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Hay momentos en la historia en los que se producen acontecimientos sin retorno. “La suerte está echada”, dijo Julio César cuando atravesó el río Rubicón porque sabía que su regreso a Roma implicaba una guerra civil.

1 de septiembre de 2020 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Hay momentos en la historia en los que se producen acontecimientos sin retorno. “La suerte está echada”, dijo Julio César cuando atravesó el río Rubicón porque sabía que su regreso a Roma implicaba una guerra civil. Hernán Cortés ‘quemó las naves’ al llegar a las costas mexicanas para que sus seguidores no tuvieran posibilidad de regresar. La detención domiciliaria de Álvaro Uribe y su renuncia al Senado (cualquiera que sea el resultado del proceso judicial) son también un punto de ‘no retorno’: un mundo se derrumba así muchos se esfuercen por negarlo en un intento desesperado por volver atrás.

Uribe no es un dirigente político como cualquier otro; es el símbolo de una época, con una presencia y una influencia a las que difícilmente podemos encontrar un parangón en la vida nacional. Muchos países del mundo han estado marcados en algún momento de su historia por la figura de un gobernante que ha dado nombre a una época (el estalinismo, el franquismo, el peronismo, el getulismo, entre otros) y al período de reconstrucción que viene después de que caen en desgracia. Colombia lo ha estado por el uribismo, como forma de vida, como concepción del Estado y la sociedad, como forma de dominación social. La ‘desuribización’ que estamos viviendo no significa que no tengamos todavía Uribe para rato, así la situación haya cambiado.

Su llegada al poder en 2002 transformó de manera radical las prácticas y las representaciones políticas en las que se desarrollaba la vida nacional. En ruptura con el individualismo liberal, la legitimidad del poder pasó del pueblo (como suma de los ciudadanos que participan en unas elecciones) a las comunidades y las solidaridades locales, en el marco de una tradición católica y conservadora. El Presidente en sus encuentros comunitarios establecía una relación de ‘tú a tú’ con las gentes del común. Utilizando un lenguaje directo y simple suprimía las mediaciones institucionales propias de la democracia representativa (autoridades locales, partidos políticos, líderes regionales, instituciones del Estado, el clientelismo, incluso) y, a pesar de su investidura, se presentaba como el abogado de los habitantes frente al Estado. Nació así el conocido ‘Estado comunitario’, que apelaba a la opinión como fuente de legitimidad, al estilo totalitario.

Amparado en esta legitimidad durante su gobierno conocimos el uso de la ilegalidad para combatir a los actores ilegales, que si bien había sido utilizada en gobiernos anteriores, ahora se entronizaba en el corazón mismo del Estado, en un nivel nunca visto: los vínculos con grupos paramilitares, el ‘todo vale’, los ‘falsos positivos’, etc. La consa- gración de las Farc como enemigo principal se convirtió en la fuente de su fortaleza, en una forma de construir co- hesión social e, incluso, nacionalismo.

Una vez culminada la destrucción de las Farc el propio Uribe no se supo sintonizar con las nuevas realidades que en el país comenzaron a irrumpir e insistió en sus estrategias de guerra y en su invención de enemigos, ya no tan reales como el primero. Hoy en día lo que la gente no le perdona no son tanto sus supuestos comportamientos como gobernador de Antioquia sino el hecho de haberse opuesto a la paz, así él diga lo contrario. Arriesgó demasiado y finalmente se quemó con su propio fuego. Otro gallo cantaría en la Colombia actual, y otra sería la suerte del expresidente, si hubiera entendido en su momento que el próximo paso era la negociación con los grupos armados y no la continuación de la guerra.

Este modelo de Estado, inédito en la vida política nacional, es el que se está derrumbando en este momento porque en este país, a pesar de todos los embates contra ella, la legalidad sigue estando presente en el horizonte de la vida política. Los dirigentes políticos y los grandes grupos económicos deberían entender que lo verdaderamente sensato en este momento es asumir lo que está sucediendo y enfrentarse a la reconstrucción de las bases de la democracia. Hay que pasar la página y encontrar otras alternativas.