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Violencia sexual, delito invisible detrás del conflicto armado

Mujeres sufren abusos, acosos y maltratos. El 82% no lo denuncia. Historias de víctimas sin rostro, testigas de un drama que crece dentro del conflicto armado en el país.

17 de agosto de 2011 Por: Laura Marcela Hincapié S. | Reportera de El País

Mujeres sufren abusos, acosos y maltratos. El 82% no lo denuncia. Historias de víctimas sin rostro, testigas de un drama que crece dentro del conflicto armado en el país.

Ese día perdió la virginidad. También la alegría, las ganas de vivir. Fue en la carretera Cali- Buenaventura, en el corregimiento Sabaletas. Un jueves, hace cinco meses, una mano pesada le agarró la boca. De inmediato, sintió una emboscada de golpes que la dejó inconsciente. El puesto de frutas que cuidaba quedó como si una tractomula le hubiese pasado por encima.La tiraron como un costal en un cuarto oscuro. Tres horas duró la “canallada”. La despedida: cinco puñaladas en los senos y dos en los genitales.Fueron cuatro los hombres -que se hacían llamar paramilitares- que la violaron. Que hicieron fiesta con su cuerpo de apenas 14 años. Quizá, los mismos cuatro que hoy siguen de fiesta por las calles de Buenaventura.No importa cómo se llamaba la niña. Insiste la líder comunitaria. “Póngale Paula, es que ella sigue huyendo”. Tampoco quiere que se revele su identidad. Pide ser sólo ‘La líder’. Así no más. Violencia invisibleHay un drama. Uno doloroso, pero invisible, que crece dentro del conflicto armado en el país: la violencia sexual. Esa que no se denuncia, pero que está intacta en la mente de miles de mujeres que han sido abusadas, acosadas y maltratadas por miembros de los grupos armados ilegales.Apenas unas semanas atrás un informe sirvió para romper el silencio. La encuesta realizada por organizaciones defensoras de los derechos de la mujer en Colombia y la compañía Oxfam reveló que entre el 2001 y el 2009 489.687 colombianas sufrieron algún tipo de agresión sexual: 54.409 al año, 4.534 al mes, 151 al día, seis cada hora. Una cada diez minutos.De estas mujeres, 94.565 fueron víctimas de violación, 175.813 sufrieron acoso sexual y otras 27.000 fueron obligadas a abortar, ¿Cuántas denunciaron? ¿Cuántas están amenazadas? ¿A cuántas asesinaron? ¿Cuántas recibieron ayuda psicológica? ¿Cuántas viven en el Valle? Nadie responde. De hecho, nadie lo sabe. En esta historia no hay indicadores ni culpables. Es martes. Yajaira Gaviria, coordinadora de la Ruta Pacífica del Valle, está sentada frente a un computador en una oficina estrecha y repleta de afiches de los derechos de la mujer. La caleña cuenta que lo más crítico es que el 82% de las víctimas no denuncia. Decide callar. Como si el cuerpo, luego del dolor, también tuviera que acostumbrarse al silencio.Otro drama: la negación. De cada diez víctimas, cuatro no son conscientes de su condición. Yajaira saca un folleto del primer cajón de su escritorio y explica que, además del acto sexual, el acoso, el control de la vida social, el aborto forzado y la esterilización y prostitución forzada también son un tipo de violación. Pero eso no lo saben las mujeres que los actores armados agreden: jóvenes entre 14 y 24 años que no terminaron el bachillerato y pertenecen a estratos uno y dos. Por desgracia -dice Yajaira-, ellas no tienen acceso a este folleto. Entonces, denunciar no es una opción. No sólo por ignorancia de las víctimas. También el temor suele silenciar el sufrimiento. Las ONG advierten que en la Fiscalía y la Policía hay infiltrados que alertan cuando una mujer va a interponer una denuncia contra un actor armado.La Defensoría del Pueblo del Valle asegura que estos obstáculos se presentan en municipios como Buenaventura, Palmira y en zonas rurales de Tuluá y el norte del departamento. Ojalá Paula lo hubiese sabido. Hace dos meses, luego de varias noches en vela, acudió a la Fiscalía. Relató aquella emboscada en el puesto de frutas. Mostró las cicatrices de las puñaladas. Se sintió liberada. Al salir, recibió la llamada de un hombre que parecía observarla. La voz tirana detalló qué ropa tenía puesta, cuál era la dirección de su casa, a qué hora salía del colegio. Le dio pocos minutos para desaparecer. Desde ese día nadie sabe de