcción. ¿Cuándo podremos transitar por el nuevo puente de Juanchito? Se desconoce cuándo se dará al servicio la reparación de la calle 25N en Santa Mónica. Se aplazan indefinidamente la construcción de puentes para agilizar el tráfico en Cali. La construcción del túnel de la Línea ha sido una odisea. Etc., etc.

Se ha establecido la costumbre de cercar con telas plásticas las obras. No sé si es para delimitar el espacio, o para ocultar el ritmo del trabajo, lo único que puedo afirmar es que perduran en su lugar, no por meses sino por años. Se trabaja, a lo sumo, un turno diariamente, ignorando los perjuicios que se causan a la ciudadanía mientras se construye. Por lo general, no se trabaja los sábados y los feriados, se respetan sagradamente.

Me sorprendí gratamente en reciente visita a la región cafetera. Habían iluminado una zona, donde se trabajaba 24 horas para dar al servicio un nuevo cruce vehicular. En Cali y en el Valle se olvidó esta práctica.

Es obvio lo que les ocurriría a las fábricas de acero o aluminio u otra cualquier actividad fabril, si solamente laboraran un turno y paralizaran sus actividades todos los días de fiesta. Sencillamente no podrían competir con los productos importados y se incrementaría nuestra tradicional balanza comercial negativa.

Esto mismo les sucede a las obras públicas cuando tardan mucho en construirse, resultan en extremo costosas, y para pagarlas la solución es sencilla, apelar al bolsillo de los ciudadanos. Somos indiferentes ante un Estado ineficiente.

Obviamente las obras públicas solamente producen efectos económicos, no obstante, la ineficiencia que forma parte de nuestros hábitos, también se practica en el sector judicial, con consecuencias más lamentables. Dinamita la institucionalidad. Se vencen los términos o prescriben los procesos y las autoridades judiciales tan campantes, nadie es sancionado, la impunidad campea. Es más fácil buscar aplazamientos que afrontar el juicio.