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El Vía Crucis

La Batalla de Iscuandé es otro de los más grandes hitos de la historia patria de Colombia, que hasta ahora no se sabe la causa de su irrazonable olvido.

18 de octubre de 2018 Por: Alberto Silva

En enero de 1812 Joaquín de Cayzedo y Cuero emprende la marcha a Quito. Empresa que le había quitado el sueño por ser tan temeraria debido al alto riesgo que corría por dejar desguarnecida la ciudad de Pasto, expuesta a la acción de patianos y pastusos, quienes eran adictos a la causa realista y que por 280 años solo habían creído en Dios y el Rey. Dejó apenas una parte de su tropa comandada por Ángel María Varela en El Guabo, custodiando la salida de los realistas de Barbacoas.
Esperaba encontrar en Quito a sus parientes: su tío el obispo José de Cuero y Cayzedo y a su hermano José de Cayzedo y Cuero provisor del obispado, para que le ayudaran en la devolución de las 400 barras de oro llevadas por Pedro Montúfar. Operación fallida, su familia salió con nada.

Simultáneo con la llegada de Cayzedo y Cuero a Quito, el capitán santafereño José Ignacio Rodríguez ‘El mosca’ al mando de 200 vallecaucanos se había volcado por la región de ‘El Castigo’ sobre la Hoz de Minamá en persecución del exgobernador Tacón y Rosique quien iba de Pasto a Barbacoas en busca de su compadre de bandidajes José Nicolás Iriguen, que le esperaba con parte del tesoro robado a las arcas de la Provincia de Popayán. Iriguen estaba provisto de buenas canoas en la salida del río Patía al andén del Pacífico para continuar por las amplias autopistas fluviales de aquella región aurífera, rumbo a Barbacoas. Cuán fácil es narrar desde un computador estos hechos, pero que pavoroso debió ser el vivirlos en aquellas agrestes regiones, donde en tiempos geológicos el río Patía tuvo que romper la roca ígnea para salir al Pacífico, drenar el Lago del Patía y formar la Hoz de Minamá. Pues por ahí pasaron las arrierías realistas (100 mulas con otras acémilas de repuesto) por caminos inverosímiles que quitarían el resuello a quienes pudiesen ahora recrearlos, con sus mulas angarilladas, cargadas con pesados lingotes de oro y detrás de ellas, ávidos de combate para recuperarlas, los patriotas con cañones, pólvora y municiones.

Después de un inmenso laberinto de selvas, grandes ríos, caños y manglares, plagas de zancudos y víboras, el destino quiso que este par de hombres: el patriota José Ignacio Rodríguez y el realista Miguel Tacón y Rosique coincidieran de nuevo -lo habían hecho en la batalla del Bajo Palacé diez meses antes- y se enfrentaran el 29 de enero de 1812 en las bocas del río Iscuandé donde se efectuó la Primera Batalla Naval de la Independencia de Colombia. En esa batalla ganada por los patriotas de manera espectacular, probablemente quedó sumergido buena parte del tesoro robado a las arcas de la Provincia de Popayán. Tacón logró escapar en otra nave que lo esperaba mar afuera del sitio de la batalla. Nunca más volvió.

La Batalla de Iscuandé es otro de los más grandes hitos de la historia patria de Colombia, que hasta ahora no se sabe la causa de su irrazonable olvido. La Armada Nacional con la Ley 1874 de diciembre de 2017 que establece nuevamente la cátedra de Historia Patria a nivel nacional, tiene la oportunidad de reparar el horrible propósito de tener olvidados los dos hechos primarios que dieron lugar a la Marina Nacional y a su Infantería de Marina. Si existen otras razones para el desconocimiento de estos hechos pues deben ponerlas sobre la mesa con los argumentos correspondientes que sustenten tamaño olvido.

Hace seis años se cumplió el Bicentenario de la batalla. La Sociedad de Mejoras Públicas de Cali, descubrió una placa conmemorativa en Iscuandé; homenaje a los vallecaucanos inmolados, semilla de la actual Infantería de Marina Nacional.