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Xenofilia

Todo lo colombiano es malo. País de cafres, dijo un expresidente. Ladrones, tramposos, vivos que encuentran la menor oportunidad para torcer la ley.

29 de diciembre de 2022 Por: Alberto Castro Zawadsky

Un rasgo indiscutible del colombiano es la xenofilia. Nos fascinan los extranjeros. Nos hinchamos de orgullo cuando presentamos a un amigo alemán. La familia celebra emocionada cuando la niña se casa con un árabe. Recibimos orgullosos la visita de un conocido español.

Hay una hipótesis que sugiere es consecuencia de otro rasgo con el que cargamos como una pesada cruz, nuestra bajísima autoestima.

Todo lo colombiano es malo. País de cafres, dijo un expresidente. Ladrones, tramposos, vivos que encuentran la menor oportunidad para torcer la ley.

No es sino abrir un periódico o revista, ver un programa de análisis por televisión, para enterarse de las más variadas imprecaciones que se usan para describir nuestra lamentable y terminal situación.

Pero también podríamos atribuirle a la Constitución Política de 1820 que estableció que todos los extranjeros gozarán de los mismos derechos de los colombianos.

Con esa tradición fue que el gobierno Duque organizó toda una estrategia de atención y respeto a los venezolanos, que sin duda ha sido ejemplo para el mundo.

Un país sin muchos recursos que se ajusta la correa para darle la bienvenida a millones de exiliados de un régimen que ha logrado empobrecer y atormentar a su población.

Quien se haya tomado el trabajo de darles una mano y preguntarles, se da cuenta que no andan buscando un ‘sueño americano’. Solo buscan algo de paz y libertad y si es posible un trabajito para sobrevivir.

Algunos de los que han logrado acomodarse, claman al cielo al constatar que comenzamos a dar tumbos que se están pareciendo mucho a la progresiva descomposición que los terminó expulsando.

Quien lee la declaración de los derechos humanos constata que en el papel, todos los seres humanos nacen iguales y tienen derecho a no ser discriminados por razones de sexo, edad, raza, color, idioma, religión, origen social o nacional. Y se reconcilia con los líderes mundiales que los recitan con impecable dicción.

Para luego ver cómo califican a unos sufridos inmigrantes de alienígenas ilegales (illegal aliens), los encierran en campos de concentración, los separan de sus familias, o los empacan como ganado, con destino desconocido. Su ‘delito’ es su nacionalidad.

¿Seremos capaces de seguir siendo amables y receptivos con todos los ‘forasteros’, sin padecer de tanto autodesprecio?

Los pocos que viajan y los muchos que podrían enterarse del mundo a distancia, ¿serán capaces de ver que en todas partes del mundo se dan los mismos problemas que aquí creemos nos son exclusivos?
¿Seremos capaces de superar esa tan negativa, pueblerina y empecinada visión? ¿Será capaz la humanidad de evolucionar a un mundo en el que se borre ese artificio absurdo que son las fronteras?

Los avances en libertad siempre han partido de propuestas que son juzgadas como ilusorias. Cuando se vuelven realidad, después de largos esfuerzos, todos asumen que esa es la evolución lógica de la historia.

Repasar lo que significó la abolición de la esclavitud, la discriminación racial, religiosa y sexual, el avance en los derechos de la mujer y los niños nos hace pensar que el camino por recorrer será tortuoso, pero posible en la medida en que seamos capaces de defender lo que valoramos como correcto.

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