ella. ‘La Líder’ cree que huyó con su mamá a algún rincón del Valle.El estudio también habla de los riesgos que tienen las víctimas. Revela que el 74% de las mujeres que sufre una violación cree que la presencia de los grupos armados es un obstáculo para denunciar. Lo que se preguntan esos colectivos defensores de los derechos humanos es ¿por qué, además de las masacres, los asesinatos selectivos, los ataques con explosivos, el tráfico de droga y el reclutamiento de menores; los grupos armados se ensañan con el cuerpo de la mujer?La psicóloga Eva María Lucumí intenta encontrar una respuesta. Las mujeres son un arma de guerra -dice la joven-. En sus cinco años de experiencia ha visto a muchas sufrir violaciones y acosos de grupos armados por venganza a sus parejas, por atemorizar a su familia o comunidad, o porque se les dio la gana. Porque -dice Eva María- un hombre armado se siente dueño hasta del cuerpo de una mujer. En departamentos como el Cauca, que a diario viven el flagelo del conflicto armado, las adolescentes son agredidas por la guerrilla como castigo por acercarse a la Fuerza Pública. Feliciano Valencia, consejero de la Acin, cuenta que este año van 29 violaciones sexuales en el norte de la región. El año pasado hubo 150. El caso que más recuerda sucedió a principios del 2010. Ocho hombres armados sacaron a una niña de 15 años de un festival en Toribío. Le amarraron los brazos a la parte trasera de una camioneta y la arrastraron por todo el pueblo. Antes de asesinarla, todos abusaron de ella. Su ‘pecado’: venderle gaseosas a los militares en la tienda que tenía su papá. El ‘vía crucis’ de Julia ¿Puedo ir a su casa? “Sí, no quiero callar más. Iría al periódico, pero es que sigo sin poderme mover...” Un niño de unos seis años abre la puerta. *Julia está sentada en la mesa del comedor, tapándose el cuello con las manos. Tiene una blusa rosada de tiras y el pelo recogido. Hace unos días tendría puestas esas candongas grandes y plateadas que nunca se quitaba. Pero hoy, los ánimos a duras penas le alcanzan para abrir los ojos cada mañana. ¿Por dónde quiere que empiece? -pregunta en un tono sarcástico- “¿Por la violación de un vecino, por el acoso de un guerrillero o por las 25 puñaladas que hace quince días me dio mi marido?”.Un silencio se apodera de la vivienda del norte de Cali. Julia lo suspende. Se cansó de tener las manos en el cuello. Le pide a su sobrino, el niño de la puerta, una cobija para cubrirse. Ojalá un pedazo de tela pudiera borrar las enormes cicatrices que le dejó su marido en la piel y en el alma.Hace cinco días salió del hospital. Cuenta que la ira de su pareja no es reciente. Se desató hace cuatro años por culpa del cabecilla del frente de las Farc que operaba en su pueblo -“No me pregunte quién ni dónde”-. La cacería del guerrillero se inició cuando la vio con su esposo en una discoteca. Desde ese noche le enviaba amenazas disfrazadas de piropos. Hasta que no tuvo opción: “o accedía a tener relaciones sexuales con él o pagaba con mi vida”. Julia y su esposo huyeron a Cali como prófugos. Pero lo más duro no fue dejar la casita que estaba a punto de terminar ni el trabajo de cocinera, donde había recibido el mejor sueldo de su vida, sino la pesadilla que sufriría después. Su pareja creyó que ella había provocado tal acoso. Lo peor es que este no es un caso único. De hecho, el estudio de Oxfam sostiene que cerca del 50% de las mujeres que se han desplazado debido a algún acoso o abuso sexual, sufre luego un maltrato físico. Expertos aseguran que son revictimizadas por sus parejas o familiares.Los celos reventaron. Hace un mes el hombre le dio $20.000 a sus tres hijos para que salieran a comprar pizza. Luego, cogió un cuchillo de la cocina. “El resto de la historia ya se la imagina...” ¿Cómo no la mató? Julia voltea con dificultad la cabeza hacia el lado izquierdo de la casa. Le pide a su sobrino el sobre grande que está encima del sofá. Es una radiografía de su clavícula. La mira a contraluz, en toda la mitad se ve incrustada una navaja. En la puñalada 25 al hombre se le quebró el cuchillo. Quedó con el mango en la mano. Salió corriendo.Julia cierra el sobre. “Lo del vecino que abusó de mí desde los 7 años se lo cuento después, porque este artículo es sólo de violaciones de grupos armados, ¿cierto?”