El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Campaña confederada

Por ningún motivo los oficiantes de la Historia Patria Nacional han de pasar de nuevo por encima del enorme protagonismo vallecaucano, que inició la gesta libertadora del país.

14 de agosto de 2018 Por: Alberto Silva

La primera campaña militar en la guerra de Independencia de Colombia inició en Cali a instancias de Joaquín de Caicedo y Cuero, quien una vez firmada el Acta del 3 de julio de 1810 por el cabildo caleño y luego de conformar la coalición de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca, decide marchar a la capital de la ‘Provincia de Popayán’ a la que pertenecían Cali y las más florecientes fundaciones de la época, Buga, Cartago, Toro, Anserma y Caloto, para deponer al gobernador español Miguel Tacón y Rosique, adherente irrestricto de la Junta de Regencia de España de la cual esas ciudades eran opositoras.

Las ciudades confederadas solicitan ayuda militar a la Junta Suprema de Santafé de donde les llega un reducido aporte de 120 hombres de la Guardia Nacional, entre quienes formaban varios oficiales de carrera: el capitán José J. Ayala, acompañado por los tenientes José María Cancino y José Ignacio Rodríguez, santafereños, Eusebio Borrero, vallecaucano y Atanasio Girardot, antioqueño. A finales de diciembre llegan a Cali comandados por el brigadier Antonio Baraya natural de Girón. La mitad de esa tropa acampó en el actual barrio Santa Mónica, al norte de la ciudad, y el resto al sur en la hacienda Cañasgordas.

Con anterioridad a la llegada de Antonio Baraya, los cabildos de las ciudades vallecaucanas habían comenzado el reclutamiento de tropa para conformar el ejército patriota que fue progresivamente acantonado en el sitio de la ‘factoría’ en Llanogrande, Palmira, un amplio lugar con instalaciones construidas para la fabricación de cigarros. Allí y en lugares aledaños, acamparon y se instalaron los combatientes de Cartago, Anserma, Toro y Buga, hasta lograr completar un batallón de 500 hombres financiados por los hacendados de la otra banda. En ese lugar empezaron a figurar nombres que luego se harían memorables en el conflicto bélico de la Independencia: los capitanes de Llanogrande, el legendario grupo castrense de hacendados del lugar, quienes se convirtieron en ejemplo de la mística y empeño con que los vallecaucanos acometieron la gesta emancipadora. La relación de sus integrantes recuerda los apellidos de quienes más adelante quedaron sembrados en los campos de batalla, abatidos durante el largo conflicto.

En Cali se conformó otro batallón de infantería y un escuadrón de caballería con el nombre de Patriotas de Cali. El historiador Alberto Carvajal recibió información del doctor Belisario Palacios, que el número de combatientes de esa unidad ascendía también a 500 soldados.
Entonces el ejército vallecaucano junto con la expedición de Baraya completó 1.200 hombres, tal como lo afirmó Joaquín de Cayzedo y Cuero en carta a Ignacio de Herrera y Vergara, el 13 de marzo de 1811.

Para proveerlos de armas se recurrió a la dotación normal de fusiles y pistolas que poseían las guarniciones en las poblaciones vallecaucanas y por la afortunada incautación de fusiles y municiones que desde Panamá había enviado el gobernador Juan Domingo Iturralde a Tacón y Rosique y que fueron retenidos cuando llegaron a Cali. Marchó así, el ejército confederado a Popayán para dar la primera batalla de Independencia en el Bajo Palacé.

Por ningún motivo los oficiantes de la Historia Patria Nacional han de pasar de nuevo por encima del enorme protagonismo vallecaucano, que inició la gesta libertadora del país. Ahora con el reinicio de la cátedra de historia por Ley de la República en escuelas y colegios, la comisión encargada de establecer su pénsum debe hacerlo con la verdad por delante, esa que olvidaron Henao y Arrubla cuando diseñaron el anterior que ocultó hasta ahora a las juventudes escolares su verdadero pasado. Esta vez con la veeduría de todo el país no habrá margen para error.