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El incierto 'sueño americano' de los niños que inmigran solos a Estados Unidos

El año pasado, el gobierno de Estados Unidos deportó a casi dos mil menores. La mayoría son de Honduras, El Salvador y Guatemala.

29 de junio de 2014 Por: Efrén Lemus | Corresponsal de El País en El Salvador

El año pasado, el gobierno de Estados Unidos deportó a casi dos mil menores. La mayoría son de Honduras, El Salvador y Guatemala.

El regalo que recibió Delmy cuando cumplió 15 años fue una fiesta de despedida. Un día de marzo de 2014, a la modesta casa de la quinceañera, en San Isidro, Cabañas, un pueblo asentado entre cerros al norte de El Salvador, acudió una veintena de adolescentes tristes porque su amiga celebraba su natalicio y, casi al mismo tiempo, preparaba una maleta para viajar ilegalmente hacia los Estados Unidos, donde residen sus padres.Delmy vive en un país, El Salvador, que terminó con una guerra civil hace tres décadas; y vive en un pueblo, San Isidro, donde la esperanza de progreso es un proyecto de extracción de oro. Ni las privatizaciones que llegaron con la paz, ni la llegada de una empresa canadiense para explotar la mina El Dorado cambiaron la vida de los padres de Delmy. Entonces, en el 2005, agobiados por la pobreza, emigraron hacia los Estados Unidos.Delmy tenía seis años y se quedó a vivir con su abuela. Pasaron los días y pasaron los años, pero en San Isidro pocas cosas cambiaron. En ese pueblo, unos 70 kilómetros al norte de la capital salvadoreña, la extracción de oro sigue siendo un proyecto y para sus habitantes estudiar una carrera universitaria es tan difícil como encontrar un trabajo que pague más del salario mínimo: 105 dólares mensuales. Por eso, los padres de la niña consideraron que lo mejor era pagar 10 mil dólares a un ‘coyote’ para que la llevara ilegalmente a buscar el sueño americano.Dos meses antes del viaje de Delmy, otro adolescente salvadoreño improvisó una maleta y se fue ilegalmente hacia los Estados Unidos. Se llama Raúl, tiene 17 años y vive en Metapán, una ciudad fronteriza con Guatemala que tiene a uno de los equipos más exitosos del fútbol salvadoreño en la última década, gracias al patrocinio de unos empresarios procesados en El Salvador por evasión de impuestos y señalados por Estados Unidos como narcotraficantes: el Cartel de Texis.En Metapán todos saben de la existencia del Cartel de Texis, pero nadie le teme. Uno de los empresarios investigados, incluso, ha sido electo alcalde de la ciudad. Durante más de una década, el narco no alteró la rutina de los metapanecos, pero a finales del año pasado, la llegada de unos muchachos terminó con la tranquilidad de esa ciudad. De los pueblos vecinos, jóvenes que pertenecen a la Mara Salvatrucha y el Barrio 18, las dos principales pandillas en Centroamérica, comenzaron a disputarse el control de Metapán.Cuando en Metapán aparecieron los primeros grafitis del Barrio 18, Raúl renunció a su trabajo en una pequeña empresa que filma eventos sociales y se fue hacia los Estados Unidos. Casi un mes después, en febrero, fue capturado cuando intentaba cruzar la frontera y remitido a un centro de menores. Ahora que su deportación es inminente, Raúl ha dicho a las autoridades estadounidenses lo que nunca dijo en Metapán: huyó hacia Estados Unidos por amenazas de una pandilla.Las de Delmy y Raúl solo son dos historias en un océano de casos de pobreza y desesperación que se repiten cada día. Según el Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador, un promedio de 500 menores salvadoreños intentan cruzar a diario la frontera que separa a México de los Estados Unidos para reencontrarse con sus familiares, en búsqueda del “sueño americano”.El Salvador forma parte de una zona conocida como el triángulo norte de Centroamérica. Junto con Guatemala y Honduras son de los países con la tasa de homicidios más alta, con el mayor número de pandilleros y con una débil economía que no genera los empleos suficientes y que obliga a muchos de sus jóvenes a emigrar.Según las agencias migratorias de los Estados Unidos, en lo que va del año 174 mil personas fueron arrestadas en el Valle del Río Grande, en Texas. La mayoría de esas personas procedía de esa zona centroamericana azotada por las pandillas y la pobreza: Honduras, El Salvador y Guatemala.A finales de mayo, el gobierno de Barack Obama encendió una luz de alerta por el incremento de menores que han intentado cruzar la frontera. Las detenciones aumentaron tanto que el Departamento de Seguridad Nacional dispuso la transferencia de familias detenidas a Texas, Arizona y Houston, a algunos centros donde hay hacinamiento y no hay higiene.El gobierno de Obama calcula que para septiembre la cifra de menores que habrá intentado pasar desde México a Estados Unidos alcanzará los 90.000. En 2013, el gobierno deportó a menos de 2.000 menores a sus países de origen.Según las cifras que maneja Washington, más de 52.000 menores solos han sido arrestados desde octubre del 2013 al entrar sin autorización a Estados Unidos, un alza de 99 % en comparación con el mismo período del año anterior. Aproximadamente tres cuartas partes de esos menores han sido arrestados en el Valle del Río Grande, en el sur de Texas.