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Las culonas

El consumo de las hormigas culonas santandereanas lo aprendieron los españoles de los indios guanes durante la Conquista.

9 de marzo de 2021 Por: Alberto Silva

Indudablemente uno de los tantos atributos peculiares que tiene Colombia son las culonas; bendito Dios, que han entrado a ser patrimonio invaluable de la nación desde el punto de vista turístico, dietético, afrodisíaco y alimenticio. Su consumo, debido a supuestas propiedades erógenas, ya había desencadenado un buen flujo de turistas nórdicos europeos hacia Colombia en busca de ellas. Infortunadamente hoy se encuentran en peligro a desaparecer por causa de los cambios ambientales y de la inoportuna pandemia que ha ocasionado una fuerte disminución de su población.

No sean malpensados amigos, se trata de las hormigas santandereanas cuyo nombre científico es Atta laevigata del orden Hymenóptero,
vulgarmente llamadas culonas por el portentoso y colorido derriere que exhiben con elegancia. Y que en la escala del orden jerárquico de un hormiguero, es la reina, quien muestra tan exótica belleza cargada de miles de huevos que serán fecundados por los machos en mortal vuelo nupcial.

Culonas hay en todo el país. Pero en Santander es donde más se las comen y por ahí les viene la versión de que los santandereanos son ‘arrechos’, término castizo en el buen sentido de la palabra -de ser ganosos en la intimidad con el sexo opuesto- debido al fuerte consumo de estos bichos en ciertas ocasiones como en las fiestas patrias o cuando de exaltar la valentía de sus próceres se trate, lo cual nos lleva a pensar que a nuestra dirigencia le hace falta buena cantidad de culonas en su dieta, necesidad que ha quedado plenamente demostrada con la torpe lentitud ante la urgencia en la negociación para la compra de la vacuna contra la pandemia que nos azota.

El consumo de las hormigas culonas santandereanas lo aprendieron los españoles de los indios guanes durante la Conquista. Los aborígenes ya lo hacían desde tiempos inmemoriales y a tanto llegó su consumo por parte de los recién llegados, que al percibir sus dotes eróticas, inventaron el sabio adagio que en la actualidad practican como hábito:
“A quienes pasan por Santander sin comer culonas, ni el cura los perdona”.

El proceso comienza en áreas de la región santandereana cuando en ciertas épocas del año, por lo general en mayo y junio, miles de hormigas reinas aladas, cargadas de huevos en su vientre, salen de los hormigueros a secarse al sol después de un aguacero y emprenden luego un vuelo nupcial con machos ansiosos que las esperan en las bocas de los hormigueros para fecundarlas. Una vez consumado el acto, parece que en pleno vuelo, el extasiado macho pierde todas sus dotes viriles.
Despernancado entra en barrena va al piso y muere. Qué vaina. Las reinas fecundadas y con una risita sardónica, tratan de regresar a la boca del hormiguero donde son esperadas y capturadas por los campesinos para procesarlas y llevarlas al mercado.

Dice así un bello poema a la hormiga santandereana:

Era un día de venta de culonas aquí en Bucaramanga/ y ese día una arrogante y célebre matrona se acercó al sitio donde ese bicho se vendía/ ¿A como las culonas, caballero?/ “A 100 mil pesos la libra”, contestó el ventero / ¿A 100 mil la libra? Qué animal más caro/ ¿A 100 la libra? Es intolerable. No me parece un precio razonable/ Y la dama pensando en la rebaja, al ventero propuso con presteza/ ¡Oiga señor! ¿Y a cómo me las deja quitándoles a esos bichos la cabeza?

Asombrado se quedó el ventero al oír tan insólita propuesta/ Y a la dama arrogante y exigente, le dio esta filosófica respuesta: / La hormiguita de aquí de Santander y perdone usted señora la franqueza/ Se cotiza igual que la mujer/ ¡Por lo demás, mas no por la cabeza!