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Víctimas de Escobar, relatos de una lucha contra el olvido

20 años después de su muerte, el dolor que causó sigue intacto. Tres familiares y un sobreviviente hablan de esas heridas que no cicatrizan.

1 de diciembre de 2013 Por: Laura Marcela Hincapié S. y Yefferson Ospina | Reporteros de El País

20 años después de su muerte, el dolor que causó sigue intacto. Tres familiares y un sobreviviente hablan de esas heridas que no cicatrizan.

Ellos sufren en silencio. En la sombra. Desde hace mucho dejaron de salir en noticieros y periódicos. El tiempo los ha ido borrando. Pero las heridas, al contrario, siguen allí, intactas. No cicatrizan. 20 años después de la muerte de Pablo Escobar, el solo escuchar su nombre aún hace llorar a sus miles de víctimas, como si el tiempo se hubiese detenido en aquella era del mal que implantó el narcotraficante más temido del mundo. Pero el dolor de las heridas no es lo único que deben soportar los familiares de aquellas vidas que se llevó Escobar ni quienes sobrevivieron a su maldad, la indiferencia del Estado también se ha convertido, para ellos, en otro verdugo: aún siguen reclamando que se les llame por su nombre, que se les reconozca como víctimas.Ahora, cuando se cumplen 20 años de la muerte del ‘Patrón’, tres familiares y un sobreviviente que sufren en la sombra hablan de esa lucha contra el olvido.Martín Jaramillo, sobreviviente del horrorFue el 14 de junio de 1990. Yo tenía una distribuidora de huevos y ese día, justo ese, tenía que hacer unas entregas cerca al comando de la Policía de El Poblado (en Medellín). Cuando llegué al sitio vi que unos policías, a unos tres metros de donde yo estaba, pararon un Mazda blanco en el que iban dos muchachitos. Uyyy les van a quitar ese carro, pensé. Me dio hasta risa. Segundos después, el estruendo, la pólvora, la sangre, los cuerpos en pedazos. Fueron 80 kilos de dinamita. Luego, todo en blanco. A los diez días desperté en el Hospital San Vicente de Paúl. Tenía el cuerpo relleno de esquirlas: 200 en la pierna izquierda, 150 en la derecha, otras en la cara, los brazos, la barriga. Tenía 26 años y la vida se me estaba yendo. Se me fue.Ya llevo 35 cirugías y mi cuerpo sigue igual de frágil. Mi corazón también. Hace 18 años me amputaron la pierna izquierda. La pobre no aguantó. Las esquirlas se infectaron y me picaron el hueso. Me dio una osteomielitis crónica. Y eso que dicen que tengo suerte porque, créame, son pocas las víctimas de Escobar que quedaron vivas. Se supone que yo debía morir allí, junto a los pelados que llevaban el carro bomba y los policías que quedaron tirados en el piso. Pero no. Yo me salvé. Sobreviví para irme muriendo a pedacitos. Porque para el Estado yo no soy una víctima. Según ellos, yo quedé vivo, así que no tengo nada qué reclamar porque solo los muertos reciben una reparación. Pero dígame, si yo no soy una víctima, entonces ¿quién lo es? ¿acaso era mejor que muriera ese día para que, al menos así, me tuvieran en cuenta?Desde hace 23 años estoy voltee y voltee con demandas. Al principio ningún abogado me quería ayudar porque les daba miedo de Escobar, luego algunos me apoyaron y cada vez que salía una ley, me iba con ellos a reclamar, pensando que ahora sí había llegado mi hora. He cargado durante 23 años un costal, sí un costal, así de pesado es, con todos los papeles que demuestran que soy una víctima, que no tengo de qué vivir, pero nada ha dado resultado. Es que me dan es ganas de llorar... Esto es muy duro...La única alegría que recuerdo fue aquella de ese 2 de diciembre de 1993. Sí, me da berraquera decirlo, pero así fue. Uno no debe alegrarse de la muerte de nadie, pero es que yo odiaba a ese señor Escobar. Cada vez que me lo nombraban, me ardía la sangre. Ese día, cuando lo vi por televisión, tirado en ese techo, me sentí feliz. Yo creo que hasta me emborraché. Pero, créame, la rabia pasa y yo ya lo perdoné. Seguir con ese odio no me iba a cambiar la vida. Ya lo que fue, fue. Y hoy ese perdón me hace sentir más