.Gritos silenciadosLa advertencia recorre, desde hace varios meses, las calles de los barrios más violentos de Buenaventura. “Sigan poniéndose esas falditas y blusas mostronas y terminarán violadas o muertas”, dice el panfleto. No está firmado, pero se rumora que sus autores son las Farc o ‘Los Rastrojos’.El temido anuncio se ha cumplido. En los primeros siete meses de este año van trece mujeres asesinadas en el puerto. Las muertes violentas aumentaron en un 100% con respecto al 2010, que tuvo doce casos. Organizaciones de mujeres denuncian que detrás de estos crímenes hay agresiones sexuales. Pero la tragedia no termina allí. Las jóvenes abusadas aparecen no sólo bañadas de sangre, también de humillación. Este año se han encontrado cadáveres con los senos cortados y palos introducidos en la vagina. A los policías de Buenaventura todavía les aterran estos hallazgos. Tanto, que no se atreven a revelar sus nombres ni mucho menos a mencionar quienes serían los culpables. Sólo uno murmura que tal vez algunas pagaron por ser las novias de uniformados o fueron castigadas por no acceder a favores sexuales. O, quizá, su único ‘delito’ fue ser mujer.‘La Líder’, quien aún con indignación recuerda la historia de Paula, resume en cifras la tragedia: un 10% de las niñas de Buenaventura ha sido abusada sexualmente y eso pasa porque el 50% de los jóvenes está en los grupos armados. En el 2010 se conocieron 34 casos de violencia sexual y este año ya van 40. Quizá, la joven de 16 años que fue violada y asesinada hace cuatro meses en un parque del municipio conocía a su verdugo. Al lado del cadáver apareció una nota escrita con mala ortografía: “Si fueras cedido, fuera sido más fácil”.El victimario pudo ser un pelado del barrio o el hijo de la vecina que está metido en los grupos armados. Tal vez era paramilitar y hoy está dentro de las filas de las bandas criminales. Sólo que saber quién era de poco sirve. Por ejemplo, explica Yajaira de la Ruta Pacífica, de los 30.000 miembros de las AUC que se desmovilizaron en todo el país, sólo quince (el 0,05%) ha confesado delitos sexuales. El resto, parece haber perdido la memoria. Según cuenta un fiscal de la Ley de Justicia y Paz, muchos temen ser excluidos del programa. “Otros insisten en que no era un comportamiento regular del grupo”.Cuando el abuso se disfrazaLa casa está al final de una calle estrecha en el barrio Los Pinos de Buenaventura. Una mujer trigueña y esbelta sale a la entrada principal. Tiene unos 40 años. Dicen que se ha convertido en un ángel para las mujeres del puerto. Su nombre es Mercedes Segura, desde hace tres años es la directora de Fundemujer, entidad que acoge a menores embarazadas. Es mediodía del jueves 28 de julio. Mercedes se dirige a uno de los salones de la fundación. Adentro hay unas 20 niñas. Algunas tienen a los bebés en sus brazos y otras están a pocos meses del parto. La mayoría ha llegado por casos de violencia sexual, donde los victimarios han sido hombres armados que las acosan, las enamoran y luego las dejan. Como dice Mercedes, abusos disfrazados de historias de amor.La mujer se dirige a las menores. “Están haciendo un artículo de embarazos de adolescentes. Necesito que alguna cuente su caso”. Las niñas se miran entre ellas. Ninguna pronuncia palabra. “Marta, venga usted”. -Muñeca, ¿usted cómo conoció al papá del bebé? -Era del barrio, directora. -¿Él la presionó?-Me acosaba mucho, pero acuérdese que yo luego cedí. -¿Qué le dijo cuando supo del embarazo?-Que abortara. Que no creía que fuera suyo, porque sólo estuvimos una vez y uno así no queda en embarazo. - ¿Él en qué trabajaba?- No sé, mantenía viajando. Mercedes suspende el interrogatorio. Explica que el papá del bebé que espera la niña de 15 años es un guerrillero de las Farc, aunque Marta siempre evita el tema. Al cabo de unos minutos, Mercedes escucha la historia de Paula. Se aterra con los detalles de aquella emboscada en el puesto de frutas. Mueve la cabeza de un lado a otro. Dice que hubiera querido conocerla, ayudarla. “¿Qué tal que esté embarazada?”