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La improvisada artillería de los rebeldes libios

Están mal armados. Tienen fusiles rusos AK-47, algunas ametralladoras montadas en la parte de atrás de una camioneta y escasos lanzagranadas. No logran superar el potencial bélico del régimen. La intervención militar los divide.

3 de abril de 2011 Por: Patricia Lee, Especial para El País

Están mal armados. Tienen fusiles rusos AK-47, algunas ametralladoras montadas en la parte de atrás de una camioneta y escasos lanzagranadas. No logran superar el potencial bélico del régimen. La intervención militar los divide.

Están mal armados. Tienen fusiles rusos AK-47, algunas ametralladoras montadas en la parte de atrás de una camioneta y escasos lanzagranadas. Van de bluejeans, algunos con una bandana en la frente con la nueva bandera libia, esperando conseguir un arma o realizar alguna acción heroica. En medio del viento del desierto que les llena los ojos de arena, los “shababs”, jóvenes héroes de la insurrección, encuentran más difícil convertirse en soldados de lo que ya es una guerra civil.A 40 días de rebelión en Libia, y dos semanas desde que se inició la intervención militar occidental, ahora en manos de la Otan, la insurgencia libia sigue siendo una alfombra de retazos, que avanza a través del desierto cubierta por los aviones occidentales, pero que retrocede en desbandada cuando las bien organizadas fuerzas leales al régimen de Muamar el Gadafi contraatacan, sin lograr definir el resultado a su favor. Más aún, parece que la espectacular intervención militar extranjera, le ha jugado en contra, contribuyendo a su división y a que sectores de la población se alejen de la revuelta.Los “shababs”La rebelión libia fue, como las de Egipto y Túnez, una combinación de jóvenes arrojados al desempleo, trabajadores insatisfechos, defensores de derechos humanos y clases medias agotadas por décadas de dictadura. Las protestas empezaron cuando un grupo de abogados se reunió el 15 de febrero frente a la estación central de Policía para exigir la liberación de un colega, Fathi Terbil, el representante de los familiares de 1.200 prisioneros asesinados por las fuerzas de seguridad libia en la prisión de Abu Salim en 1996. Desde ese día en adelante, miles de personas se unieron a la rebelión. El factor determinante son los “shababs”, jóvenes, estudiantes, trabajadores, y desempleados, golpeados por la crisis de los últimos años. El famoso periodista Jon Lee Anderson, de la revista The Newyorker, los describe así: “Van desde bandas callejeras a estudiantes universitarios (muchos de sistemas, ingeniería o medicina), a quienes se han unido desempleados y mecánicos de mediana edad, comerciantes y contadores. Hay un contingente de trabajadores de las compañías extranjeras: ingenieros navales y petroleros, capataces de obra, traductores. Hay soldados, con sus armas pintadas de rojo, verde y negro. Para muchos, la lucha consiste en bailar, cantar y disparar al aire, y de andar por ahí en camionetas con armas. El ritual continúa hasta que son puestos en carrera por las bombas de Gadafi”. El ímpetu juvenil arrastró a técnicos y empleados medios de las empresas extranjeras, como Mahdi Ziu, un empleado jerárquico de la Arabian Gulf Oil Company, de 42 años, casado, con hijos, que vio cómo un joven era asesinado por los soldados de Gadafi frente a su casa en Bengasi. Sin haber realizado ninguna actividad política en su vida, al día siguiente juntó entre sus vecinos tanques de gas, que ubicó en la parte de atrás de su camioneta, y se dirigió a la Katiba, la temible sede de las fuerzas de seguridad. Ziu enfiló su camioneta hacia los enormes portones, volando en el aire y abriendo un boquete por donde entraron los rebeldes, que asaltaron la fortaleza, en una versión árabe de la toma de la Bastilla de la revolución francesa. Después de esta acción triunfante, los jóvenes ocuparon, saquearon o incendiaron, todas las comisarías, cárceles juzgados y edificios estatales del occidente libio.Tribus vs. FacebookEn un país donde ni siquiera existían clubes sociales, ni hablar de partidos o sindicatos, las tribus han jugado un papel aglutinador, que se vuelve decisivo en estos momentos, porque las principales se han vuelto contra Gadafi: la Warfala, con un millón de miembros, dominante en las ciudades del norte, la Tarhuna, con 350.000 miembros en Trípoli, y otras. Gadafi mantiene la lealtad de su propia tribu, Gadafa, y de la tribu Megara. El dictador libio ha querido asustar a la población y al occidente, amenazando con una guerra tribal o con el advenimiento del islamismo y de Al Qaeda, pero ninguna de las dos cosas parece ser cierta. Libia se ha urbanizado y modernizado, y la juventud que lidera la protesta en Bengasi y las demás ciudades, no quiere ni escuchar la palabra “tribu”. Los revolucionarios del Siglo XXI, que prefieren Facebook o Twitter, han pintado la consigna “no al tribalismo” en las paredes de las casas de Libia Libre, es decir, de la porción del país que ha sido liberada de Gadafi. “Somos una sola tribu. Gadafi trata de asustar a la gente diciendo que va a haber una guerra tribal, pero eso no es posible”, comenta un joven ingeniero de sistemas de 28 años.El Consejo Nacional de TransiciónInstalado en la antigua sede de la Corte de Justicia en Bengasi, el autodenominado Consejo Nacional de Transición, CNT, es un grupo de 31 personas, de las cuales solo 11 son conocidas. El Consejo está formado por abogados, doctores, comerciantes y profesionales, miembros de tribus y representantes de otras ciudades, y era dirigido por Abdul Jalil, ex ministro de Justicia de Gadafi, quien saltó al bando rebelde apenas empezó la insurgencia. El 22 de marzo se anunció la formación de un gobierno transicional bajo la conducción de Mahmud Jibral, ex ministro de Planeamiento que rompió con Gadafi hace un año y que ha sido el encargado de adelantar las negociaciones con los gobiernos occidentales. Entre los miembros del Consejo de Transición Nacional, existen varias alas: los islamistas, los defensores de los derechos humanos y los jóvenes.Si es confusa la conducción civil, menos clara es la dirección militar del conflicto. El ex ministro del interior y ex comandante de las fuerzas especiales libias, Abdel Fattah Yunis, fue nombrado para dirigir el ejército rebelde. Pero los “shababs” desconfían de él así como muchos miembros del Consejo. También está Omar Hariri, un ex general que dirigió una revuelta fracasada contra Gadafi en 1975, y Kalifa Heftir, un famoso opositor, líder de la guerra con el Chad en los años ochenta, que volvió hace pocas semanas del exilio, y que es muy popular en Bengasi. Esta suma de jóvenes, estudiantes y desempleados, tribus, islamistas, abogados de derechos humanos, funcionarios de las empresas petroleras y profesionales y empleados de clase media, está unida por el objetivo de echar a Gadafi, pero no tiene mucho más en común. La intervención militar occidental ha sido un factor de división, porque una parte de los miembros del Consejo, y muchos de los activistas en las calles, no aceptan los bombardeos de la Otan, que también restan aliados entre los países árabes y fortalecen a Gadafi.A estas alturas, el dictador libio está demostrando resistir más de la cuenta.

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