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Incertidumbre electoral

la ceguera de nuestros políticos es proverbial para orientar de manera positiva la incertidumbre, ofrecer alternativas de futuro, no ratificarse en políticas que ya no estimulan a los votantes y revivir la esperanza

18 de enero de 2022 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Los procesos electorales son un momento en el cual una sociedad se enfrenta a una situación extrema porque, ‘en teoría’, cualquier cosa puede suceder. Así lo muestra José Saramago en su libro Ensayo sobre la lucidez, una ‘ficción política’ en la cual los habitantes de una ciudad convocados a elegir alcalde ‘deciden’, sin ponerse de acuerdo previamente, votar en blanco.

Las elecciones se repiten con un resultado aún mayor de 83% de votos en blanco; las autoridades presumen un complot organizado, despliegan mecanismos de espionaje para encontrar sus orígenes, implantan el ‘estado de sitio’; el gobierno y las Fuerzas Armadas deciden abandonar el lugar, cercarlo con un muro para que no se propague la epidemia; y como no les fue posible encontrar responsables tuvieron que inventárselos. Al final descubrimos que la ciudad era la misma que cuatro años antes estuvo al borde de la disolución porque casi todos sus habitantes se quedaron ciegos, como se cuenta en la novela Ensayo sobre la ceguera.
El blanco, que ahora representa la lucidez, en la primera obra representaba la llamada ‘ceguera blanca’.

La democracia, por sus características mismas, está atravesada por la incertidumbre. Si los ciudadanos votaran con “plena advertencia y pleno consentimiento”, tal como aparece en la teoría democrática, la vida política se volvería incontrolable para los dueños del poder y se podrían presentar situaciones como la descrita por Saramago. A contrapelo se despliegan infinidad de mecanismos para controlar la opinión libre de los votantes: las redes clientelistas, el voto forzado, el pago a los electores, la abstención, la ignorancia, el miedo. Los que promueven estas prácticas no solo defienden sus intereses, sino que buscan garantizar que el manejo de la cosa pública no se salga de sus manos.

Un mecanismo más sutil para controlar a los electores, que conocimos en Colombia durante muchísimo tiempo, fue la convocatoria a los ciudadanos a votar con base en las adhesiones ancestrales a los partidos tradicionales, Liberal y Conservador. Los programas de gobierno importaban menos porque se sabía de antemano cuáles eran las preferencias de los electores. A partir de 2002 el miedo reemplazó a la tradición, como criterio de convocatoria.

Hoy en día esto no ocurre. El ‘electorado cautivo’ en las redes culturales de los partidos ya no existe, pero tampoco hay alternativas que llenen el vacío. Ya no creemos en nadie, no contamos con la ilusión de un cambio, no hay con quien sustituir personajes cuya vigencia caducó. El pesimismo es la guía de lectura del presente. En los acontecimientos del pasado no encontramos la semilla de un futuro promisorio. La violencia es vivida como un círculo de repeticiones dentro del cual no hay escapatoria, como en Macondo, que termina arrasada por el viento. ¿Para qué votar en favor de la paz si nunca habrá paz?

En el mercado encontramos muy a menudo libros con el nombre de ‘en qué momento se jodió Colombia’ o ‘por qué este país fracasa’. Se da por hecho que estamos ‘jodidos y fracasados’ y el problema es saber en qué momento ocurrió eso. Una reciente encuesta de Invamer muestra una imagen desfavorable de los partidos del 85%. Algo similar ocurre con las principales instituciones. Las figuras más representativas de la política tienen una imagen desfavorable superior a la favorable.

Si la referencia al pasado ya no moviliza, y si es imposible investir el futuro con ilusión, lo que predomina es el ‘presentismo’, el ‘aquí y ahora’ de la mecánica política, insulsa y sin propuestas, que es lo que estamos viviendo. Las elecciones de 2022 están atravesadas por la máxima incertidumbre que hayamos conocido en la historia reciente de Colombia. Como en la ‘ciudad imaginada’ de Saramago, la ceguera de nuestros políticos es proverbial para orientar de manera positiva la incertidumbre, ofrecer alternativas de futuro, no ratificarse en políticas que ya no estimulan a los votantes y revivir la esperanza de que podemos vivir mejor.