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Opinión: Fidel, entre luces y sombras

Bajo el gobierno de Castro, Cuba alcanzó notoriedad internacional.

28 de noviembre de 2016 Por: Mauricio De Miranda P. (*) | Especial para El país

Bajo el gobierno de Castro, Cuba alcanzó notoriedad internacional.

Fidel Castro ha muerto. Analizar su legado, será una obra titánica que rebasa las posibilidades de este espacio. Su nombre y su obra provocan odios y pasiones, y en medio de ambos extremos, todas las posiciones posibles. Como político, supo interpretar con una habilidad innegable, su momento histórico. Enfrentó a la dictadura de Batista, con el apoyo mayoritario del pueblo. Defendió la Constitución de 1940 para luego enterrarla cuando asumió el poder. La Revolución que dirigió fue, desde sus inicios, de carácter democrático, pero ya en el poder, en la cúspide de la popularidad, dijo: “Elecciones para qué” y dio comienzo a la más larga dictadura de la historia de Cuba y del mundo, la cual, por cierto, no termina con su muerte.

Bajo su gobierno, Cuba alcanzó notoriedad internacional. Fue el primer país que se enfrentó a la dominación norteamericana con un inestimable costo social y humano. Ejerció una influencia decisiva en los movimientos revolucionarios e izquierdistas en América Latina. Fue un factor decisivo en el apoyo a los movimientos de liberación nacional de África (que, luego, en el poder, derivaron en corruptas dinastías políticas). Cuba fue, sin duda, uno de los principales escenarios de la Guerra Fría. 

Como gobernante realizó importantes transformaciones sociales, pero apabulló gran parte de los derechos civiles. Así, se produjo la pérdida de una serie de derechos de los que gozaba la población cubana. Se prohibió la libertad de asociación política, se restringieron las libertades de viaje (recuperadas solo hace pocos años), se cercenaron las libertades de expresión y de pensamiento, se reprimió a homosexuales y religiosos, y se impuso el monopolio de la ideología dominante a través del gobierno de un partido único que tampoco ha sido democrático.

Fue un gobernante autoritario y autocrático. El Estado era Él. Su visión idealista condujo a múltiples errores de política económica que trajeron como consecuencia el empobrecimiento del país, al punto que en la actualidad, si no se produce una profunda reforma económica, serán insostenibles los sistemas de educación y salud, que han sido, históricamente, los puntales del régimen.

En su vida política, subordinó el desarrollo económico, las libertades públicas, e incluso el bienestar de la población a su apego al poder político. Su intolerancia y su absolutismo produjeron una fractura imborrable en la Nación cubana. Millones de cubanos nos vimos en la necesidad de buscar otros horizontes porque nuestra hermosa isla se nos volvió imposible para vivir. En más de cinco décadas, casi todas las familias, incluida la de él, se disgregaron por el mundo, haciendo de nuestro pueblo una especie de paria contemporáneo.

Cuba merece un nuevo amanecer en el que tomemos debida nota de nuestra historia, pero seamos capaces de construir un futuro diferente, democrático, plural, en el que escojamos libremente a nuestros dirigentes y podamos hacer consensos desde enfoques distintos para bien del país y no tengamos que esperar a que ocurran los funerales para decidir nuestro propio destino.

(*) Profesor y director del Centro de Estudios sobre la Cuenca del Pacífico de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali

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