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La despensa

Ninguno de quienes visitan al Departamento del Valle del Cauca por vía terrestre o aérea, escapa a la emoción de contemplar el esplendor de la planicie desde lo alto de sus dos cordilleras o desde el avión que los transporta.

23 de febrero de 2020 Por: Alberto Silva

Ninguno de quienes visitan al Departamento del Valle del Cauca por vía terrestre o aérea, escapa a la emoción de contemplar el esplendor de la planicie desde lo alto de sus dos cordilleras o desde el avión que los transporta. Lo primero que les impacta es el alucinante ordenamiento geométrico y el colorido de los cultivos con sus matices. De inmediato intentan comprender lo que pasó ahí al apreciar esa postal presentada a sus ojos, pues saben muy bien que todo ese espacio abarcado por su mirada, era antes selva cerrada, resultado del desecamiento del gran lago de Caucayaco formado 40 millones de años atrás.

Por la emoción de ver la planicie, se ha llegado a decir con atrevimiento que el valle geográfico del río Cauca, es un regalo de Dios sobre la tierra, pero resulta que Él no da regalos, a cambio pone en cada sitio del universo a alguien que los produzca, como es el caso del grupo étnico vallecaucano integrado por indígenas americanos, blancos europeos y aborígenes africanos, quienes desde la Conquista se dedicaron a agredir a la naturaleza en diversas formas y producir, sin saberlo, el regalo que tanto admiran hoy los visitantes.

En ese propósito los vallecaucanos gastaron y padecieron 400 años en el derribo de selvas y montañas, guerras de la Independencia, epidemias mortales y analfabetismo con todas sus consecuencias, pues en ese tiempo no conocían la esencia de los términos: biodiversidad, medio ambiente ni desarrollo sostenible, ecología, deforestación ni conservación, hasta que ya en el último Siglo, el 22 de octubre de 1954, ellos mismos crean -caso único en Colombia- a la CVC, Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca, hoy orgulloso emblema de la región (nunca bien ponderado), para detener esa debacle. Y lo lograron. ¡Nos dio así alcance la técnica, antes de que acabáramos con todo! En sólo 65 años se han recuperado para la agricultura 131.000 hectáreas que se inundaban religiosamente año por año y gracias al proceso de adecuación de tierras, incluidos 1.400 kilómetros de ‘jarillones’, hidroeléctricas, embalses sobre el río Cauca y sus afluentes se logró el excelente tendido de la malla vial, ejemplo para Colombia. Son muchos más los ejemplos.

Cuando aparece la CVC, la planicie vallecaucana le da la bienvenida con 426.795 preciosas hectáreas, de las cuáles 215.000 sembradas en pastos, con una población de 1.200.000 cabezas de ganado bovino; 49.000 sembradas en caña y 61.000 en otros cultivos. Por supuesto la imagen de aquella postal era bien diferente a la de ahora y es la que precisamente reclaman los enemigos de la caña de azúcar.

Gracias al avance de las ciencias agronómicas es posible que el destino futuro de la caña para producir azúcar y etanol -no panela-, sea en otros lugares del país, pero para que eso ocurra han de ponerse en funcionamiento primero otras despensas como la que se inventaron quienes le aplicaron el término ‘despensa’ al Valle del Cauca, sin conocer que en Colombia estamos parados encima de un inmenso territorio con millones de hectáreas con perfiles de despensas para dar y convidar. Hagan lo mismo que hicieron los vallecaucanos; trabájenlas técnicamente y acaben con esa pendejada de la despensa.

Practiquen ahora el turismo agrícola. Salgan y visiten al Sinú, el Bajo Magdalena, al Magdalena Medio, el Tolima, Huila, los Llanos de Casanare y al Meta, los más cercanos, con inmensas tierras aptas para cultivos específicos de exportación y despensa, las cuáles se encuentran a la espera que sus habitantes decidan aprovecharlas técnicamente como se ha hecho en el Valle del Cauca. Háganlo de prisa para que alcancen a verlo. El arrollador avance de las técnicas agrícolas así lo indica.