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La biblioteca de Sarajevo, una herida abierta 21 años después

Los bibliotecarios cubrieron por años paredes enteras de Vijecnica con copias de las cartas que habían enviado a los políticos de Bosnia, rogándoles levantar el simbólico lugar. Nunca tuvieron respuesta.

15 de octubre de 2013 Por: Allen Panchana Macay Especial para El País

Los bibliotecarios cubrieron por años paredes enteras de Vijecnica con copias de las cartas que habían enviado a los políticos de Bosnia, rogándoles levantar el simbólico lugar. Nunca tuvieron respuesta.

Es como viajar al pasado. Y al dolor. Las huellas de los 42 meses de bombardeos que soportó Sarajevo parecen no borrarse. Las calles, edificios y puentes delatan, todavía, el asedio sobre la capital bosnia entre 1992 y 1995, el más largo del siglo XX. La ciudad está rodeada de montañas y un río, el Miljack. Al seguir el sendero de sus aguas mansas se levanta una suerte de palacio, de arquitectura imponente. Es la estructura que más destaca, por su tamaño, forma y ese predominante color anaranjado y líneas de tono ladrillo. Aquí funcionaba la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia-Herzegovina, bombardeada una noche de verano. La llaman Vijecnica, que significa ayuntamiento, el primer uso que tuvo en su inauguración en 1894. Una obra construida bajo el imperio austrohúngaro, de estilos árabes y orientales, inspirada en la Alhambra de Granada, España. Vijecnica, bandera de la convivencia, donde se reunían estudiantes bosnios, serbios, croatas; musulmanes, judíos, católicos y ortodoxos. Un lugar de encuentro entre la diversidad de oriente y occidente, de la tradición musulmana y cristiana, del mundo eslavo y germánico. Era un símbolo de Sarajevo y evidencia de esa tolerancia anclada en Bosnia-Herzegovina, parte de la entonces Yugoslavia, herencia del Mariscal Tito, que empezó a resquebrajarse a sangre y fuego.El Cuerpo de Bomberos recibió la alerta el 25 de agosto de 1992, a las 22:20: Vijecnica ardía, tras ser blanco de la artillería serbia anclada en las montañas. “Solo un camión cisterna llegó de inmediato, pero nos quedamos sin agua; los serbios cortaron el servicio”, recuerda el voluntario Hasan Fazlic. “Era como una pesadilla -remata, mientras frota sus grandes manos, sintiendo nuevamente miedo-. No sabíamos qué hacer. Esa noche hubo diez incendios más”. Las llamas fueron controladas doce horas después, aunque era tarde: se consumieron casi dos millones de libros, manuscritos, colecciones especiales e incunables (ediciones hechas desde la invención de la imprenta hasta principios del siglo XVI). Se redujeron a cenizas textos de un valor incalculable, hasta con seis siglos de antigüedad, en lenguas y alfabetos que han convivido en la península de Los Balcanes y especialmente en territorio bosnio: árabe, hebreo, griego, cirílico, latín, croata, ruso, persa y alemán.El fuego se avivó tan rápido que el lugar se convirtió en un crematorio. Los cien extintores del edificio se agotaron solo en el primer almacén. Las imágenes de archivo muestran cómo empleados y voluntarios –entre ellos Hasan- se arriesgaron para rescatar lo que más podían: medio millón de libros y documentos, que lanzaban desde las ventanas hasta los camiones que consiguieron los desesperados vecinos, para preservar un resquicio de la memoria escrita de Bosnia-Herzegovina y de la Europa del Este.Libros, en viejo cuartel yugoslavoAquellos vestigios se depositaron primero en la caja fuerte de la Lotería Nacional. Luego, se transfirieron a un refugio nuclear, después a los sótanos del Ministerio de Educación y, finalmente, a un antiguo cuartel del Ejército yugoslavo. El recinto militar ha sido improvisado en los últimos meses como taller de restauración y donde trabajan en precarias condiciones 40 del