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El arsenal

El armamento adquirido en 1821 por Antonio José de Sucre en Cali al súbdito inglés Benjamín Hatton constaba de 2500 fusiles con sus bayonetas.

14 de octubre de 2019 Por: Alberto Silva

El armamento adquirido en 1821 por Antonio José de Sucre en Cali al súbdito inglés Benjamín Hatton constaba de 2500 fusiles con sus bayonetas, 2200 sables, 600 pares de pistolas, 150 quintales de pólvora, 150 arrobas de balas de plomo, 20.000 pedernales de chispa, 650 cartuchos, 1200 porta-bayonetas, 150 chaquetas de paño encarnado de uniforme, 170 pantalones de paño, 2400 camisas blancas de lienzo y 2000 pantalones igualmente de lienzo.

La mañana del 21 de marzo, las tropas expedicionarias de Sucre formaron filas en un costado de la Plaza de la Constitución, hoy llamada Plaza de Caicedo en Cali. Se destacaba entre ellas el Batallón Santander, conformado en su totalidad por soldados vallecaucanos; su abanderado el subteniente Pedro Ignacio Vergara, empuñaba con orgullo y vigor, la bandera tricolor que habían bordado las damas caleñas. Bandera que momentos más tarde acariciarían las brisas del río Cali y que cruzaría luego una de las dos vías al Pacífico: por La Porquera en El Carmen o por Mulaló, y que tres años después ondearía en la batalla de Ayacucho en el Perú, tras haber pasado consecutivamente por las manos de los batallones Paya, Gámeza y finalmente el Pichincha, último nombre con que terminó designado el original Batallón Santander después de haber luchado en esa batalla.

Atrás de Vergara, la oficialidad del Valle venía encabezada por el capitán Eusebio Borrero, entre los cuales se destacaban los hijos de muchos vallecaucanos que ya habían rendido sus vidas en múltiples combates de Independencia. A un costado de estos formaba el Batallón Albión, también conformado por reclutas del Valle junto con 170 oficiales ingleses y venezolanos instructores de tropa, muchos de ellos veteranos de la batalla de Boyacá. Al redoble de tambores y batir de pañuelos, enrumbaron hacia la empinada cuesta, la muralla geográfica de la Cordillera Occidental, luego dieron un último vistazo a la planicie, su solar nativo donde blanqueaban las casas de los pequeños pueblos que se perdían en la lejanía; luego al cruzar el filo hacia el Pacífico, apareció el impresionante cañón del río Dagua cubierto por la selva plagada de peligros.

Por aquella garganta de selva y afluentes de hace 200 años, penetraron las tropas de Sucre. Una proeza comparable ampliamente a la realizada por Bolívar para cruzar el páramo de Pisba dos años antes. El cruce de Sucre y sus vallecaucanos nunca ha sido reconocido en justicia por la historia colombiana.

Si imagináramos las penurias sufridas por aquellos quienes murieron consumidos en la construcción del ferrocarril Buenaventura-Cali, 90 años después de aquel cruce, apenas sí lograríamos comprender la gesta que emprendieron Sucre y sus tropas vallecaucanas, al transmontar la cordillera y la selva del Pacífico para llegar a Buenaventura. De igual forma fue asombroso su embarque en la corbeta Emperador Alejandro y en el bergantín Ana Bolívar desde aquel remedo de puerto en medio de un manglar para tomar rumbo a Guayaquil e iniciar la lucha de liberación de Ecuador.

Sorprende saber que en la ruta libertadora del Pacífico, en el tramo comprendido entre la capital del Valle y el puerto de Buenaventura, no se encuentre hoy ningún monumento que recuerde el paso de esos héroes por la impenetrable selva, para arriesgar luego sus vidas en un mar desconocido para ellos, sacrificándose después en las batallas de Yaguachí, Arenales de Guachí y Pichincha en Ecuador, y más tarde en Junín y Ayacucho en el Perú.

Durante los días que duró el tránsito por la selva, los integrantes vallecaucanos del ejército de Sucre, recibieron instrucción militar de los oficiales ingleses encabezados por los coroneles John Mac Kuintosh y John Johnston que dirigieron las prácticas en los descansos que tenían los soldados para tomar sus alimentos.