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Lo social

Hacer empresa, crear empleos, mejorar las condiciones laborales, es lo más social que puede haber.

25 de noviembre de 2021 Por: Vicky Perea García

En la evaluación de la gestión de los políticos, la categoría que más fascinación produce a los periodistas es “lo social”.

“Manejó muy bien la economía, pero se rajó en lo social”, es una de las bulas más proclamadas.

¿Pero qué es “lo social”? Si se cree en la ortodoxia del liberalismo económico, el Estado interviene sólo para proteger la libertad económica, que genera prosperidad, empleo y bienestar. Para ayudar a los desafortunados que no lograron puesto en el tren de la economía, están las organizaciones de caridad.

Un enfoque más al centro consiste en reconocer que el Estado, como representante de la sociedad debe ocuparse de los desvalidos. Si movemos el dial a la izquierda, el Estado tiene que responder por todos. Tenemos el derecho a ser asistidos y ayudados. Y aunque eso suena justo y bonito, la práctica ha resultado en tragedia.

En la medida en que un grupo humano aprende que pedir es la virtud más preciada, se invierte el ciclo de generación de riqueza y la miseria se generaliza. Ha ocurrido en todas las latitudes y culturas. Con unos experimentos sociales que si hubiesen sido diseñados con criterio científico, no habrían quedado tan válidos: las dos Alemanias y las dos Coreas. La misma gente, la misma capacidad, la misma cultura y tierra. Dos sistemas distintos y 40 años después la riqueza de la economía libre es 50 veces más que la socializada.

Podrán inflamarse algunos, pero la verdad es que Colombia tiene, después de Cuba y Canadá, el sistema de salud más socializado de América, y el asistencialismo es cada vez mayor. Se podrá argumentar que se requiere más, pero si el asunto se generaliza, se para la producción y no queda mucho por repartir.

Hacer empresa, crear empleos, mejorar las condiciones laborales, es lo más social que puede haber. Se trata a la gente con dignidad haciéndole sentir que el destino está en sus manos y que tiene la libertad de usar sus bien ganados recursos en lo que quieran. Y se contribuye, vía impuestos, al bienestar general.

Asombra la absurda disociación moral que permite calificar a un gran empresario, generador de productos, servicios y numerosos empleos, como un expoliador social, mientras se montan dulces apologías a quienes reparten la plata que otros han producido En la obsesión por denigrar la riqueza de quien ideó, arriesgó y trabajó, se ignora con siniestra alevosía que el gran capital no es sino una máquina de humanos que trabajan y producen para el bien de ellos y toda la sociedad.

En cambio los subsidios humillan, destruyen la iniciativa, a menos que sean usados para pobreza extrema o igualar oportunidades para los capaces.

La grave tragedia del socialismo no es el daño que le infringe a quienes lo padecen. Es el engendro de una cultura de dependencia, en la que la creatividad, las ideas, el impulso para mejorar, trabajar duro y con disciplina, desaparecen.

Los resultados han mostrado una y otra vez la distancia entre el bello discurso igualitario y la realidad de una gran masa empobrecida, que ve cómo una camarilla se llena de privilegios. Al tener garantizada la existencia, y perder el acicate para progresar, el humano se acomoda en los sillones de la mediocridad.

AHORA EN Alberto Castro Zawadsky