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Refugiados en Europa, una esperanza asfixiada por alambradas

La crisis de refugiados cada día es más dramática. Alemania recibe a aquellos que pueden satisfacer sus necesidades de mano de obra, los demás son dejados en campos especiales. Así se vive en ellos.

21 de septiembre de 2015 Por: Margrit Schiller | Especial para El País

La crisis de refugiados cada día es más dramática. Alemania recibe a aquellos que pueden satisfacer sus necesidades de mano de obra, los demás son dejados en campos especiales. Así se vive en ellos.

Una avalancha es la que llega a Alemania: 100.000 refugiados solamente en agosto, 20.000 en un fin de semana de septiembre. Los principales noticieros de Alemania ocupan cada día sus primeros minutos mostrando los miles de refugiados de todas las edades que llegan a las puertas de Europa. La mayoría viene huyendo de la guerra en Siria o Irak, y llegan después de haber recorrido miles de kilómetros. 

No hay camino legal para llegar como refugiado a Europa. Alemania no da visa y eso implica que los refugiados no pueden comprar pasajes de avión o de barco, tienen que buscar otros caminos muy peligrosos. 

Hasta el verano del 2015 los refugiados provenientes de Medio Oriente o África intentaban entrar a Europa en barcos precarios y balsas desde Libia, miles morían cada año en el mar mientras Europa observaba con tristeza y espanto, pero la posición del gobierno alemán estaba clara: “Nosotros no los queremos”. 

Debido a la posición, principalmente de Alemania, la Unión Europea puso en funcionamiento una norma llamada  Dublín, que obligaba a los refugiados a quedarse en el país al que llegan primero,  lo que ha provocado que Grecia e Italia reciban a una cantidad de refugiados que los desborda en sus posibilidades.

A mediados del 2015 la situación humanitaria desbordó, los políticos en Bruselas se vieron obligados anunciar una guerra contra el trafico ilegal de inmigrantes. 

Barcos de guerra zarparon al mar para desentusiasmar a los refugiados y los traficantes de inmigrantes, no para ayudar o mejorar la situación humanitaria.  Pero los refugiados y las personas que comercian con su sufrimiento encontraron rápidamente otros caminos hacia Europa, a través de Turquía y  Grecia, cruzando las fronteras y caminando por Macedonia, Serbia, Hungría y Austria hasta llegar a Alemania.

Una vez en Alemania, el gobierno controla, registra y selecciona a los refugiados que cada día llegan al país. Hace tiempo se separa entre “buenos” refugiados y “malos” refugiados. 

Los buenos son los que Alemania busca, con formación y de clase media aptos para trabajar, ya que la población activa de Alemania está disminuyendo desde hace años. Los refugiados Sirios cumplen  con estas características al contrario de los refugiados provenientes de África.

Desde hace más de 20 años Alemania viene encerrando a los refugiados en zonas conocidas como Lagers (Centros de internación para extranjeros) ubicados lejos de los centros urbanos en donde se realiza la vida cotidiana. En el 2012 algo empezó a cambiar.  Tras del suicidio de un compañero de 20 años en un Lager los amigos refugiados marcharon durante 4 semanas desde el sur de Alemania hasta Berlín a pie, un camino de 600 km.

Durante el trayecto rompieron en frente de las cámaras televisivas sus documentos de refugiados, no les era permitido traspasar las fronteras federales alemanas con ellos, y mostraron su determinación de no aceptar más ser los excluidos. Ocuparon una plaza pública en el centro de Berlín y una escuela pública en desuso, rompiendo el silencio sobre sus condiciones de vida en Alemania. Alemanes que hasta ese momento no se habían interesado por ellos, especialmente gente joven, se acercaron y se solidarizaron. 

Durante el 2014 creció en Alemania un amplio movimiento anti-refugiados de tal forma que en Dresden se manifestaban todas las semanas decenas de miles de personas en contra de brindar asilo y de los refugiados. 

Las condiciones y las posibilidades de vida de los refugiados se diferencian mucho. Los sirios que vienen ahora reciben rápidamente asilo y permiso de residencia, pueden alquilar apartamentos y trabajar.   A los refugiados que vienen de otros países y que no son iraquíes cristianos les toca una suerte distinta, los ponen en  un Lager donde se quedan meses y años sin saber su futuro y sin poder hacer algo. 

 Amjad es un hombre del Kurdistán Sirio, trabajó de ingeniero electrónico en una pequeña empresa al norte de Siria hasta que la sede de la empresa fue bombardeada, y de manera similar perdió su casa.  

Cuando el estado islámico (IS) lo quiso reclutar huyó a Beirut dejando en un sitio seguro a su mujer e hijos. 

Descartó los campos para refugiados de Jordania, Lébano y Turquía. Siguió su camino hacia Turquía pero le fue imposible encontrar trabajo y decidió seguir hacia Europa. 

A través de un traficante de inmigrantes compró una plaza en una balsa para cruzar el mediterráneo y llegar a Grecia, vio morir a varios de sus compañeros de balsa, el viaje siguió a pie,  durmiendo bajo puentes, en albergues o a la intemperie hasta Austria en donde lo pusieron junto con cientos otros refugiados en un tren desde Viena hasta Munich. Hace cuatro días que llegó a Alemania y luego de un viaje de dieciséis meses está feliz, solo espera al permiso de residencia para poder traer a su familia.

Elisabethi llegó hace 20 años con sus dos hijas pequeñas desde Somalia huyendo de la guerra civil. Hoy tiene 59. Es una mujer menuda, amable, con voz baja. Después de su llegada a Alemania ella y sus hijas vivieron durante siete años en un Lager, lejos de todo. Sin trabajo, sin escuela, sin curso de alemán. El Lager tenía 20 habitaciones para albergar a 40 personas, una sola cocina y dos baños sin cerradura para las puertas. En cada uno de los cinco pisos, la mayoría de refugiados eran hombres jóvenes o de mediana edad, muchos traumatizados por las duras condiciones del viaje hacia Europa o por las situaciones que los obligaron a emigrar.  Los residentes del Lager no compartían la misma cultura, idioma o religión. En estas condiciones la violencia de género era algo cotidiano y la desprotección máxima.

Elisabeth esperó en estas condiciones años, sin saber si iba a poder quedarse en Alemania o si iba a tener que irse. Después de 7 años se le permitió salir y buscar su proprio apartamento en Berlín. Fundó junto con otras mujeres una organización de mujeres refugiadas para no dejar a las mujeres solas en esas condiciones. 

Halidou tiene 16 años. Todo su cuerpo expresa profunda tristeza. No se acuerda cuándo empezó el viaje desde Mali junto a su madre escapando de la guerra civil y de las tropas francesas. Su padre se había ido hace años hacia Europa y nunca más volvieron a saber de él. Cruzaron África central, el desierto de Níger a pie, sobre buses y camiones, hasta llegar a Libia.

 Allí los detuvo una de las muchas milicias que controlan el país, esa fue la última vez que vio  a su madre.

 Junto a otros africanos subsaharianos se hizo a la mar en una balsa hacia Lampedusa (Italia) y desde allí le costó otro año llegar a Berlín. 

A los refugiados menores de edad que llegan a Alemania sin sus padres el Estado alemán les proporciona cama, comida y atención médica pero no les asegura su estancia.

Halidou está en el limbo hasta los 18 años, después se verá.

 

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