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La hora de cambiar

Necesitamos que el Presidente, y líderes de todos los sectores soltemos los dogmas y acabemos con la corrupción.

2 de febrero de 2020 Por: Alejandro Éder

El 21 de noviembre iniciaron las marchas del llamado Paro Nacional, algunas de las cuales culminaron en violencia. Desde entonces se han llevado a cabo otras marchas, pero sobre todo cacerolazos por todo el país, hasta en Medellín como dicen algunos. Este momento de descontento ha resultado extraño para muchos y lamentablemente nuestros líderes -de todos los sectores- no lo han sabido interpretar.
Para que podamos avanzar en la dirección correcta, propongo las siguientes reflexiones.

Entendamos de entrada que el Paro Nacional en el estricto sentido no es un paro nacional. Un paro nacional, como lo denotan sus palabras, es cuando toda la nación para. Si bien ha habido marchas y bloqueos en algunas ciudades, las fábricas y oficinas siguen trabajando, el transporte público sigue rodando y los estudiantes van a clase. El grueso de los paros físicos que hemos sufrido tiene más que ver con algunos pocos que obstruyen las vías obligando a muchos a parar. Algunos políticos como Gustavo Petro tratan de incitar con su retórica una percepción de rebelión, pero de ahí no pasa.

Habiendo dicho esto, es un grave error minimizar las protestas de decenas de miles de ciudadanos descalificándolos como meros vándalos o vagos que no les gusta trabajar, como desafortunadamente lo han hecho el expresidente Álvaro Uribe o algunos de sus allegados. Veo con preocupación cómo otros actores informados, incluyendo algunos líderes del sector privado, ven con incredulidad lo que ha venido pasando y caen en teorías de conspiración de que todo está bien y que son Petro y las Farc los que están moviendo los hilos.

Lo más preocupante es que nuestros líderes están enfrentando esta situación como si estuviéramos en la Colombia de hace 20 años. El presidente Duque aproximó el problema inicialmente con un discurso de seguridad que no era el apropiado. Sectores de la izquierda extrema y ni tan extrema, incluyendo el Comité del Paro, empujan la visión de que el pueblo se levantó y que lo que se quiere es en efecto un cambio del sistema político y económico. Los jóvenes protestan apasionadamente, en algunos casos con violencia, contra todo, pero sin una propuesta viable de cómo reformar nada.

La realidad es que esta no es ni una amenaza de seguridad nacional ni la llegada de la revolución comunista. Como lo he dicho previamente, lo que está pasando es que Colombia cambió, y el sistema tiene que cambiar con ella. Hasta hace tan solo un par de años éramos un país cuyo enfoque político único era el manejo de la violencia. Hoy el principal anhelo de los ciudadanos es que el Estado funcione bien, que mejore la calidad de vida, que se abra el futuro de los jóvenes. Para esto, necesitamos que nuestra democracia se vuelque a servir a los ciudadanos, no a ideologías excluyentes ni mañas corruptas.

No hay duda que la gran mayoría de colombianos preferimos vivir en una democracia de libre mercado donde quepamos y podamos prosperar todos. Pero mientras no cambiemos el estilo con que se maneja la nación el sistema seguirá siendo excluyente y los llamados para un cambio total tendrán más eco. Necesitamos que el Presidente, y líderes de todos los sectores soltemos los dogmas y acabemos con la corrupción. Atendamos el bienestar ciudadano como único rector, sin que ello desborde lo posible y nos conduzca a atender exigencias desmesuradas y caóticas.
Alejados de la polarización, sin derrotas ni derrotados. El liderazgo obliga a conseguir lo imposible.