El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Los signos de una época

Lo que necesitamos es una sociedad incluyente, que no margine y condene a la autodestrucción a quienes descubren en su vida este tipo de orientación y les permita realizarse plenamente...

9 de julio de 2019 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

En el plebiscito de octubre de 2016 nos percatamos de lo que ya sabíamos pero que tal vez no habíamos reconocido de manera suficiente: Colombia es un país tradicionalista y profundamente conservador, que es capaz de movilizarse con base en motivaciones primarias, muchas de ellas infundadas, siempre y cuando se vivan como amenazas a la familia o a la identidad sexual de las personas. Pero también es un país de paradojas, que sorprende: el matrimonio entre personas del mismo sexo se aprobó y se aceptó con mucho menos reparos que en Francia, un país que se identifica con las libertades y los movimientos de avanzada, y donde este mismo proyecto alcanzó a producir disturbios y protestas callejeras de gran magnitud.

El Artículo 323 del Código Penal vigente hasta 1980, establecía que quien "tenga acceso carnal homosexual cualquiera que sea su edad", estará sujeto a penas de seis meses a dos años de prisión. Hoy en día ya no se penaliza esta práctica y quienes están comprometidos con ella tienen la posibilidad de expresarlo abiertamente y de asumir de manera pública su orientación sexual, tal como se manifestó en las grandes manifestaciones del ‘orgullo gay’ del 30 de junio, que movilizaron grupos importantes de la población Lgbti en las principales ciudades del país. Algo, pues, ha cambiado en el trasfondo de nuestra sociedad, a pesar de los resultados del plebiscito.

Parafraseando a Martin Luther King diría que sueño con una sociedad en la cual las diferencias étnicas o las que provienen de las identidades sexuales sean perfectamente aceptadas y toleradas. Que quienes pertenecen a estos grupos tengan acceso a las mismas condiciones de empleo, educación y participación en la vida pública que los demás ciudadanos. No creo que la aceptación de las diferencias, sobre todo en materia de género, sea un atentado contra el ‘orden social’, como se vio en Medellín con grupos de ciudadanos que salieron a destruir la bandera del arco iris que los grupos Lgbti habían izado en el Cerro de Nutibara porque se sentían amenazados.

Como dice el propio Sigmund Freud en carta del 9 de abril de 1935, respuesta a una madre norteamericana que le envió a su hijo para que le ‘corrigieran’ sus tendencias homosexuales, la “homosexualidad no es algo de lo que haya que avergonzarse, no es un vicio ni una degradación, ni se la puede clasificar como una enfermedad”, una desviación o crimen. La homosexualidad es relacional: es el resultado de la manera como un sujeto asume la configuración particular que se establece entre los ‘agentes socializadores’ (padre y madre) en su proceso infantil de socialización primaria. Los testimonios que podemos encontrar en youtube de personas homosexuales de alto reconocimiento público nos muestran claramente que la identidad sexual no es algo que ‘se elige’ sino que se asume, a veces contra las preferencias del propio sujeto, cuando este se da cuenta que sus orientaciones van en una dirección diferente a la habitual.

La madre norteamericana se llevó una gran sorpresa cuando Freud le dijo que lo único que el psicoanálisis le podía prometer a su hijo es que en lugar de ser "desdichado, neurótico, atormentado por conflictos" podía vivir su vida en “perfecta armonía, paz mental, plena eficiencia”, independientemente de que permaneciera homosexual o que se reorientara hacia la heterosexualidad. De hecho, en otro lugar de su obra Freud muestra que es tan difícil convertir a un homosexual en heterosexual como convertir en homosexual a un heterosexual. Por consiguiente no hay que pensar que la homosexualidad es un virus peligroso que se contagia de una persona a otra. Lo que necesitamos es una sociedad incluyente, que no margine y condene a la autodestrucción a quienes descubren en su vida este tipo de orientación y les permita realizarse plenamente, en la dirección que escojan o estén en condiciones de asumir. Las sociedades modernas están cada vez más abiertas a garantizar esta posibilidad, a pesar de la oposición de muchos.