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No a la violencia

La violencia ha desempeñado muchos papeles en la historia humana, desde medio de agresión puro y simple hasta único recurso al que han podido apelar muchos pueblos para defender derechos legítimos.

22 de enero de 2019 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

La violencia ha desempeñado muchos papeles en la historia humana, desde medio de agresión puro y simple hasta único recurso al que han podido apelar muchos pueblos para defender derechos legítimos. No obstante, en el caso colombiano, su significado ha sido profundamente regresivo, como dicen los economistas; o reaccionario, como se decía en el lenguaje de la vieja izquierda: los pobres son los más perjudicados y los privilegiados los que más se benefician. Y todo ello a pesar de las ilusiones que muchos sectores construyeron a lo largo del tiempo sobre su uso en favor de los "condenados de la tierra" (Fannon).

La violencia, provenga de donde provenga, es altamente funcional para el mantenimiento de un orden social oprobioso e injusto. Es la mejor manera de bloquear el cambio que nuestras sociedades reclaman a gritos. La violencia no libera a nadie de sus cadenas ni de la opresión. Es la más terrible forma de esclavitud que existe, hasta el punto de que el propio victimario es víctima de su propia condición. Fomentar el odio es la vía regia para mantener unida a una sociedad alrededor de los intereses de unos pocos. Eso lo saben muy bien sectores importantes de nuestras élites políticas y por eso se oponen con tanta fuerza a los procesos de paz.

La mejor manera de sojuzgar una población es ponerla a que se mate entre sí. En la Violencia de los años 1950 el campesino de una vereda perseguía con sevicia y crueldad a su hermano, el campesino de la vereda del frente, con el que compartía la misma marginalidad, la misma pobreza, la misma exclusión. ¿Había acaso mejor forma de anular los procesos de modernización y secularización que había inaugurado la República Liberal de los años 1930, que enfrentar a muerte a liberales y conservadores, sin verdaderos motivos que justificaran el enfrentamiento?

Colombia es un excelente laboratorio histórico para observar el carácter siniestro y macabro de todas las formas de violencia. Tanto la izquierda como la derecha se han valido de ella para perseguir sus fines. En los años 1960 en muchos países se difundió la idea de que la violencia era la “partera de una nueva sociedad”. Los ‘revolucionarios’ no tenían empacho en fusilar a sus adversarios bajo la idea de que la construcción del ‘hombre nuevo’ pasaba por la eliminación física de una parte de la población. Sin embargo, la "combinación de todas las formas de lucha" no fue una estrategia exclusiva del Partido Comunista de una época. Los sectores de extrema derecha saben muy bien para qué sirve la violencia, como se puede ver en el apoyo que muchos sectores dieron a los grupos paramilitares y en la manera como justificaban sus atrocidades.

Mal que bien, y a pesar de todas las oposiciones, en los últimos meses la paz se venía ambientando poco a poco entre nosotros hasta el punto de que los grandes enemigos de las negociaciones con las Farc habían moderado su oposición. Las manifestaciones pacíficas, como ocurrió con los estudiantes, se venían desarrollando con el apoyo de buena parte de la población. La lucha contra la corrupción tomaba forma. Pero el ‘bombazo’ de la semana pasada, que el Eln se ha atribuido, representa un inmenso "salto al pasado”.

Las consecuencias están a la vista: la pérdida de credibilidad en los procesos de paz, la reinstauración de la guerra del terror, la resurrección del autoritarismo, la reactivación del discurso belicista, la acentuación de la polarización, la anulación de los espacios democráticos, entre otros aspectos. Y la seguridad, de la que tanto se ha abusado como bandera política, puede llegar a ser de nuevo el tema central del debate público, con todo lo que eso significa como forma de relegitimación de las arbitrariedades y del ‘todo vale’. Unámonos todos contra la violencia, provenga de donde provenga.