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Gloriosas guerras

Pero peor es la ignorancia de desconocer a Gandhi, quien logró la independencia de la India sin tomar las armas. A Martin Luther King, quien logró la eliminación de las odiosas leyes discriminatorias en Estados Unidos, contando un sueño

10 de junio de 2021 Por: Alberto Castro Zawadsky

Es muy romántico el discurso que nos muestra el progreso de las sociedades a punta de guerras. Que son los bombazos, cuerpos destrozados, la sangre, el sufrimiento y el dolor, los que nos han dado los derechos. Algo de validez hay, cuando hablamos de las guerras de independencia del siglo 18. Esa glorificación está expresada en los himnos, textos de historia, monumentos y literatura exaltando el sacrificio que hicieron nuestros antepasados para darnos libertad.

Pero ver a un actor trasnochado, y decenas de comentaristas, queriéndonos vender que el progreso social en el siglo 21 solo se logrará con “jóvenes mutilados, cabezas rodando”, no solo tiene la perfidia de graduar de heroica todo acción letal y destructiva, sino que demuestra que los ideólogos detrás de todo el horror, poco se instruyen en historia moderna.

El primer supuesto falso, es considerar todas las guerras como gloriosas. Hitler, Mussolini y los generales japoneses, fueron diligentes parteros de una historia macabra de horror. Para no mencionar a Stalin, Mao y la dinastía Kim, que en conjunto han aportado más de 100 millones de muertes, incalculable sufrimiento a sus respectivos países, y tremendo retraso en el avance en derechos de la humanidad.

Pero peor es la ignorancia de desconocer a Gandhi, quien logró la independencia de la India sin tomar las armas. A Martin Luther King, quien logró la eliminación de las odiosas leyes discriminatorias en Estados Unidos, contando un sueño. A Nelson Mandela, quien después de una juventud equivocada, fue capaz de usar la fuerza de la razón para terminar firmando con sus carceleros y peores enemigos. A Desmond Tutu quien fue catalizador de la transformación en Suráfrica y figura apaciguadora en otros conflictos. A Gorbachov quien logró acabar con la Unión Soviética y tumbó el muro de Berlín, con el solo ruido de los martillos. A Lech Walesa y Juan Pablo II que liberaron a Polonia y Europa oriental del yugo comunista, con la fuerza de la palabra y la fe. A Deng Xiaoping quien logró la transformación de China con la implantación del “glorioso” liberalismo económico.

Todas, enormes e importantísimas transformaciones sociales que han producido indudables beneficios en sus respectivos países, y con indiscutibles avances en los derechos humanos. Sin poesía y sin melodrama revolucionario desueto, el mundo ha evolucionado hacia la mejoría. Ninguno de esos grandes líderes ha evocado “empalados, o chimeneas de campos de concentración, o carne incinerada”, para lograr que en sus países se respeten derechos humanos, progresen las leyes laborales, o se implanten servicios de educación o salud. Ninguno ha acudido al efecto redentor del humo de bancos y mercados quemados, o al liberador olor de la leche fluyendo por las alcantarillas o la piel de policía ardiendo con bombas molotov.

¿Habrá quien nos ayude a dilucidar, porque el mundo escogió el camino de prosperar en paz, mientras en Latinoamérica florece esta versión tan anacrónica y brutal de la izquierda? ¿Cómo cabe la palabra “humana” al lado de semejante apología del horror? Cómo es que hay tantos personajes que le dan la bendición a tan absurda estrategia para avanzar?

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