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Hace 30 años

Durante aquellos años vivíamos en la incertidumbre y la desesperanza. Íbamos con temor a los supermercados o a los espectáculos públicos porque temíamos el estallido de una bomba.

6 de julio de 2021 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

La situación que vivimos hoy en Colombia tiene parangón con dos grandes momentos del pasado. El primero fue el año 1949, tal vez el más crucial de la historia colombiana del Siglo XX. Gaitán había sido asesinado el 9 de abril del año anterior, la violencia arreciaba y amenazaba con expandirse. El pacto de ‘Unión Nacional’ que liberales y conservadores habían establecido después del Bogotazo se rompe, un parlamentario es asesinado en el recinto del Congreso, los liberales deciden retirarse de la contienda presidencial, Ospina Pérez instaura la censura de prensa, decreta el Estado de sitio y cierra el Congreso. Estos acontecimientos marcan el punto de ‘no retorno’ para el comienzo de los cuatro años más violentos de la historia del país. En 1953 hubo que llamar a un militar para tratar de restablecer la legitimidad del ejercicio del poder, porque el manejo del Estado había quedado a la deriva, con las consecuencias conocidas.

El segundo momento fue la segunda parte de los años 1980. Después del asesinato de Rodrigo Lara en abril de 1984 el narcotráfico le declaró la guerra al Estado y terminó por quebrantarlo. La política de paz de Belisario Betancur se vino al suelo con la toma del Palacio de Justicia, que dejó 111 muertos. Los grupos paramilitares crecieron de manera inusitada, las múltiples formas de la violencia se expandieron por doquier. En octubre de 1987 es asesinado José Pardo Leal, de la Unión Patriótica, una organización que estaba siendo diezmada a cuentagotas. Irrumpen las masacres, aparecen las llamadas ‘violencias de limpieza’ contra poblaciones marginales en algunas ciudades. Varios intelectuales son asesinados, como en las dictaduras del cono sur. El fenómeno del sicariato se generaliza cada vez más. Y aparecen los grandes magnicidios: en julio de 1989 es asesinado el gobernador de Antioquia Antonio Roldán Betancur y el 18 de agosto, por la mañana, el comandante de la Policía Valdemar Franklin Quintero, y por la noche, Luis Carlos Galán.

Durante aquellos años vivíamos en la incertidumbre y la desesperanza. Íbamos con temor a los supermercados o a los espectáculos públicos porque temíamos el estallido de una bomba. Cualquier incidente callejero podía desatar una muerte absurda. Los narcos exhibían en las calles sin recato los emblemas de su recién adquirido poderío. Las ciudades se transformaban con el nuevo ‘estilo traqueto’ de las edificaciones. Estos años fueron los más difíciles que ha vivido mi generación.

La muerte de Galán fue la gota que rebosó la copa. Sin embargo, de esa misma fuente brotó la esperanza de que Colombia se abocara finalmente a un cambio que pusiera fin a la violencia. Por iniciativa de grupos de estudiantes surgió la idea de convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que sustituyera la centenaria carta de 1886. La ilusión era que si cambiaban las normas se transformaban las costumbres. La violencia, se decía, era resultado de falta de democracia y, si se ampliaba la democracia, la violencia desaparecería.

El desconcierto se trocó en esperanza. El 4 de julio de 1991, hace 30 años, los universitarios celebrábamos en la colina de San Antonio la llegada de un ‘nuevo país’. La nueva Constitución introdujo nuevas categorías en el debate público: los derechos, la participación ciudadana, la tutela, etc. Pero no puso fin a la violencia. Por el contrario, a partir de ese momento comenzó el verdadero viacrucis de las masacres y los crímenes atroces.

Ahora estamos viviendo una situación similar a las de 1949 y 1989 debido a la grave pérdida de legitimidad del Estado, consecuencia de la polarización que se ha producido alrededor de las responsabilidades con respecto al conflicto. La incertidumbre reina de nuevo, pero “la esperanza que entonces espoleó el ardor ya cabalgar no quiere", diría el ‘Doktor Faustus’. No sabemos si estamos a las puertas de una revolución, de una dictadura, de un tercer ciclo de violencia o de una real transformación de la sociedad colombiana. ¡Que dura piel tenemos los colombianos! Y que capacidad de esperar...