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Tierra buena

“Tierra buena, tierra buena, tierra que pone fin a nuestra pena”, hermoso...

9 de junio de 2016 Por: Alberto Silva

“Tierra buena, tierra buena, tierra que pone fin a nuestra pena”, hermoso estribillo con el cual el cura español Juan de Castellanos, adornó uno de los poemas en su inmortal obra, Elegías de varones ilustres de Indias, para describir el asombro de los conquistadores ante el encuentro con los deslumbrantes paisajes que seguramente se les atravesaron en el camino, en las durísimas travesías por selvas, pantanos y montañas durante la acción colonizadora de nuestro país. Esa sensación, la debió sentir Sebastián de Belalcázar al llegar por el sur desde Quito a los valles de Atrix y de Pubenza, y en seguida al Valle del Cauca en 1536, cuando funda a Cali. Envía desde allí a Jorge Robledo para fundar Cartago y Santafé de Antioquia en 1540 y 1541. Regresa Belalcázar a Pubenza y funda a Popayán y dos años después arriba a la sabana para ser testigo de la fundación de Santafé de Bogotá por Gonzalo Jiménez de Quesada, quien se le había anticipado desde la Costa Atlántica. Con la fundación de esas ciudades en las vegas del río Cauca nace el Eje Colonial: San Juan de Pasto-Popayán-Santiago de Cali-Cartago y Santafé de Antioquia, que perdurará por un lapso de 285 años. Por consiguiente durante casi tres siglos, las cinco ciudades del Eje Colonial dieron dura y prolongada colonización a esa región al mismo compás y en sentido sur a norte, surtida con núcleos de familias españolas que entraban por Guayaquil y Buenaventura, pero especialmente con familias mestizas, supremamente criollas, engendradas y formadas en las orillas del río durante el curso de esas tres centurias. Su principal autopista de conexión era por supuesto el río Cauca y su cañón geográfico. Si de sangre y mestizaje se trata, sin duda los del Eje Colonial compartimos el mismo linaje. Cumplidos tres siglos de colonización a lo largo del afluente, sus descendientes muy lejos de ahí, en Sonsón y Abejorral, inician por frescas serranías el ponderado desplazamiento antioqueño que llega a la fundación de Manizales en 1848. Al finalizar el Siglo XIX se inicia lo que será el Eje cafetero y Cartago suministra las semillas del café que los jesuitas habían llevado allí cien años atrás desde Popayán, a donde habían llegado a su vez desde la Misión de Santa Teresa de Tabage en los Llanos Orientales. El tardío desplazamiento migratorio antioqueño hacia el sur en 1870, encontró a la vallecaucanía (léase valle geográfico del río Cauca), plenamente desarrollada por 334 años de larga y propia colonización vallecaucana. Además llevaba 60 años de independencia de España, gracias al movimiento revolucionario de las Ciudades Confederadas que dieron la primera batalla de Independencia en el Bajo Palacé y pusieron los primeros mártires del país. La vallecaucanía se arrogaba la fundación de 21 importantes poblaciones, poseía 190 trapiches paneleros y tenía en su haber el desarrollo de las razas bovinas criollas, Hartón del Valle y el Blanco Orejinegro, con las cuales surtió al Eje cafetero en formación. Correspondió a los cartagüeños dar la bienvenida al flujo migratorio paisa. Una misión de notables encabezados por el padre Remigio Cañarte en 1863, tomó rumbo al sitio donde 323 años atrás sus antecesores habían fundado a Cartago la Antigua y procedieron a fundar allí a Pereira, en las orillas del río Otún. Encontraron el sitio que habían abandonado 173 años antes por la presión indígena pijao, cubierto con bosques que volvieron a tumbar y esperaron la llegada de los paisas manizaleños, (ya hablaban distinto) quienes con no poca prisa se asentaron solícitos junto a los fundadores vallecaucanos en las tierras nuevamente recién desbrozadas. Todos como Juan de Castellanos exclamaron al unísono: ¡Tierra buena, tierra buena, tierra que pone fin a nuestra pena!