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¿Cómo pudo un mesero colombiano convertirse en héroe en Buenos Aires?

Francisco Sepúlveda, un bogotano de 26 años, es héroe en Argentina por frustrar un atraco a mano limpia. ¿Cuánto coraje hay escondido bajo un delantal?

6 de septiembre de 2012 Por: Diego Ricardo Jemio | Especial para El País, Buenos Aires.

Francisco Sepúlveda, un bogotano de 26 años, es héroe en Argentina por frustrar un atraco a mano limpia. ¿Cuánto coraje hay escondido bajo un delantal?

Alguna vez le preguntaron al cónsul en Buenos Aires cuántos colombianos vivían en Argentina. “Es imposible saberlo”, se excusó. Luego habló de 15 mil, mientras que la Dirección Nacional de Migraciones daba un número mayor pero igual de incomprobable. La mayoría viene tentada por la educación universitaria gratuita y por la amplia oferta de posgrados y doctorados, a un precio accesible comparado al colombiano. Y otros llegan a buscarse la vida con un trabajo. La historia de casi todos es anónima. La de Francisco Sepúlveda, al menos por estos días, es una de las pocas excepciones.Bogotano, 26 años, “sin el don de la palabra”, según él mismo se define, llegó a la provincia de Misiones, en el noreste argentino, en junio del año pasado. En Colombia dejó a su mamá, un hermano mayor, un subcampeonato nacional juvenil de lucha y el sueño de una carrera de piloto de las FAC, frustrada por una lesión en el pie derecho. En la tierra de las Cataratas del Iguazú fue guía turístico por unos meses, pero a inicios de este año decidió mudarse a Buenos Aires.A poco tiempo, consiguió trabajo de camarero en el bar y restaurante La Pasiva de la Avenida Corrientes, en el céntrico barrio San Nicolás, donde se concentran la mayor cantidad de teatros y librerías de la ciudad. Se hizo querer por el gerente y llegó a ocupar la caja registradora. El lunes pasado, tres delincuentes armados entraron por la mañana al local, cuando había pocos clientes. Redujeron a algunos de los empleados hasta que se toparon con Francisco. A puño limpio, casi con el delantal puesto, el ex luchador enfrentó a uno, forcejeó con un segundo y logró que los ladrones huyeran, dejando el robo como una causa perdida. A partir de ese momento, el colombiano se transformó no sólo en el héroe de su trabajo, sino también en el personaje de los últimos días en Buenos Aires. Fue entrevistado en las radios, canales de televisión y medios locales, de Colombia y de otros países de la región. Un programa fue más allá y llamó a la madre para que se emocionara y lo regañase en público por la osadía.“Los colombianos estamos acostumbrados a tener cojones”, dijo en un canal de cable de noticias. “Hice lo que tenía que hacer: defender lo mío y lo que me da de comer”, declaró en otro. “Me dicen que soy un héroe. Ojalá. Nadie es profeta en su tierra”, fue más allá.Algunas horas después de sus cinco minutos de fama, Sepúlveda charla con El País, sentado en el bar donde trabaja. El gerente del negocio, que lo acompañó a las entrevistas y se mostró orgulloso de él, le dio licencia por unos días. Lleva un impecable traje oscuro y corbata. Cuando lo ven llegar, sus compañeros le gastan bromas y le dicen que está “agrandado”. Después de la entrevista, tiene una cita con el embajador colombiano en Buenos Aires, que piensa felicitarlo y entregarle una distinción. Francisco, más que homenajes, espera que todo el circo mediático que suscitó su ‘hazaña’ sirva para mejorar su situación en Argentina. “Me llamaron de la embajada para hacerme un reconocimiento. Dicen que fui un embajador de Colombia en este país. Es bueno que se vean cosas positivas de los compatriotas porque ya salieron en los medios algunas noticias de ovejas negras, que llegaron acá para embarrarla”, dice Sepúlveda, mirada gacha y el labio marcado por la pelea.En Argentina, muchos todavía no entienden por qué Sepúlveda se enfrentó a tres delincuentes armados para defender un dinero y un negocio que no le pertenecen. Cuando los bandidos ingresaron al bar, había poco efectivo en la caja, pero en un cuarto de la planta alta estaba todo el dinero de la nónima, que debía cobrar en esos días. Quizá él pensó en eso al reaccionar. O quizá sacó, como dijo después en una radio, “la garra colombiana”.“Es como un resorte, una cuestión de segundos. Hay un dicho muy famoso: el que piensa, pierde. Esta vez, no pensé y gané. Cuando tomé a uno, no vi el que estaba atrás. Y después apareció un tercero, que me pegó: me dio por la espalda y en la boca. El que se fue enojado fue el man que recibió. Quedó con ganas de pelear, pero no hubo tiempo…”Sepúlveda vive con un primo en un departamento pequeño en San Nicolás, el mismo barrio en el que está el bar donde trabaja. En Colombia, hizo un semestre de ingeniería, pero abandonó porque dice que las matemáticas no son lo suyo. Está completando los papeles de inmigración para obtener la residencia y averiguando los planes de estudios de algunas carreras para volver a los libros. Piensa en abogacía, ciencias políticas o relaciones internacionales. “Cuando veas al embajador, pedile el teléfono. Quizá te puede dar un trabajo mejor”, sugiere un mozo y compañero, antes de llevar un café. El lo piensa. Dice “ojalá que se me abran nuevos caminos”. Y se va, elegante como nunca, a su cita diplomática.

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