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Razones para el optimismo

Los colombianos somos atavicamente pesimistas y siempre estamos afirmando que el país se encuentra en el peor momento de su historia.

3 de octubre de 2017 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Los colombianos somos atavicamente pesimistas y siempre estamos afirmando que el país se encuentra en el peor momento de su historia. Tres aspectos en particular parecen producir en todo el mundo un sentimiento de desolación en este momento: el descubrimiento de los elevados índices de corrupción, la crisis de los partidos políticos y los altos niveles de polarización alrededor del proceso de paz. Pero si leemos en clave positiva estas situaciones podemos darnos cuenta de que hay muchas cosas que llaman al optimismo.

El hecho de que se haya descubierto en Odebrecht, en Reficar, en las altas cortes y en muchos otros ámbitos de la administración pública los más diversos negociados corruptos es una excelente noticia. ¿Sería mejor acaso que no supiéramos de la existencia de estos entuertos? La posibilidad de superar la corrupción, que ha crecido de manera inusitada en las últimas décadas, pasa como primera medida por el hecho de que seamos conscientes de su existencia. Y esto es lo que estamos viviendo en este momento. Nunca antes nos habíamos encontrado de frente con este monstruo de mil cabezas y, por consiguiente, ya comienzan a aparecer las propuestas para asumir de ‘verdá-verdá’ la magnitud del problema, cosa que nunca se había hecho. Enhorabuena.

La crisis de los partidos políticos comenzó con la Constitución de 1991 que, con la intención de facilitar la participación política de nuevos sectores, produjo a su pesar la eclosión de los partidos, sin ideología precisa y, sobre todo, sin ninguna continuidad. Durante las últimas dos décadas hemos visto nacer y morir los más diversos grupos, construidos muchas veces para fines electorales inmediatos. El hecho de que ahora los candidatos presidenciales tengan que buscar firmas para poder lanzarse al ruedo es el mayor síntoma de esta situación. Pero bienvenida la crisis. Tal vez ahora si somos conscientes de que la democracia necesita para su funcionamiento de la existencia de partidos fuertes y las condiciones para la renovación están dadas.

El proceso de paz, a pesar de la oposición de muchos sectores y de la indolencia de los responsables gubernamentales de su implementación, es cada vez más un hecho irreversible, hasta el punto de que este puede no ser el tema principal del próximo debate electoral. Por primera vez desde 1998 podemos llegar a unas elecciones sin que las Farc sean las que impongan la agenda y el candidato. El número de homicidios ha descendido de manera drástica. La visita del Papa contribuyó significativamente a “desarmar los espíritus” de muchos sectores católicos, que contribuyeron al triunfo del No en el plebiscito. El número de personas que no quiere volver atrás en la guerra es cada vez mayor y hasta el ELN, la guerrilla más intransigente, está dando signos de querer la paz.

Los grupos políticos que en este momento están pensando en revivir las condiciones del plebiscito del 2 de octubre del año pasado para obtener dividendos políticos en las próximas elecciones se pueden llevar una gran sorpresa si no reflexionan a tiempo y se ponen las pilas. La gente quiere alternativas políticas distintas. Ya no se trata de ofrecer guerra y odio para ganar adeptos. Se necesitan propuestas positivas de cambios sociales, económicos y políticos inaplazables y no simplemente movilizar a la gente por temores infundados. El próximo presidente será aquel que logre una posición equidistante de las polarizaciones en que hemos vivido en estos últimos años. No olvidemos que las crisis son posibilidades en las que se presentan opciones para elegir entre alternativas diversas, y no simples fatalidades. Nunca habíamos tenido mejores oportunidades. Además, la economía no amenaza con recesión y la Selección está a un paso de clasificar.