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Captura de Nariño

Antonio Nariño en franca derrota en los Ejidos de Pasto, se refugia con su hijo Antonio Nariño Ortega en la montaña Lagartijas acompañado con trece hombres, entre ellos José María Cabal.

3 de marzo de 2019 Por: Alberto Silva

Antonio Nariño en franca derrota en los Ejidos de Pasto, se refugia con su hijo Antonio Nariño Ortega en la montaña Lagartijas acompañado con trece hombres, entre ellos José María Cabal. Ordena a este, hacerse cargo del Ejército de la Unión e ir a dirigir la operación de las tropas de artillería que debían haber llegado al Alto del Calvario. Él esperaría ayuda inmediata. Se despidieron Nariño y Cabal con estrecho abrazo de hermanos, - presintiendo ser el último - donde condensaron en un conmovedor instante su amistad de veinte años, entre clandestinas noches para la publicación de ‘Los derechos del hombre’, luchas políticas, largas prisiones, duros combates y angustias de todo género.

Para terrible sorpresa, Cabal y el hijo del prócer encontraron la artillería que había dejado José Ignacio Rodríguez ‘clavada’ (inutilizada) y la tropa ausente en retirada, por haber corrido el falso rumor de la muerte de Nariño.

Tres días sin alimento soportó Antonio Nariño en la montaña Lagartijas. Al tercer día vestido como soldado raso, se entregó a las tropas realistas que merodeaban por el lugar con la promesa de que a cambio de alimento, él les indicaría dónde encontrar al comandante de las tropas patriotas. Llevado ante el comandante general de las tropas realistas mariscal Melchor Aymerich, le comentó los pormenores de su rango y al ser mostrado al público en el balcón principal de la Plaza, pronunció las memorables palabras dignas del epílogo de su campaña: ¡Pastusos! ¡Si queréis la cabeza del general Nariño, aquí la tenéis! Condenado por Toribio Montes presidente de la Audiencia de Quito a ser decapitado, el comandante español Aymerich le conmutó la pena ante el peligro de que en retaliación, los patriotas hicieran lo mismo con los más de 400 hombres de las tropas realistas prisioneros en Popayán en la batalla de Calibío.

Después de trece meses de confinamiento, con grillos en un estrecho y gélido cuarto totalmente incomunicado con solo una cama y una ruana, fue despachado a España por la vía Guayaquil-El Callao y Cabo de Hornos hasta Cádiz, donde cumpliría paradójicamente la pena de seis años que ya había cumplido Cabal cuando juntos llegaron veinte años atrás a ese mismo puerto como prisioneros en 1794, donde Nariño se escapó. Fue destinado a la cárcel de La Carraca en la bahía de Cádiz y un manto oscuro cubrió la vida del prócer en el ámbito de la Nueva Granada hasta 1821. Liberado entonces, regresó (lo que quedaba de él) después de un larguísimo viaje desde París y a través del delta del río Orinoco hasta Angostura. Luego por el mismo Orinoco, Apure y Meta hasta llegar a Achaguas lugar donde se encontraba Simón Bolívar quien le acogió por siete días y pudo escuchar del precursor su versión de los pormenores de la nefasta campaña del sur. En La Villa del Rosario de Cúcuta, Bolívar le invita a ocupar la vicepresidencia de la República.

Esta prospectiva es saludable para entender la responsabilidad a la que se vio abocado José María Cabal una vez asumió la comandancia de las tropas del Ejército de la Unión granadina en su retirada de Pasto. Fue nada menos que la conducción del resto de tropa de aproximadamente 1.200 hombres atrapados en un inicuo camino de herradura de 200 kilómetros de largo entre Buesaco y Popayán, sin las mínimas condiciones de vida, ni alimentos, abrigo ni medicinas, acosados a cada instante por hordas de milicianos fanáticos con armas blancas que pretendían defender su religión y su monarquía. Nadie sospechaba lo que allí iba a suceder y menos aún la gente de hoy, quienes solo hasta ahora conocemos lo que verdaderamente ocurrió. Culpa de nuestra aletargada Historia Patria.