centenar de empleados que atendían en Vijecnica. Gracias a la ayuda de la Unión Europea (5 millones de euros), la reconstrucción del edificio está lista en un 85 %. La apertura se prevé para junio de 2014, aunque no solamente servirá para alojar libros: también será sede del ayuntamiento, lo cual ha motivado pugnas internas entre instituciones bosnias.Hoy la fachada, recién pintada, luce rejuvenecida. Dentro, sin embargo, sus paredes desnudas, con marcas de proyectiles, obuses y granadas, revelan los ecos de una convivencia multiétnica y multicultural asesinada. Cada hueco está siendo cubierto, para ocultar las heridas.“No salíamos del pánico de ver cómo los francotiradores y morteros asesinaban a nuestros familiares y amigos, cuando comenzaron a matar nuestra historia. Atacar los edificios emblemáticos era someternos psicológicamente”. Es la voz de Jadranka Šuster, una maestra que impartió clases de matemáticas a niños en sótanos los 1.425 días que duró el cerco. Ella, de voz grave y marcados surcos en su rostro, mira con nostalgia las paredes y, cabizbaja, agrega: “Cuando era estudiante, yo pasaba horas leyendo en Vijecnica. Cada vez que vuelvo aquí me duele”.Hasan, el bombero voluntario, y Jadranka, la profesora ahora jubilada, lloraron ante las llamas, frente a Vijecnica, en una ciudad donde las lágrimas estaban en cada rincón: hubo momentos en que las víctimas mortales superaron las 400 diarias.Serbios querían “reescribir la historia”Vijecnica, según la ONU, no fue un blanco accidental. Los paramilitares y tropas serbo-bosnias, además de ejecutar la limpieza étnica asesinando a bosnios y musulmanes, tenían una consigna: reescribir la historia y destruir un pasado común. La orden de bombardearla fue de Nikola Koljevic, un asiduo visitante que conocía cada recoveco, por sus actividades como profesor universitario y literato experto en Shakespeare. Él llegó a convertirse en el sanguinario vicepresidente de la naciente República Srpska, área de Bosnia-Herzegovina dominada por los nacionalistas serbios. Nunca fue condenado, se suicidó en 1997.Nadie ha rendido cuentas por el ataque, a pesar de que la destrucción de patrimonio cultural es un crimen que puede ser llevado ante el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia -con sede en La Haya- que juzga delitos cometidos en las guerras de Los Balcanes.Vijecnica, más que un símbolo, era “toda la historia escrita de Bosnia-Herzegovina, buscando (los serbios) borrarla de un plumazo, rectificarla, destruir toda huella de la influencia turca, crear un nuevo pasado en el que Sarajevo nunca fue más que Serbia”, explica la escritora catalana Clara Usón, en su obra La hija del Este. Un “memoricidio”, como han calificado expertos al hecho.Las heridas permanecen abiertas. Los serbios de Banja Luka, capital de la República Srpska, a 190 kilómetros de Sarajevo, rebautizaron un depósito local de libros como “Biblioteca Nacional y Universitaria”, para evidenciar que no les importa la resurrección de Vijecnica, porque ellos ya tienen la suya.“Dinamitaron nuestra esencia, nuestra alma y ese futuro común que buscábamos”, reflexiona Hasan. El Gobierno bosnio, sin embargo, no tiene un proyecto claro para financiar la biblioteca a largo plazo o incluir a los exempleados en la planificación del sitio. La Vijecnica renovada tan solo incluirá los manuscritos y algunas obras excepcionales. El resto permanecerá en el refugio temporal.Aquel ataque, la mayor quema de libros de la historia moderna, fue para Sarajevo la pesadilla de una noche de verano. La capital bosnia es, todavía, una ciudad doliente. Vijecnica renace, lentamente, a orillas del mismo río y al pie de las verdes montañas donde se apostaron los asesinos que intentaron matar la historia de la Jerusalén de Europa.

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