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El papa Francisco se convirtió en el párroco del mundo

La naturalidad y sencillez del papa Francisco han cautivado a millones de feligreses durante su primer año al frente de la Curia Romana.

13 de marzo de 2014 Por: Patricia Lee | Corresponsal de El País en Argentina

La naturalidad y sencillez del papa Francisco han cautivado a millones de feligreses durante su primer año al frente de la Curia Romana.

En Copacabana, durante su visita a Río de Janeiro, Francisco hizo detener el Papamóvil cerca de un grupo de argentinos, con los cuales me encontraba, que agitaba la bandera del club San Lorenzo y le ofrecía mate. “Che Francisco, tomate un mate”, le gritó uno de ellos. El Papa, divertido, hizo detener el auto y se tomó su mate con tranquilidad. Este hombre, que en su vida personal es austero y disciplinado, ha predicado con el ejemplo y su estilo se ha convertido en su mensaje. Como dice el padre Thomas Reese, del National Catholic Reporter, “el estilo es el contenido”. “Somos una Iglesia de símbolos, así que Francisco está cambiando la Iglesia de manera real a través de sus palabras y de sus gestos simbólicos”.Desde el mismo día en que fue elegido, Francisco empezó a transgredir las costumbres de una Iglesia demasiado acartonada y ahogada en sus ritos: se dejó su cruz de cobre y sus zapatos negros, pagó su cuenta de hotel, se negó a vivir en los lujosos apartamentos vaticanos para residir en el Hotel Santa María, donde, por las mañanas, se levanta a las cuatro, hace su meditación, da la misa de las siete y desayuna en la cafetería, haciendo la fila en el autoservicio. Después empieza su día y recibe una sucesión interminable de personas, cuyas citas anota en su propia agenda, sin computadoras ni celulares. Vuelve locos a sus guardias de seguridad, como en Río de Janeiro, cuando su carro quedó atascado entre las personas que lo saludaban, y él no subió las ventanas, sino que le tendió la mano a todos, o como cuando hace detener el Papamóvil en la Plaza San Pedro para “darle una vueltica” a un sacerdote argentino que reconoció entre la gente, se pone una nariz de payaso, o se saca “selfies”, al estilo de Ellen de Generes en la ceremonia del Óscar.Sigue llamando por teléfono a sus amigos, como cuando llamó al kiosco de periódicos en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, donde compraba todas las mañanas, para cancelar su suscripción, y firma las cartas como “padre Jorge”. Con su humor porteño, en una de esas conversaciones le dijo a su amigo: “No me cortés cada vez que te digo que soy el Papa, porque creen que es una broma y me cuelgan todos”.Pero Francisco es un hombre solo que no acepta invitaciones a almorzar ni a cenar y que regala todos los regalos, al punto tal, que para hacerle una trampa, los amigos le regalan los chocolates o los alfajores abiertos, o con el papel roto, para que le de pena regalarlos otra vez. Francisco ha sido tapa de revistas de todo el mundo, incluso de publicaciones tan poco afectas a la religión como Rolling Stone o The Advocate, una publicación gay de Estados Unidos. “Su humanidad tan palpable resulta casi revolucionaria”, dice la Rolling Stone. En Roma apareció un mural en el cual se lo representaba con una imagen tan poco religiosa por más humana, como la de Superman. Monseñor Alfred Xuereb, su secretario privado, rescata de él su determinación, como cuando decidió viajar a la isla de Lampedusa, donde estaban los refugiados africanos que no pueden ingresar a Europa. “Él quiso ir a encontrar a estas personas, a estos náufragos, y llorar por sus muertos. Hizo la visita, aunque no había mucho tiempo para prepararla”. Como dice Xuereb, Francisco “se ha transformado en el párroco del mundo”.Anécdotas El papa Francisco ha protagonizado anécdotas con una naturalidad que aún sigue sorprendiendo. ”Recen por mi”, fue su primera frase a los fieles en la Plaza de San Pedro el día de su elección.Durante sus primeros días como papa, comenzó a hacer llamadas telefónicas. El portero de la sede en Roma de la Compañía de Jesús, a la que pertenece Francisco, fue el primero que escuchó su voz en el teléfono: ‘Buenos días, soy el papa Francisco, quisiera hablar con el Padre General?, dijo, a lo que el portero estuvo a punto de responderle: “¡y yo soy Napoleón!”.

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