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Autopistas engañosas

Las autopistas que causan tanta admiración en los visitantes del Occidente colombiano durante los puentes festivos, están muy lejos de mostrar su verdadero valor.

4 de junio de 2017 Por: Alberto Silva

Las autopistas que causan tanta admiración en los visitantes del Occidente colombiano durante los puentes festivos, están muy lejos de mostrar su verdadero valor. Quizás cualquiera, en el mejor de los casos, se atreva a contar lo que pasó con eso de la malla vial levantada encima de lo que fueron, grandes lagunas, selvas y sumideros. Pero hasta allí llega la cosa porque no sabemos más de lo que a simple vista observamos. Por ejemplo, los ingenieros y contratistas apenas conocen de los avances técnicos empleados para construirlas, más no las circunstancias que vivieron encima de ellas los aborígenes, europeos y africanos durante los últimos 500 años. Es decir: existen muchos más elementos que debemos conocer sobre ellas para actuar como buenos anfitriones. El asunto es más profundo.

También los operadores turísticos saben poco de estas cosas por una sola razón: no conocen su propia historia, porque nadie se las ha enseñado. Hace 30 años el Ministerio de Educación la excluyó torpemente de los pensumes en las escuelas y colegios. Por eso somos actualmente pésimos vendedores; no se puede vender lo que no se conoce. Las autopistas del Occidente colombiano empezaron a construirse desde cuando los caminos del indio fueron utilizados por los españoles y mestizos en la Colonia. Y así se encontraban todavía, como sencillos caminos de a pie, al momento de entrar los españoles y mestizos a su segundo siglo de coloniaje.

Los colonos que entraron al Occidente colombiano por Cali a enfrentar el segundo siglo de conquista y colonización, -a esas fechas ya habían muerto todos los primeros conquistadores y colonizadores, pues sus expectativas de vida eran muy cortas- encontraron a la vera del río Cauca múltiples tribus indígenas que les salieron al paso. Unas guerreras y otras pacíficas. Esta vez: bugas, pijaos, ansermas, carrapas, gorrones, irras, putimaes, quinchías, quindos y quimbayas, con distintos idiomas y dialectos.

Al segundo siglo, la fuerza colonizadora se encontraba por los lados del hoy llamado el Eje Cafetero, para lo cual Cartago se erigía como su principal núcleo colonizador. Había sido fundada un siglo atrás en donde hoy se encuentra Pereira. Ya era ciudad centenaria y por ser casa de la fundición de oro, buscaba afanosamente comunicarse con Santafé de Bogotá. En esa búsqueda los cartagueños dejaron regados sus genes en la ya disminuida población indígena a lo largo del camino, que por fin se establecieron en la vía de lo que hoy es Salento.

A 150 años de su fundación, en la brega por librarse de los belicosos pijaos y acortar el camino de Salento, los cartagueños trasladaron su poblado al sitio donde se halla ahora, a orillas del río La Vieja. Así, en los siguientes dos siglos, Cartago ofició como colonizadora del actual Risaralda y de la hoya del Quindío hasta Boquía, primera parada o posada antes de iniciar el empinado camino para cruzar la Cordillera Central y bajar a Ibagué. Era el Eje colonial del río Cauca en pleno ejercicio. No imaginaron los cartagueños que tres siglos después, en 1830 sobre las tierras por ellos domadas, -Barcinales y Salento- pasaría el Libertador Simón Bolívar en su último viaje a Santafé de Bogotá rumbo a su encuentro final con la muerte en Santa Marta.

Fueron los cartagueños, integrantes del Eje colonial del río Cauca, quienes abrieron las impenetrables hoyas del Quindío y del Otún, siglos antes de la llegada de las hordas antioqueñas, tolimenses y boyacenses en 1885, que profanaron durante 30 años cantidades de tumbas de los ancestros quimbayas para apropiarse del oro, guardado en ellas con piadosa devoción y reverencia.

La historia de Colombia está en deuda con Cartago... desde hace siglos.