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El camino de las pailas

Tras las primeras siembras de caña de azúcar en las Antillas, llegaron con retraso de años los sistemas de extracción de los jugos para la elaboración de panela y los panes de azúcar cristalizado.

28 de enero de 2020 Por: Alberto Silva

Tras las primeras siembras de caña de azúcar en las Antillas, llegaron con retraso de años los sistemas de extracción de los jugos para la elaboración de panela y los panes de azúcar cristalizado. Diversas modalidades de molienda (extracción de los jugos por maceración de la caña) se aplicaron de acuerdo con el avance cultural que se iba extendiendo con la colonización. Desfiló primero el sistema de ‘la vieja’, consistente en la aplicación elemental de palancas de madera que al accionarlas un hombre, por presión de los tallos, estos soltaban los jugos de la caña. Le siguieron otros sistemas de molienda con molinos (trapiches) de madera, de piedra y al final de hierro, accionados por la fuerza de esclavos, bestias, bueyes y por último en la época moderna con energía hidráulica, motores de explosión y la fuerza eléctrica.

Pero en el primer siglo los pioneros tuvieron que contentarse con obtener los jugos sólo para su aprovechamiento como bebida y edulcorante líquido de alimentos. Estaban muy lejos todavía de obtener pailas y calderos para cocinar guarapos y producir panela o azúcar. Esos elementos metálicos llegarían más tarde, lentamente, desde España en forma de pequeñas pailas de cobre y calderos de bronce, dolorosamente transportados por muladas cargueras en la medida de la apertura de caminos y fundación de pueblos, donde antes que la construcción de iglesias fundadoras y doctrineras debían empeñarse en la construcción del elemental trapiche de molienda.

Así ocurrió hasta cuando llegó la época de la Independencia en que el país estaba cubierto con trapiches en su totalidad. Su misma configuración geográfica indicó la formación de los dos grandes ejes coloniales donde se enmarcaron las provincias casi todas cañeras y ganaderas de las dos grandes vertientes del país: la del río grande del Magdalena y la del Cauca.

Fray Juan de Castellanos cronista de la ‘Conquista’ enmarcó magistralmente en un soneto, dos décadas después de la invasión española las características de estas dos grandes cuencas: la del Magdalena con cabecera en la sabana de Bogotá y la otra, la del Cauca, con cabecera en el valle geográfico del río Cauca, bases fundamentales para la colonización del país:

¡Tierra buena, tierra buena! / Tierra que pone fin a nuestra pena/ ¡Tierra de oro, tierra abastecida, /Tierra para hacer perpetua casa, /Tierra con abundancia de comida, / Tierra de grandes pueblos, tierra rasa, / Tierra donde se ve gente vestida, y a sus tiempos no sabe mal la brasa./ Tierra de bendición clara y serena,/ Tierra que pone fin a nuestra pena.

Los trapiches formaron las unidades productivas que se convertirían a su vez en los pueblos que hoy conocemos como ciudades. Su pilar fundamental fue la caña de azúcar, para surtir con sus tallos, a la mayal y a las otras dos mazas de hierro en los trapiches y así mover un conglomerado de gentes al cuál se debía alimentar, vestir y socorrer a distancias enormes del siguiente trapiche, que poseía por lo general idénticas características. A su alrededor aparecerían la casa principal y las talabarterías para curtir las pieles y producir los elementos de las labores camperas de aquellos tiempos.

Hoy los cultivadores de la caña, le ofrecen al país su infraestructura con la enorme cantidad de más de 22.000 trapiches paneleros con 400 mil empleos directos en 500 mil hectáreas de caña sembrada, que sumados a los 13 ingenios azucareros con 180 mil empleos directos y 250 mil hectáreas cultivadas, conforman la formidable y respetada fuerza socioeconómica de generación de empleo de la nación. Y fueron ellos (innegable) quienes empeñaron los tres primeros siglos en la colonización del país y los dos siguientes en su Independencia.