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Traición de Macaulay

El acuerdo se dio el 26 de julio de 1812. Los pastusos libertarían a los prisioneros quienes podrían incorporarse a las tropas de la Junta y estas evacuarían el territorio de los pastos, para volver a Popayán.

18 de diciembre de 2018 Por: Alberto Silva

El acuerdo se dio el 26 de julio de 1812. Los pastusos libertarían a los prisioneros quienes podrían incorporarse a las tropas de la Junta y estas evacuarían el territorio de los pastos, para volver a Popayán. Al abrir las cárceles donde se consumían los presos, aparecieron 360 patriotas como salidos de un antiguo hospital de leprosos. Más de 40 prisioneros habían ya muerto por hambre y enfermedades.

Macaulay traía ocultas instrucciones federalistas desde Santafé, entre ellas una de Camilo Torres, que induce hoy a pensar, fueron la verdadera razón de negarle a Cayzedo una guardia de diez hombres para poder regresar a salvo a Popayán. Desconocía pérfidamente así el norteamericano la autoridad moral y política del prócer caleño. Suponía que en Popayán, Cayzedo haría cumplir los acuerdos pactados, con lo cual le impedirían a Macaulay avanzar hasta Quito y regresar reforzado a tomar de nuevo a Pasto, para imponer las tesis federalistas. En el proceso acusatorio que un mes después le siguieron los pastusos a Macaulay, este diría: que no reconocía autoridad en Joaquín de Cayzedo y Cuero, porque el gobierno de Popayán mandó que no se le obedeciese.
Era obvio: la Junta de Popayán a la cual habían accedido ya las importantes personalidades nativas de Popayán, en ausencia del odiado prócer caleño, tenían interés en aislar todavía más al proscrito presidente Joaquín de Cayzedo y Cuero; así entonces le negaban al vicepresidente Cabal la comandancia de la expedición para dársela al norteamericano.

La noche del 12 de agosto, Alejandro Macaulay de manera desleal rompió el pacto y avanzó con sus hombres hacia el río Guáitara en busca de las fuerzas patriotas quiteñas que suponía estaban acampadas al otro lado del río. Tenía la esperanza de regresar juntos con ellas para tomar Pasto. Aquí se muestra en forma evidente la tesis moderna del ‘vivo bobo’, porque mientras Macaulay y su tropa intentaba pasar silencioso por el pueblo de Chapal, los indígenas los descubrían dando aviso inmediato a los pastusos quienes salieron preparados a su encuentro y lo combatieron en el sitio de Catambuco, uno de los ‘pueblos’ indígenas que rodeaban a Pasto.

La situación geográfica de Pasto ha sido mal entendida desde el comienzo de la dominación española y además, mal expresada, por quienes se atrevieron a hablar y escribir de ella. Sus pobladores son descendientes de los pastos y quillacingas, antiguos pobladores de las faldas y valles del volcán Galeras. Su economía indígena era brillante y eficiente. Eran agricultores avanzados y en muchos aspectos superiores a los españoles conquistadores, de ahí que con ‘la técnica agrícola’ empleada en los diversos pisos térmicos que ocuparon, su producción llegó a ser variada y abundante. Cultivaron con éxito el maíz, la arracacha, yuca, fríjol, papa, zapallo, algodón -con el cual tejían las mantas protectoras contra el frío- y gran variedad de otros productos incluidos los traídos de Europa por los españoles. Complementaban su dieta alimenticia con gran variedad de piezas de caza.

Los ibéricos levantaron la ciudad de Pasto con el arquetipo de criollos castellanos y se rodearon con varios grupos indígenas que arropaban la ciudad en poblachos tribales y veredales los cuales eran conocidos como los ‘pueblos’, sometidos desde la Conquista a su servicio con el pretexto de la religión católica y la monarquía española. Uno de estos ‘pueblos’ fue Chapal, por donde pasó Alejandro Macaulay a oscuras en ‘perfecto silencio’, haciendo bulla. Factura que debió redimir muy caro por el fuerte arraigo indígena a su encantadora tierra, que debieron pagar con dolor y sangre los patriotas en el pueblo de Catambuco, convertido en campo de batalla; en la actualidad es uno de los barrios de Pasto.