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Relatos de cuatro ciudadanos de Siria sobre su vida en medio de la guerra

Cuatro habitantes de dos ciudades sirias le contaron a El País, a través de Facebook, cómo viven el conflicto desde hace dos años y seis meses.

15 de septiembre de 2013 Por: Diana Isabella Sánchez Bolaños | Reportera de El País

Cuatro habitantes de dos ciudades sirias le contaron a El País, a través de Facebook, cómo viven el conflicto desde hace dos años y seis meses.

11 de septiembre de 2013. 11:33 p.m. en Lattakia, al oeste de Siria. Balsam Saeed ofrece disculpas. Están en guerra. Advierte que si inesperadamente se desconecta de Facebook es porque hubo un corte de energía. El Ejército sirio tiene controlada la ciudad. A unos pocos kilómetros, grupos de rebeldes armados aguardan. Se desconecta. 11:38 p.m.. La ventana de conversación titila. Balsam ofrece disculpas nuevamente. Está a salvo. A 30 kilómetros se escuchan las explosiones y los disparos. En su país, hace dos años y seis meses están en guerra. Está acostumbrada a estos sonidos, pero el miedo permanece intacto. Quiere que la verdad sea dicha.Balsam habla de miedo. Aunque los militares tienen el control de la ciudad, y mientras hablamos se siente a salvo, dice que un ataque podría ocurrir en cualquier momento. El cambio es la rutina. El temor por el futuro y por esa vida que ya no es lo que era, son una constante.***Balsam tiene 33 años y es ingeniera de software. Trabaja como profesora en una universidad de Siria. Su familia está integrada por su madre y cuatro hermanos. Su padre murió hace algún tiempo y varios de sus parientes fueron asesinados en estos dos años y seis meses. Intenta vivir con la mayor normalidad posible. Pero el miedo se lo impideRecibir en el celular fotografías de amigos y familiares decapitados, aterroriza. “Son unos monstruos”, dice mientras muestra las imágenes que parecen sacadas de una película de terror: hombres que sonríen triunfantes mientras agarran por los cabellos la cabeza de alguna de sus víctimas, manos ensangrentadas, cuchillos y cuerpos desmadejados en el suelo. El parecido con la ficción desaparece con este tipo de anexos en un mensaje de texto.El horror continúa. El recordatorio fotográfico de la guerra no es suficiente. Balsam lo sabe. Una de sus amigas, Afaf, fue violada y, como si fuera poco, secuestraron a su hijo, un niño de siete años que apareció muerto luego de que robaran sus órganos en Turquía. Lo hicieron porque Afaf no quiso unirse a una guerra que inició como una protesta social el 15 de marzo de 2011 en contra del presidente sirio Bachar al Asad.‘El día de la ira’, como lo llamaron en Siria, desencadenó una guerra civil. Han sido más de dos años de furia en los que, según cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), han muerto más de 100.000 personas. Al Asad no ha sido derrocado y su gobierno se mantiene firme en la línea de batalla contra una oposición sin rostro y la opinión internacional. El régimen y los rebeldes se culpan entre sí por el derramamiento de sangre, mientras que los civiles aguardan un próximo bombardeo, un nuevo enfrentamiento en las calles o fotografías propias de “monstruos” que traen la ficción a la realidad. “Tememos más por nuestro país que por nuestras almas”, asegura Balsam. Ella es valiente. Un amigo suyo, que es médico, le enseñó primeros auxilios. Cuando ocurre un ataque, “si quedo viva, me aseguro de ayudar a otros”. Mientras el Gobierno y la oposición se enfrentan, el pueblo sirio intenta mantenerse con vida.*** Actividades cotidianas como ir a trabajar, salir con amigos, pasear por las calles y llegar tarde a casa, ahora están cargadas de estrés, miedo y desconfianza. Pueden ser secuestrados o alcanzados por una bomba ‘Hawen’ que, pese a ser de “bajo poder”, es suficiente para matar a una persona y causar destrozos en las edificaciones. A Balsam le gustaba ir a almorzar con sus amigos luego del trabajo. Ahora, se apresura en llegar a casa. Le asusta el giro que ha dado su vida. Sin embargo, ya está acostumbrada a los estallidos y a la alerta permanente, igual que Ran Nass, que a 332 kilómetros, en Damasco, capital de Siria, ya no se asombra ni se aterroriza ante las explosiones, porque “después de tantas veces, uno se acostumbra y se interesa por chequear que la familia y amigos estén bien, y a esperar que no haya muchos daños. Veo las noticias y evito ir al lugar cercano al ataque. Tener miedo es normal, ¿cómo no tenerlo?”, cuenta.Ella tiene 32 años y es ingeniera de sistemas. Una vez, una bomba ‘Hawen’ estalló en su casa, también hubo disparos en su habitación y uno de sus primos resultó herido en Maalula, una ciudad cristiana al noroeste de Damasco. Cuando esto pasa, dice, nadie se esconde, no hay en dónde. Lo afrontas y ya. Si sobrevives, te levantas e intentas regresar a esa falsa normalidad que crea la guerra. Para Ran Nass, los conflictos políticos importan poco cuando el “estrés y el sufrimiento” por ver a su país destruido son tan grandes que ni siquiera le dan ganas de comer. Se siente deprimida y espera un mejor futuro en el que pueda volver a salir a las calles sin miedo, sin pensar en regresar temprano a casa para evitar ponerse en riesgo; un futuro