."Sentía que ese bebé me pedía que lo dejara vivir” Fue la primera vez que me negué a practicar un aborto. Entonces, querían fusilarme. Era el enfermero de la tropa. Dijeron que no tenía opción. El feto estaba muy grande. S entía que me miraba. Apreté los ojos...El hombre anónimo que cuenta esta historia hace una pausa. Desde la bocina telefónica se escucha agobiado. Hace un mes se desmovilizó de las Farc, pero el remordimiento lo persigue. Dice no recordar a cuántas mujeres les practicó abortos. Quizá le avergüenza confesar que ni los dedos de los pies y de las manos le alcanzan para contarlas.Lo maté. Le quite la oportunidad de vivir a ese bebé. Vomité unas tres veces. La embarazada era... ‘La peque’. Eso, digámosle así. Nunca supe su verdadero nombre. Ella tenía 16 años y cinco meses de gestación. Lo pudo ocultar hasta que la barriga casi la tapaba. Fue un martes, uno de esos días que uno quisiera borrar para siempre. Yo ya llevaba diez años en las Farc. ¿Qué si estudié algo de medicina? No, cuando entré a duras penas sabía poner una cura. Pero a los cuatro años de estar en las filas, llegó un médico venezolano al campamento para capacitar a varios compañeros. Me convertí en el enfermero estrella de la unidad. El hombre aclara que no pregunte detalles. Que no importa en qué frente estaba, dónde operaba o quién era el comandante. Ahora sólo le importan los recuerdos de esas vidas que se cortaron en pedazos. Que quedaron tiradas en el suelo como sobrados, pegadas a pinzas sucias y oxidadas.‘La Peque’ pecó por ingenua. Estaba muy asustada. Cómo no, apenas era una niña. No quería contar que estaba embarazada y dejó pasar muchos meses. Tiempo que luego le salió caro. A mí me daba mucho pesar ver los abusos que sufrían niñas de apenas 12, 13, 14 años. El primer mes de estar en las filas no hacían nada, pero luego les tocaba cargar armas, cocinar y trabajar como mulas. Pero eso no era lo peor. Imagínese el alboroto que se armaba cuando llegaba una peladita bonita. Era la gloria. Todos se tiraban como gavilanes. Los cabecillas eran los más desesperados, las acosaban hasta que ellas caían. Pero es que quién, estando en medio de la selva, se le niega al jefe, al único que puede ayudar a que su vida no sea tan miserable. Luego venían las consecuencias de ese acoso y allí nadie quería responder. Se trata de una ley: en las Farc las mujeres no pueden tener hijos. Mientras aquí afuera abortar es un pecado, allá en la selva, en la guerra, no hacerlo también se castiga. ¿Qué clase de vida puede tener un niño en medio de las armas, del hambre, del peligro?Cuando tenían dos o tres meses llegaba la hora. El comandante de la unidad daba la orden y se hacía el procedimiento. El problema era que muchas, por terquedad o porque dicen que el amor de madre se siente desde el primer día, no tenían fuerzas para confesar su estado y les iba peor. Es que cuando el feto ya tiene cinco ó seis meses abortar es una masacre. Uno sabe que esos bebés ya están listos para salir. Sí, yo sentía que el de ‘La Peque’ me gritaba que lo dejara vivir... Ella sufría en silencio. Había perdido tanta sangre que ya no tenía coraje para llorar. En esos abortos se corren muchos riesgos. Las pinzas que uno utiliza no son higiénicas y cuando los fetos están tan grandes no se pueden sacar a través del raspado. Hay que hacerles cesárea. Yo nunca lo hice, pero sí sabía que luego esos fetos se enterraban en los campamentos.Las mujeres, además de ser obligadas a matar a sus bebés, sufrían muchas enfermedades. A algunas les quedaban residuos de los fetos en la matriz y eso les causaba infecciones graves o enfermedades como el cáncer.Un coronel del Ejército confirma estas atrocidades. Cuenta que ya son varios los guerrilleros desmovilizados que han revelado detalles de estos asesinatos. “Las obligan a abortar y si ya tienen muchos meses dejan nacer a los bebés, pero luego los matan. Les quiebran la traquea para ahogarlos. Les echan tierra y listo”. Las obligan también a planificar. Si no quieren someterse a un aborto, les toca dejarse aplicar una inyección cada mes. Lo que pasa es que muchas veces eso no era efectivo, porque los anticonceptivos funcionan de acuerdo al periodo. Pero allá no creían en ese cuento. Un día del mes todas tenían que aplicársela sin importar cómo estuviera su ciclo mestrual. Sin importar si el sueño de su vida era ser mamá. Sin importar si era niña o adulta. Como en todo, había unas que tenían corona. Por ejemplo, si una pelada queda embarazada de uno de