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Caña libertadora

Y aparecieron los mamertos de siempre, aquellos quienes cuestionan el papel de los cultivadores de caña en la Independencia colombiana.

5 de enero de 2020 Por: Alberto Silva

Y aparecieron los mamertos de siempre, aquellos quienes cuestionan el papel de los cultivadores de caña en la Independencia colombiana. Esos bobitos no saben que entre los bienes con mayor valor de la nación, se encuentra la caña de azúcar, gramínea que la acompaña fielmente desde hace cinco siglos cuando los españoles iniciaron la conquista de América.

Los conquistadores al desembarcar en las playas de Santa Marta (1525), Cartagena (1536) y Buenaventura (1541), puertos por donde comenzó a formarse Colombia, portaban sobre sus hombros largos estolones (tallos) de caña de azúcar para sembrarlos en los sitios donde harían sus fundaciones. Aparecieron así los primeros rebrotes de caña americana en los surcos de cultivos al compás del nacimiento de infantes mestizos: los criollos españoles indianos. Y esto sucedió en todo el territorio de las dos grandes cuencas hidrográficas de la Nueva Granada: la del río Cauca y la del Magdalena.

Alegremente los publicistas y técnicos agrícolas de hoy consideran al café como el principio y fin de la economía colombiana. Y alguna razón les asiste para pensarlo así. Pero el cuento es muy distinto. Cuando los jesuitas introdujeron el café al territorio colombiano vía Llanos Orientales por las bocas del Orinoco hasta Santa Teresa de Tabage en el río Meta durante el siglo XVIII, ya la caña de azúcar le llevaba 300 años de ventaja en la colonización del país.

Por esta razón, en la vida de Colombia el café sólo se encasilla y consolida firmemente en el último siglo, mientras que la caña de azúcar lo hace desde el primer día de los cinco siglos vividos por la nación hasta hoy. Simón Bolívar no probó un solo tinto durante su trabajo en la Independencia de la Nueva Granada pues el grano todavía no se había extendido como hábito en la población, pero sí tomó como buen trapichero, desde niño, ‘aguadepanela’ en el trapiche de su hacienda San Mateo en Venezuela y endulzó siempre con raspadura de pailas o con azúcar moreno, las tazas humeantes de chocolate preparado con cacao nativo, en las madrugadas de sus campañas guerreras.

El establecimiento de la cadena alimenticia de la caña de azúcar comenzó con la siembra artesanal, su cultivo y cosecha, para proceder a la elaboración de la panela, azúcar, mieles, alcohol y aguardiente con que se daba inicio la vida de los pueblos y al comercio entre ellos. Por fortuna Colombia ha contado con feraces tierras para su siembra que permitió el avance poblacional y la consolidación del país como se percibe ahora.

Al momento de la Independencia, el país llevaba tres siglos de colonización. El derribo de selvas y montañas se inició a las orillas de los caminos indígenas que atravesaban al primitivo país. Y lo fue durante siglos para establecer mejoras primero, con los cultivos del pan coger donde la caña ocupó el primer lugar. Los cultivadores sabían que detrás del trapiche vendrían los aprovechamientos de los subproductos de la molienda, como los cogollos, la cachaza y las mieles de purga para alimentar bueyes, cerdos y caballerías. En otras palabras: producir alimento para los humanos mediante la trasformación de la proteína y carbohidratos contenidos en esos subproductos de corte y molienda, en carne de reses vacunas, de cerdos y de otras especies animales alimentadas con ellos. Lo mismo que en elementos vivos de fuerza y tracción animal como mulares y caballos para cargar caña desde los cultivos o para mover trapiches, arados y carretas trasportadoras. La gramínea fue sin duda luego el pilar básico de la economía de guerra en la Independencia y el valle geográfico del río Cauca su principal y generoso puntal. Ya lo veremos.