en el que Damasco no tenga cicatrices de explosiones y donde no deba ser reconstruido cada tanto en un tiempo récord de dos días (que es lo que tarda el Estado en recoger escombros y arreglar los daños). Derrocar a Bachar al Asad no es una prioridad, porque “con lo que está pasando, no pienso en que él deba salir de la Presidencia sino en que es el hombre en la mejor posición para hacer lo mejor por Siria”, dice Ran Nass, quien cree que el Gobierno hace las cosas bien. Es drástica. Sus opiniones no han sido quebrantadas por la guerra. “Matar por matar no tiene justificación. La gente tiene derecho a pedir muchas cosas, pero lo que está pasando ahora no es correcto. Matan gente sin razón. Destruyen a Siria sin razón”, asegura Ran Nass, al referirse a los rebeldes. Muerte y destrucción. Eso es lo que el mundo entero presenció atónito el pasado 21 de agosto cuando un supuesto ataque con armas químicas en la periferia de Damasco dejó como resultado más de 1400 muertos. Este es considerado como el peor ataque químico ocurrido en Siria en dos décadas. Estados Unidos lo atribuyó al régimen del presidente Bachar al Asad. Es irónico. Ran Nass no sabe nada de ese día; tampoco lo saben Balsam ni Samar, y aunque esta última no estaba en Damasco, conocidos suyos que estuvieron en el lugar en el momento del ataque, no resultaron heridos. Ellas sospechan. Balsam asegura que los sirios saben que el Gobierno no fue responsable del ataque, y abre el paso a las dudas: ¿Recuerdas Iraq? Esto es lo mismo, mentiras para ser ocupados por América. Ran Nass dice que ese día fue a trabajar normalmente y que no escuchó nada; sostiene que “si el ataque mató a tanta gente como dicen, entonces yo también estaría muerta”. Samar, ingeniera de 33 años, usa la lógica: “En fotos se ve a gente ayudando a quienes resultaron heridos. Ellos no tienen ninguna máscara cubriendo su boca, lo cual es imposible. No sé qué pasó allá, pero es horrible y es irrespetuoso con cualquier sentido de humanidad”. Ni los sirios, ni Estados Unidos, ni la ONU, ni el resto del mundo, tienen claro aún qué fue lo que pasó el 21 de agosto. Solo concuerdan en que, sin importar si fue el régimen de al Asad o la oposición, es un acto lamentable que debe ser sancionado. ***¿Abandonar Siria? Ni siquiera es una opción. Pese a que, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), más de seis millones de sirios se han desplazado de su país para refugiarse en Líbano, Jordania, Turquía e Iraq, son muchos quienes deciden quedarse a pesar del miedo, la muerte y la destrucción. Para Ran Nass y Balsam, es su derecho permanecer en Siria, en su hogar. Coinciden en que si mueren a causa del conflicto, al menos estarán en su país. Cuando todo termine, ayudarán a reconstruirlo.“No, no puedo irme. Sé que no es el más hermoso, pero es mi país. No dejaré Siria, prefiero morir”, dice Balsam. Ella es valiente. Está acostumbrada a la guerra y está lista para superarla. Samar, quien se encuentra haciendo una maestría en Montreal, Canadá, estuvo en Damasco hace un mes. Asegura que en 10 años, espera que todo se haya solucionado para volver a vivir en su ciudad, donde la esperan sus padres y su hermana. Su esposo está ansioso por volver pronto. “Mi padre prefiere morir antes que dejar su hogar y a sus vecinos. Ellos creen que si vas a morir, puede ser en cualquier lugar y en cualquier momento, así que... no importa”. Algo similar opina Fadi, un dermatólogo que vive en Damasco y que está seguro de que “lo que tenga que pasar, pasará”. Es simple, la muerte llega y ya. Es un hombre radical, seguro. La guerra no está por encima de sus convicciones. “Nos quedamos aquí, lo que sea que la fe nos traiga, estamos listos”, sentencia. ***2:10 a.m. en Lattakia, Siria. Balsam se desconecta. Ella, a la que contacté a través de Samar (quien estudia con una caleña) solo quería que la verdad fuera dicha. Su país vive una cruenta guerra, cuyo final es incierto. AcuerdosEl secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry y su colega ruso, Serguei Lavrov, anunciaron el sábado que llegaron a un acuerdo para destruir todas las armas químicas de Siria y así evitar una intervención militar norteamericana. Agregaron que pedirán una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que podría autorizar sanciones (sin llegar a una acción militar), si el gobierno del presidente Bachar al Asad no cumple con su promesa de entregar el control de ese arsenal a manos internacionales.Siria tendrá que entregar en una semana información sobre su arsenal de armas químicas para evitar un ataque, según anunció Kerry, luego de tres días de negociaciones con el ministro de Asunto Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov.Asimismo, los inspectores internacionales que verificarán el desmantelamiento del arsenal de armas químicas de Siria deberán estar en el terreno a más tardar en noviembre próximo, afirmó John Kerry.La eliminación completa de todo el material de armas químicas y equipamiento debe completarse en la primera mitad de 2014, de acuerdo con un documento de principios sobre cómo debe realizarse el procedimiento, y que está dirigido a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas.

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