los jefes del frente, entonces sí se le deja tener el bebé. Usted sabe, todo ‘duro’ quiere conocer a su pinta. Pero eso era sólo para los poderosos, el resto tenía que aguantarse. Durante todo el tiempo que estuve en las Farc vi a tres que las licenciaron, o sea que las dejaron irse con sus bebés a la vida civil. Ojalá hubiera pasado lo mismo con la mujer del ‘Rolo’. Ella tenía cinco meses de embarazo. Todos sabían que ellos eran pareja, pero nadie sospechaba de su estado. Como yo era el médico, me contaron y me pidieron que les guardara el secreto. Un día decidieron arriesgarlo todo por ese bebé. Escaparon. A las pocas horas, el comandante se enteró y mandó a una tropa entera a buscarlos. Los encontraron. Los mataron a los dos. Bueno, a los tres.“La violencia sexual es un delito silencioso en el país”Alma Viviana Pérez, coordinadora del Área de Género de la Comisión Nacional de Reparación es una de las responsables de que hoy la Ley de Víctimas incluya una reparación en casos de violencia sexual de parte de actores armados. La funcionaria explicó a El País que, aunque hay mucho camino por recorrer, Colombia está logrando avances en la atención a las víctimas de este flagelo. ¿Cómo va a ayudar la Ley de Víctimas a reparar las heridas que ha dejado la violencia sexual en muchas mujeres?Hay que decir que fue un esfuerzo conjunto de las organizaciones de mujeres que hicimos ‘loby’ en la Comisión. La Ley de Víctimas tiene hoy una reparación psicosocial a las personas que han sufrido violencia sexual, porque entendemos que esta situación requiere una atención especial. Las mujeres también tendrán acceso a exámenes para verificar si tienen alguna enfermedad de transmisión sexual.Entonces, la reparación sólo incluye atención médica y psicológica...Además de esa reparación individual, que se daría en la mayoría de los casos, la Ley también incluye una colectiva, porque sabemos que este delito afecta a la comunidad en general. Asimismo, la Comisión creó un manual de violencia sexual que busca formar a funcionarios para que trabajen en el tema de violencia sexual. Eso se lanzó hace unos meses en Bogotá y se puede descargar en la página www.cnrr.org.co. ¿Cuántas víctimas piden reparación?No hay un estimativo de las víctimas, porque precisamente uno de los principales problemas frente a los casos de violencia sexual es la falta de documentación. En este momento la Comisión, junto a otros socios y el Programa Presidencial de Derechos Humanos, trabajamos en un proyecto para cambiar esto. Por ahora toca basarnos en los que casos que se registran en la Ley de Justicia y Paz. Pero sólo quince paramilitares de los 30.000 que se desmovilizaron han confesado delitos sexuales...Sí, ellos no confiesan y las víctimas tampoco denuncian, eso pasa en Colombia y en el resto del mundo. No denuncian por lo que implica este tema en su relación con la sociedad, también por la falta de confianza en las autoridades y por el alto índice de impunidad. Por eso tenemos que fortalecer las instituciones.¿Por que en el país no se le ha dado la suficiente importancia a este tema?Nosotros tenemos mucho camino por recorrer en el reconocimiento de la violencia sexual, porque hasta ahora ha sido un delito silencioso. Es claro que se requiere un esfuerzo del Estado y de los ciudadanos. Lo que pasa es que la violencia sexual se usa para atemorizar a la comunidad y por eso mismo es tan difícil trabajar en el tema, pues las mujeres valientes que lo denuncian sufren agresiones o son asesinadas. Las víctimas tampoco denuncian debido a la falta de confianza en las autoridades, ¿no hay garantías en el país?Sí las hay, yo creo que ya estamos trabajando para construirlas y cada vez en el país es más fácil abordar el tema. Hemos mejorado, pero sabemos que se puede hacer más por las mujeres que sufren por este delito. ¿Quiénes son los principales responsables de las violaciones sexuales?Son todos los actores armados. Además hay algo muy grave y es que a través del reclutamiento también se está ejerciendo violencia sexual contra niños y niñas. Eso es muy grave. ¿Cuáles son las zonas más afectadas? Hay casos en todo el país. Hemos trabajado mucho en Sucre y en Putumayo, pero en todas las regiones hay víctimas.

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