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¿Cómo es vivir en Japón después del terremoto y el tsunami del 11 de marzo?

Desde el corazón de Tokio, un japonés le contó a elpais.com.co todos los detalles del drama cotidiano que están ocultos. No se puede tomar agua de la llave, pero en los supermercados no se consigue una botella. Esta es la historia.

24 de marzo de 2011 Por: Heinar Ortiz Cortés | Elpais.com.co

Desde el corazón de Tokio, un japonés le contó a elpais.com.co todos los detalles del drama cotidiano que están ocultos. No se puede tomar agua de la llave, pero en los supermercados no se consigue una botella. Esta es la historia.

Chika Omoishi está sólo. Trata de evitar pensar en ello. Intenta hacer de cuenta que todo sigue igual que antes. De hacer como si el silencio que ahora hay en su mesa fuera el habitual de la cena familiar de siempre. Pero cuando se encuentra una vez más con el plato de espagueti apelmazado con salsa de tomate que lo acompaña desde el mismo viernes, 18 de marzo, en que su esposa Sachiko huyó de Saitama ante el riesgo nuclear que se mantiene en Japón, con su hija de dos meses de edad, le es inevitable sentirse sin fuerzas.La soledad se hace notoria con el silencio. No con el silencio solemne que caracteriza a los japoneses. No: es un silencio de ausencia, de incertidumbre. Porque miles de teléfonos fijos sufrieron daños por los temblores y muchos de los 85 millones de celulares que hay en Japón sufren prolongadas pérdidas de su señal. Las horas son largas cuando la familia está lejos. Chika cree que su esposa y su hija ya no sienten el temor que él vive en carne propia, y en parte eso lo tranquiliza. Pero se ha podido dar cuenta que en Morioka sus amigos más cercanos, sus dos hermanos y su madre están a salvo en los refugios que el gobierno ha dispuesto en los edificios estatales. Sin embargo, no sabe nada de su padre.No puede dormir bien ante la amenaza de un nuevo terremoto. No ha vuelto a soñar. Los días se le hacen largos y cada que puede, cuando el trabajo o el letargo en que mantiene se lo permiten, mira la foto de cuando tomaba un baño con su hija Canade. Recuerda su niñez y los días de sol atenuado por la nubes en las playas de Rikuzentakata. Recuerda la arena blanca y gruesa y los pinos que soportaban los fuertes vientos. De pie, con firmeza. Recuerda Suramérica, Colombia y recuerda Cali, en la época en que estuvo haciendo teatro por estas tierras. Recuerda la calidez de la sonrisa del caleño, el sabor de la cerveza Poker y las aguas del río Pance. Tener poca comida casi no le afecta, dice. Chika asegura que no le importa desayunar sólo con café y cenar con lo único que aún hay en su alacena, que son las pastas y la salsa, pues cuando recuerda la imagen de los estantes vacíos de las tiendas de Saitama, se da cuenta que por lo menos tiene qué comer. Sólo come dos veces al día, según él, como una medida para protegerse de los efectos de la radiación en la comida. Pero siente náuseas constantes. Siente cómo su estómago se llena de una sensación de repulsión ante las imágenes de los muertos de su natal Iwate y la poca hambre se esfuma cuando escucha una nueva noticia de alarma nuclear por los medios, que según él, esconden la real magnitud del impacto de la radiación en Japón. Siente miedo. Un miedo frío y seco que le hace sentir el ambiente como de "cementerio" cuando ve las calles vacías. Pero ello no le evita levantarse todos los días, incluso los sábados, y tomar un tren que en hora y media lo lleva hasta Tokio, donde trabaja en una fair trade company llamada 'Africa Square', donde venden suvenires, artesanías y comestibles del continente africano. Chika se considera un "hombre honorable" y a pesar de todo siente que debe quedarse para apoyar la reconstrucción de lo destruido en su país, aportando desde su trabajo. Bebe agua del grifo, agua que ya está intoxicada con la radiación, según los más recientes reportes. No importa. Hay que beber de algún lado porque los supermercados no tienen todas las botellas del líquido vital que se necesitaría para los casi 127 millones de japoneses. Y es que no sólo los estantes de los mercados están vacíos, las gasolineras muestran carteles que indican que no hay más combustible, mientras las colas de vehículos alcanzan los tres kilómetros, entre el gris del invierno que afronta la capital nipona.La palidez es el maquillaje que el invierno aporta a las ciudades japonesas. Las grietas en las calles por donde brotaba agua salada, los pequeños daños que el terremoto ha causado en las líneas del tren y los apagones de cuatro horas cada noche son señales del daño que ha causado la tragedia en la nación. Chika percibe un aire mortuorio en el ambiente. No huele a nada en particular, dice, pero indica que las calles vacías y los rostros de la poca gente que se ve, indican tristeza. Una desgarradora sensación de coraje infundado por ellos mismos. Fortalecidos en un silencio cómplice que evita el llanto.Pero pareciera que ser japonés significa soportar con entereza, con honor y después construir sobre lo destruido. Tal como lo hicieron en Hiroshima y Nagasaki. Así que aguantan. Continúan con sus vidas, danzando entre cuerpos pálidos y rostros dramáticos, haciendo de cuenta que todo sigue igual. Viviendo el drama por dentro, en silencio. El drama sin zapatos, el que no hace ruido en el piso de madera de las casas japonesas. Ese es el que llevan por dentro. El pánico entrando en medias y sobre la punta de los pies. Pero lo aguantan.Desde entonces, Chika Omoishi está viviendo sólo en su casa. Él, con sus espaguetis con salsa de tomate y el televisor que sólo emite noticias sobre la crisis de Japón y comunicados del Comité Nuclear japonés; discursos llenos de terminologías inentendibles que no logran esconder el temor que ellos mismos afrontan. "El mismo Comite Nuclear está en pánico sobre la situación en Fukushima", asegura Chika. Chika manifiesta que está muy deprimido. Dice que el frío es muy intenso y que se siente mucho debido a que no hay calefacción por los apagones programados hasta abril para reducir gasto de energía y controlar la situación en Fukushima. El promedio de temperatura en Saitama, ciudad cercana a Tokio, está entre los 10 y 12 grados centígrados. Las noticias indican que cada vez aparecen más rastros de radiación en alimentos y agua en las regiones cercanas a Fukushima. Incluso informes recientes indican que varias personas de edad que habían sobrevivido al tsunami están muriendo en los refugios de Miyagi por el frio. También escuchó que en Iwate, su región natal, un hombre se quitó la vida al no poder asumir la pérdida de su familia y su casa. Perder la familia y la casa. Chika siente un miedo incrustado en un lugar que ni él mismo sabe señalar y que no le ha salido desde ese viernes que su esposa y su hija se fueron. Le hace pensar que ellas lo están olvidando. Piensa que su matrimonio no volvería a ser el mismo. Presiente que el número de suicidios va a aumentar.

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