“Los niños, niñas y adolescentes, sin importar su situación migratoria, son sujetos de derechos. Debemos asegurarles su bienestar, cuidado, seguridad y protección en todo momento”, dijo Liduvina Magarín, vicecanciller para salvadoreños en el exterior, durante una visita a la frontera sur de los Estados Unidos, la semana pasada.Magarín aseguró que el gobierno salvadoreño aboga para que los niños y niñas detenidos en Estados Unidos puedan reencontrarse con sus padres. El gobierno estadounidense, sin embargo, anunció que eso no será posible en muchos casos. Aunque los padres de los menores tengan un permiso temporal para residir en los Estados Unidos, sus hijos deberán regresar a Guatemala, Honduras o El Salvador.La semana pasada, los presidentes de Centroamérica y el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, se reunieron en Guatemala. Los mandatarios centroamericanos pidieron que se evite la deportación masiva de los menores y se considere el asilo para ellos. Biden no se comprometió con la petición de los presidentes y solo anunció que su gobierno invertirá unos 10 millones de dólares en la región para evitar la migración de los niños.Y mientras los políticos salvadoreños se limitan a pedir a los padres que no manden a sus hijos con ‘coyotes’ hacia los Estados Unidos por las amenazas de secuestro, extorsión y violaciones que pueden sufrir en el camino, cientos de jóvenes centroamericanos siguen viendo la emigración ilegal hacia los Estados Unidos como el único escape a la violencia y falta de empleo en la región. Lo dice Alexander, un adolescente que emigró ilegalmente hacia Los Ángeles en el 2009. Vivió tres años en esa ciudad, hasta que la Policía lo capturó y deportó por conducir sin licencia. Regresó a El Salvador ya como un adulto, pero su ánimo de regresar está intacto bajo la siguiente justificación: “Aquí no hay nada que hacer…”Testimonios“Camino al norte hay esperanza de vivir y corres el riesgo de morir. En casa, la muerte se da por hecha. "Yo no salgo por pobreza, salgo por violencia. La violencia y la pobreza son lo mismo. No nos extorsionaran, podríamos vivir allí. Si nos hubiéramos quedado en El Salvador, ya habría tenido que enterrar a alguno de mis hijos”, asegura Rocío, una mujer que viajaba en el tren.”Uno se compra un carro, lo vienen a extorsionar, una máquina para el taller, lo vienen a extorsionar... Así no se puede trabajar, uno se va a la quiebra”, dice Natanael Lemus, un mecánico salvadoreño de 30 años, que viaja en el tren con su mujer y sus hijos, Edwin, su hijo de 10 años, y Cynthia, de 12.El tren de ‘la bestia’El mismo día que terminó el año escolar, Gladys Chinoy se aprendió de memoria el número de teléfono de su madre en Nueva York y se subió a un bus rumbo a la frontera norte de Guatemala. La niña de 14 años, que sólo llevaba consigo la ropa que vestía, cruzó el río Naranjo hacia México montada en cámaras de neumáticos de camión y se unió a un grupo de cinco mujeres y al menos una decena de niños guiados por uno de los coyotes que habitualmente cobran alrededor de 6.000 dólares por llevarlos hasta la frontera con Estados Unidos.En Arriaga, pueblo del estado de Chiapas al sur de México, las mujeres y los niños esperaron cerca de las vías del tren hasta que el silbato y las luces de una locomotora irrumpieron en la oscuridad de la estación. De repente, cientos de migrantes entre los que era fácil ver decenas de madres con sus hijos de todas las edades, abandonaron hoteles baratos y casas donde se escondían para abordar rápidamente los vagones de un tren de carga y competían por lograr un lugar seguro para viajar. Este diluvio de personas, que se acomodó en cualquier lugar, el techo de un vagón, su interior, un espacio entre hierros al lado de una rueda, va a engrosar la cifra de inmigrantes que tienen desbordado el sistema migratorio estadounidense.“Es una gran oportunidad que nos están dando los Estados Unidos porque ahora con esa nueva ley ya no tenemos que atravesar el desierto donde la gente se muere, podemos ir directamente a las autoridades" , dijo Gladys, una adolescente risueña de pelo largo y negro como el azabache que espera poder estudiar medicina una vez que logre reunirse con su madre. Está mucho más interesada en la idea de volver a ver a su madre que preocupada por los riesgos del viaje. Su madre dijo que es consciente del peligro pero considera que los cinco años que llevan separadas pesan mucho más. En una conversación telefónica con The Associated Press, la madre, que no puede dar su nombre porque se encuentra en el país sin autorización legal, dijo que había escuchado el mismo rumor. "Dicen que los niños pueden entregarse a ‘La Migra’, que ella (su hija Gladys) si logra pasar (la frontera), podría quedarse aquí" . (Agencia AP)

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