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Trueque de culturas

La conquista y colonización del territorio nacional por los europeos fue necesariamente un intercambio cruento de culturas.

24 de diciembre de 2017 Por: Alberto Silva

La conquista y colonización del territorio nacional por los europeos fue necesariamente un intercambio cruento de culturas. Demostrable por donde se le mire y que viene a cuento ahora que estamos en Colombia empeñados en reivindicar la honrosa y valiente tarea que se impusieron nuestros ancestros colonizadores, especialmente los pioneros del Eje colonial del río Cauca, olvidada de manera sistemática y mezquina por la historia nacional.

Ahora cuando el Congreso de la República ha dispuesto la Ley que obliga nuevamente la cátedra de Historia en escuelas y colegios de toda la nación, no vamos a permitir que nos repitan la dosis de una historia sesgada contada cómodamente solo desde Bogotá y hacer de lado las historias regionales tan ricas y nutritivas, necesarias en el modelamiento de la colombianidad. Por eso la seguidilla de artículos en esta columna sobre la desconocida historia del occidente colombiano, develada ahora, para que las generaciones actuales sepan que no estamos aquí de puro cuento.

Al entrar la región a su segundo siglo de la Colonia, se notaban cambios fundamentales en su estructura física. Las seis o más poblaciones fundadas inicialmente a orillas del río Cauca durante el primer siglo, se habían aumentado a una docena donde se erigieron igual número de iglesias, signo inequívoco de la complicidad de la corona española con la Iglesia Católica, para convertirse en la yunta con la cual se manejaría a la gran masa mestiza del pueblo hispanoamericano atrozmente analfabeta, para mantenerla ignorante, sumisa y obediente.

Fue también entonces el comienzo del intercambio de productos entre América y los demás continentes. Fluyeron hacia Europa la papa, el maíz, el cacao, algodón, tomate, el ají, pimentón, fríjol, tabaco y muchos frutales americanos, algunos de los cuales fueron luego la base de grandes industrias como las chocolateras, textileras y alimenticias con cuyos valores agregados por la industrialización, surgieron muchas de las actuales naciones europeas.

De igual manera pero a la inversa, los conquistadores trajeron del viejo mundo simientes agrícolas para suplir las necesidades de sus dietas alimenticias a las cuales estaban habituados en Europa: la caña de azúcar, que había llegado a España mil años antes; los eternos trigo, avena y cebada, el arroz asiático, la bíblica uva, la naranja, el café, él plátano y diversidad de granos, cereales, legumbres y hortalizas. Junto con esta variedad de productos llegaron retablos y altares para los templos y capillas; telas, porcelanas y delicadas alfarerías de todo el mundo que no se sabe cómo pudieron trasportarlas a través de inconcebibles trochas y caminos.

El río Cauca se convirtió en importante vía de comunicación y comercio. Gracias a él se repartió la genética y la rústica cultura de aquellas épocas a lo largo de su curso, hasta el punto de ser los habitantes de su Eje, actores principales cuando se dieron los primeros hechos independentistas a partir del tercer siglo de coloniaje, en que ocurren en Cali en 1746 graves hechos (no considerados en la historia oficial colombiana) con motivo de la designación de don Gaspar de Soto y Zorrilla de franca tendencia monárquica, como teniente y alcalde por el Cabildo de la ciudad, en contra del movimiento criollo que patrocinaba don Nicolás de Cayzedo.

Ya para esa época, los discos duros en los confesionarios de iglesias y capillas del Eje colonial del río Cauca, se encontraban repletos con información íntima de vidas, honras y bienes de feligreses que harían erizar los pelos del mismo Satanás. Tomaban cuerpo también buen número de pueblos que cumplirían gran labor en el desarrollo de la independencia de la Nueva Granada. Ahí estaban listos en la cuenca del río: Palmira, Tuluá, Caloto, Paispamba, Roldanillo, La Unión, Bugalagrande, Alcalá y Quilichao.