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“Nunca había escuchado a la tierra ‘quejarse’ de esa manera”

Un caleño, que vive en la zona más golpeada, relató, vía telefónica, los momentos angustiosos que vivió tras el sismo de 8,4 grados. Pide ayuda al Gobierno.

18 de septiembre de 2015 Por: Jessica Villamil Muñoz, reportera de El País

Un caleño, que vive en la zona más golpeada, relató, vía telefónica, los momentos angustiosos que vivió tras el sismo de 8,4 grados. Pide ayuda al Gobierno.

Solo llegó a 30. Fue la última vez que decidió contar una réplica y tan solo habían pasado tres  horas del terremoto de 8,4 grados en la escala de Richter que sacudió a Chile en la noche del pasado miércoles.

Son las cinco de la tarde y tan pronto contesta esta llamada Julián dice que “hace un segundo tembló”. Suena devastado. Relata que  fue muy fuerte, que está bien al igual que su familia, pero que  la tierra no para de moverse. Ya no tiene trabajo y la gente en Coquimbo, zona centro del país austral, rumora que lo que sigue es un maremoto como el de Japón.

Julián Llano es caleño. Desde hace tres años decidió establecerse en Chile con su esposa y su pequeña hija, Ariana. Allí es chef.

“Yo trabajo, bueno, trabajaba en un restaurante de la Avenida del Mar. Minutos antes de que sucediera todo, el mar tuvo una calma diferente, y como faltando cinco minutos para las ocho de la noche comenzó el temblor. Al inicio fue suave, pero luego la tierra retumbó. Nunca había escuchado a la tierra quejarse así. Todos alcanzamos a salir del restaurante, las vías parecían una gelatina, los  vehículos se movían para todos los lados.

El mar se empezó a recoger y tomamos la decisión de evacuar. Nos fuimos de la zona de catástrofe y subimos a un lugar seguro. Había muchos vehículos y tratamos de salir como pudimos. Primero fui a buscar a mi familia que estaba en la casa, pero todo era un caos. Cuando logré llegar,  no estaban, se fueron a buscar una zona segura. No había señal telefónica, pero  luego de unas  horas pude encontrarlas.

[[nid:464687;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2015/09/colombiano_chile.jpg;left;{Ariana, la hija de Julián, quiere devolverse a Cali por miedo a más temblores.Especial para El País}]]

Pasamos la noche a un lado del regimiento militar. Hasta la medianoche conté unas treinta réplicas, la mayoría eran entre cinco y siete grados. Esta mañana (ayer) fui a la zona donde trabaja y todos los vidrios del restaurante estaban rotos, las cosas de la cocina no estaban, había barcos, árboles dentro de la sala de eventos. Todo lo del mar estaba sobre  la vía. Afortunadamente, las olas solo fueron de entre cinco y siete metros porque sino habría sido un desastre mucho mayor. Los bloques de las unidades de vivienda están destruidos, ya no se puede vivir allí.

Después del terremoto, el mar se salió unos 500 metros más allá de la vía. Todo es una inundación, no hay agua potable, no hay electricidad. Falla la señal de teléfono”.

Hace un poco más de un mes hubo lo que los chilenos llaman una marejada. El mar entró al restaurante  por efecto de vientos de más de 120 kilómetros por hora, tumbó el salón, la terraza y se fue dejando millonarias pérdidas. Ya estaban volviendo a salir adelante.

“Hay muchas personas que están yendo a otras ciudades porque hay rumores de que va a haber un  maremoto, es decir, algo de grandes  proporciones. Como el que hubo en Japón. Estamos asustados, pero gracias a Dios con vida, muchos colombianos nos quedamos sin trabajo. Necesitamos ayuda.

Fuimos a la municipalidad y no saben qué hacer. La presidenta  Michelle Bachelet declaró la catástrofe, pero no ha anunciado ayudas.

Anoche (miércoles) pasaron por los albergues que construimos con lo poco que rescatamos de nuestras casas  y los funcionarios de la municipalidad se hicieron los de la vista gorda. No solo somos colombianos los que estamos en este lugar, la mayoría son chilenos, pero ni así llegan a ayudarnos.

El gobierno colombiano tampoco se ha reportado. Incluso ellos tienen mis datos recientes porque hace poco fui al consulado para actualizar unos documentos. Tienen mi dirección, mi teléfono, saben que vivo en zona de alto riesgo y no ha habido ninguna llamada de ayuda. Todo está cerrado, los centros comerciales, los supermercados, los bancos. Tenemos dinero, pero no podemos usarlo.

Mi niña tiene miedo. En Colombia uno no ve este tipo de cosas, ella quiere devolverse a su país. No sabemos qué hacer: Si vivir con la angustia de los temblores de Chile o de la inseguridad en Colombia”.

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