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Semana Santa en el campo

Cuando estaba pensando en el tema para la columna de hoy recordé...

11 de abril de 2012 Por: Alberto José Holguín

Cuando estaba pensando en el tema para la columna de hoy recordé haber escrito una hace poco sobre la Navidad en el campo y la busqué. Pero no hacía poco como yo pensaba pues fue publicada el 23 de Diciembre de 2009. Pasaron 28 meses volando. Como el plan de ese fin de año me encantó, resolví repetirlo esta Semana Santa, y me vine al mismo sitio en que pasé aquella Navidad: una casa sencilla pero acogedora situada junto a un bosque, en un paraje de maravilla lleno de aves y flores, donde el silencio se escucha y es necesario usar suéter al caer la tarde y en la noche arroparse con cobija de lana, no obstante su cercanía de la ciudad.Por no disponer de máquina de escribir ni de computador, he tenido que hacer este artículo con lápiz y papel, lo que por falta de costumbre es algo incómodo y da una sensación un poco rara, distinta a cuando se está frente a un ordenador, pero esa incomodidad se compensa con el ambiente que se respira en medio de la naturaleza, rodeado de plantas silvestres y escuchando el ruido orquestal de las guacharacas y el trino de otros pájaros que infunden una paz infinita. Lástima que me voy mañana pues hasta hoy Sábado Santo, cuando estoy escribiendo esta nota, estoy feliz de estar aquí.En el campo el aspecto religioso sigue siendo de gran importancia y en esta época del año las ceremonias de Semana Santa son el plato principal. Y a uno le nace el deseo de participar en ellas. La iglesia, grande como todas las de los pueblos pequeños, ha sido engalanada por los vecinos para la ocasión y reúne una mezcla increíble de citadinos y campesinos que comparten el mismo ambiente de recogimiento y respeto. La campesina sencilla vive el momento con las niñas elegantes y el labriego que ha asistido con su esposa y 4 niños está sentado al lado del doctor que ha ido con la suya y sus retoños. Todos participan juntos de esta solemnidad en medio de una sincera camaradería. Capítulo especial merece el sacerdote a cargo de los oficios. A veces en los pueblos es alguien con autoridad absoluta que impone su santa voluntad porque tiene al frente un auditorio de personas sencillas, alguien que por su manera de ser y predicar nos hace retroceder en el tiempo a aquellas épocas de curas infalibles, ceremonias eternas, incienso en cantidades, gran temor y mucha pompa. Pero aquí no es así. De la sacristía sale al altar un hombre vestido con los ornamentos sagrados que inmediatamente irradia simpatía. Es bajito, regordete, bonachón y sin ínfulas de nada. Habla sin retórica, en términos claros y comprensibles, más prácticos que etéreos. Todos están contentos, incluyéndome a mí, e inconscientemente pasa la hora y media que aquí comúnmente duran estos ritos. Terminado éste, todos se saludan al salir porque todos se conocen.Me fui satisfecho de haber participado en estos actos. Pensando que si algún día se logra recuperar el campo para los campesinos, se hará el milagro de conseguir la paz para Colombia. Porque los desplazados que injustamente fueron despojados de las parcelas en que nacieron, podrán regresar a ellas a producir y hacer patria.Cuando estaba absorto en estos pensamientos escuche unos sonidos poco comunes. Parecían resoplidos o graznidos. Salí a ver de que se trataba. En el árbol que hay en frente de casa, una bella pareja de lechuzas despertaba de su letargo para dar comienzo a sus aventuras nocturnas.