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Bicentenario de Dostoievski

La vida y la producción literaria de Dostoievski se divide claramente en dos épocas. En 1849 fue condenado a muerte por pertenecer a un grupo conspirativo, que era más un centro literario que una verdadera amenaza para el autocrático régimen zarista de Nicolás I

16 de marzo de 2021 Por: Alberto Valencia Gutiérrez

Este año se conmemoran 200 años del nacimiento del escritor ruso Fiodor Mijailovich Dostoievski, en el Hospital de Pobres de Moscú donde su padre trabajaba como médico. En 1837 la familia se desplaza a San Petersburgo, su ciudad amada, donde transcurre buena parte de su vida. El apartamento donde escribió su última obra (Los hermanos Karamazov) está especialmente conservado y, con base en una fotografía de la época, los objetos de su escritorio fueron reubicados en el lugar en que los dejó en el momento de su muerte. Sus novelas y sus personajes se han arraigado tanto en la cultura universal que las escaleras del edificio por las que supuestamente tuvo que subir Rodión Raskolnikoff para matar a la usurera y a su hermana en Crimen y castigo, son hoy en día recorridas por los visitantes, como si el acontecimiento hubiera realmente sucedido.

La vida y la producción literaria de Dostoievski se divide claramente en dos épocas. En 1849 fue condenado a muerte por pertenecer a un grupo conspirativo, que era más un centro literario que una verdadera amenaza para el autocrático régimen zarista de Nicolás I. Frente al pelotón de fusilamiento, ya vestido con la mortaja, recibió la noticia de que su pena había sido conmutada por trabajos forzados en Siberia, donde permaneció cuatro años con cadenas y grillos en los pies día y noche, y por un alistamiento forzado en el ejército hasta 1859.

En 1862 publica Memorias de la casa muerta, un libro memorable donde consigna con crudeza los recuerdos de las atrocidades que conoció durante su paso por la prisión. Pero el verdadero balance de lo vivido se encuentra en Memorias del subsuelo de 1864, donde somete a una crítica demoledora los ideales políticos por los que había luchado. En estas dos obras se encuentran las claves de sus novelas de madurez y esbozos de muchos de los personajes posteriores.

El grupo al que pertenecía antes de ir a Siberia profesaba un ‘socialismo utópico’, inspirado en Charles Fourier, que partía de la idea de que los hombres (el pueblo raso) eran buenos pero la opresión y la injusticia, resultado de las condiciones sociales, los habían dañado y había que recuperar su verdadera naturaleza. La dura experiencia de la prisión cambió por completo su concepción política. Dostoievski nos muestra las condiciones infrahumanas, los castigos, los apaleamientos, las humillaciones y los sufrimientos que sufrían los presos de las manos de sus verdugos e, incluso, de sus mismos compañeros de prisión. Y llega a la conclusión de que el hombre, a diferencia de lo que creía antes, no es un manso cordero, sino un ser que tiene la inmensa capacidad de hacer sufrir a sus congéneres, de satisfacer en su prójimo sus peores pasiones, de gozar con su dolor, de prescindir de sentimientos morales y de remordimientos para someterlo a los peores ultrajes con suma crueldad.
Frente a estos hechos de horror, el “hombre del subsuelo”, el personaje del segundo libro, se pregunta: ¿Qué hombre en plena posesión de su conciencia podría respetarse?

Nuestra cultura occidental tardó muchos años en ser consciente de la dura realidad que nos pinta el escritor ruso. Sigmund Freud fue uno de los primeros en hacerlo al constatar los horrores de la Primera Guerra Mundial. Pero hubo que esperar hasta la Segunda Guerra para que finalmente nos percatáramos de lo que significa y sacáramos las consecuencias. Después de Auschwitz y la "solución final", decía un conocido filósofo, ya no sabemos de qué tipo de hombre estamos hablando. Dostoievski anticipa obras como Si esto es un hombre de Primo Levi o Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsin sobre los campos de concentración. Las crueldades de la guerra que hemos vivido en Colombia nos ponen frente a la misma situación, razón de más para buscar en sus obras claves que nos permitan comprender nuestra propia condición. Como dice el escritor en sus memorias de Siberia, “una sociedad que observa estos fenómenos con indiferencia ya está corrompida en sus mismos fundamentos”. Unámonos, pues, a la conmemoración de uno de los más grandes escritores de todos los tiempos