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Los sufrimientos de los inmigrantes al entrar ilegalmente a Europa

Historias de dos hombres que lograron saltar uno de los pasos terrestres hacia Europa, en Melilla, frontera de España.

25 de diciembre de 2014 Por: Elpaís.com.co | AFP

Historias de dos hombres que lograron saltar uno de los pasos terrestres hacia Europa, en Melilla, frontera de España.

Ambos han viajado más de 2.000 kilómetros para plantarse a las puertas de Europa, en Melilla: Abu Diarrisso huye de la pobreza en Costa de Marfil y Mahmud Sheikho de los militantes islamistas que tienen por objetivo la ciudad kurda siria de Kobane.Los dos jóvenes, de unos 20 años, consiguieron entrar en Europa por la única vía que les parecía posible, la del enclave norafricano español, una de las dos únicas fronteras terrestres de África con la Unión Europea junto con el otro enclave español de Ceuta.Abu Diarrisso todavía no se lo cree. Tras dos años de viaje y varios intentos, logró superar la triple valla de seis metros de alto que separa Melilla de Marruecos, burlando la vigilancia de las fuerzas de seguridad marroquíes y españolas.En el exterior del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) se cruzaron sus destinos, pero sus vidas no tienen nada que ver. "Me siento bien por primera vez en mi vida. Comemos bien aquí. Nos dan todo lo que necesitamos", dice esperanzado Diarrisso, de 22 años, cubierto con un gorro beige y un chándal azul.Su alegría contrasta con las lágrimas de Mahmud Sheikho, un profesor sirio traumatizado, que logró pasar la frontera utilizando un falso pasaporte marroquí.Afirma en un inglés dubitativo que "la vida aquí no es buena": el cuarto de baño está en mal estado, las camas son malas y las mantas insuficientes.Vértigo y éxitoComo otros miles de africanos, Diarrisso acampó en los bosques del monte Gurugú, la montaña marroquí que domina la frontera con Melilla."Al principio, éramos 200 personas, pero al final yo fui el único que pasó las cuatro barreras y que obtuvo la victoria... en 2 minutos y 30 segundos", dice con orgullo.Una noche, tras dos semanas de preparación durante las cuales incluso se escondieron en un cementerio, su jefe dio la señal. "Me puse unos guantes con ganchos (en las manos escalar las vallas). Y luego todo el mundo dijo '¡Yalla! ¡Yalla!', que quiere decir: vamos allá", relata.Para subir, "¡hay que ser fuerte, deportista, un león!", exclama: "tenía vértigo, pero veía Melilla enfrente de mí: mi éxito, Europa, mi objetivo".Una vez que pasó, aún tuvo que escapar de la policía española para no ser devuelto a Marruecos, unas devoluciones "en caliente", en principio prohibidas por el derecho internacional y denunciadas por las organizaciones de defensa de los derechos humanos, ya que impiden a los inmigrantes hacer una petición de asilo."Los guardias civiles iban a por mí (...) me desmayé, vomité y me oriné encima", relata. Pero, ahora se siente seguro. "España es un buen país", dice.De la euforia al traumaCasi 20.000 inmigrantes han intentado superar la valla fronteriza de Melilla desde principios de año y unos 2.000 lo lograron. Un total de 4.700 entraron en el todo el enclave en 2014, más que la suma de ambos en 2013."Cuando llegan a Melilla tienen una sensación de euforia, de haber conseguido una de las metas que tienen en su proceso migratorio", pero "con el paso de los días va disminuyendo, va decayendo", dice Enrique Roldán, portavoz de la Cruz Roja en Melilla."En muchos casos se ven síntomas de estrés postraumático, debido a la penuria o dificultades que han atravesado en su viaje", añade. Mahmud Sheikho, un kurdo de Kobane, ciudad siria fronteriza con Turquía, tuerce el gesto. "El Estado Islámico nos atacó. Todos los habitantes de Kobane huyeron hacia Turquía. Fuimos muchos los que nos quedamos en la frontera turca, sin comer, sin dormir, en la calle durante diez días o más", relata.Con otros, logró tomar un avión hacia Argelia, de donde llegó a Marruecos y Melilla, en parte a pie. Tras varios intentos frustrados, acabaron por comprar un falso pasaporte marroquí por 1.000 euros cada uno. Afirma querer instalarse en Alemania, confesando con pudor: "he sufrido para llegar hasta aquí".

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