tranquilo. (Sobreviviente de un carro bomba contra una patrulla de policía que dejó 4 muertos y 69 heridos).Martha Lyda Navarrete, el fin de un sueñoMi mamá vivía entre Colombia y los Estados Unidos. Como desde los años sesenta ella viajaba siempre de turista a ese país. Se quedaba seis o siete meses y regresaba y volvía a pedir la visa y volvía a irse. Pero siempre quiso vivir allá, ese era su anhelo, que le dieran la visa de residente y vivir allá. Ese noviembre por fin le dieron la residencia. Entonces decidió venir a Colombia a visitarnos y celebrar con nosotros en diciembre. Fue su primer viaje como ciudadana estadounidense. Llegó a Bogotá desde Nueva York y el vuelo hacia Cali era esa noche. Pero una prima muy querida con nosotros le dijo que se quedara con ella, que al otro día se madrugaba y se venía por la mañana. Mi mamá se quedó y se vino en el vuelo HK-1803 que salió el 27 de noviembre de 1989 hacia Cali. A mí no se me olvida nada; no se me olvida el número del vuelo ni se me olvida la hora en que mi hermano, que vivía en Nueva York, me llamó y me dijo que algo había pasado con el avión en que venía mi mamá. Sí, fue mi hermano el que me dio la noticia, el mismo que la había despachado en los Estados Unidos. Entonces yo llamé a un primo y le pregunté y ahí fue que supe todo: que el avión había caído en Soacha y que nadie quedó vivo. Entonces nos fuimos de una, mi primo y yo, para el aeropuerto. Avianca nos mandó inmediatamente para Bogotá y de allí salimos para la loma donde cayó el avión. Lo primero que me encontré fue un montón de bolsas tiradas, bolsas con cartas y tarjetas. Cartas de navidad, porque ya estábamos en la víspera. Y luego vi lo demás, los cadáveres tirados por todos lados, el avión vuelto una nada. Vi a un Policía que estaba por ahí y le alcancé a ver en las manos la cédula de mi mamá. Le dije que si me la podía dar y él me dijo que no, que eso se tenía que quedar para las vueltas judiciales. Al otro día reconocimos el cadáver en Medicina Legal, y dos días después de eso la enterramos...Así fue eso. Tanto luchar para tener la ciudadanía estadounidense, y todo eso se fue así, de un momento para otro. Mire, y hasta ahora, a mí nadie me ha dicho nada, nunca le han hecho el más mínimo homenaje. Cuando cayeron las Torres Gemelas, el Gobierno de ese país le hizo a cada familia un reconocimiento y cada año les envía una tarjeta conmemorativa. Pero cuando yo demandé al Estado, me respondieron que eso no era su responsabilidad, que ellos no pueden poner un policía en todas partes para evitar que nada malo pase. (Relato de José Vicente Velasco, hijo de Martha Lida Navarrete, caleña que murió en el atentado al avión de Avianca en 1989)Alfaro Galarza Collazos, el hermano que no regresó Mariela, hermanaEso fue tan horrible..., cuando oí la explosión inmediatamente pensé en Alfaro: yo dije “Alfaro, algo le pasó”. Es que estábamos muy cerquita y él había acabado de salir de la casa. Nosotros vivíamos en Santa Isabel, ahí cerquita de la Calle 5 con 39,( Cali) en donde fue la bomba, y Alfaro tenía un restaurante por la Plaza de Toros de Cañaveralejo. Apenas se acabó el noticiero, él se paró del sofá y dijo “me voy, me voy a cerrar el negocio”. Se paró así, rápido, como que le dio por irse... Y Andrés sí le había dicho: “mucho cuidado Alfaro, no andés mucho en la calle a esta hora que mire eso como ha estado en Medellín, están poniendo muchas bombas..., cerrá el negocio y te venís rápido”. Y vea lo que pasó...A mí luego me contó alguién que estuvo en el lugar y al que no le pasó nada, que había visto el carro en toda la 5 con 39. Ahí donde antes habían grilles y discotecas. Y que el semáforo cambió, y no más Alfaro atravesó el cruce, ahí fue el estruendo...El carro quedó todo destruido, apachurrado... Yo no quise ni ir a ver, yo no quise nada de eso. No quise ni leer los periódicos, ni ver la televisión, ni nada. Ya lo habían matado. Esa misma noche, Andrés fue hasta allá y reconoció el cuerpo en medio de todos los destrozos. Y cuando fue hasta la casa a contarnos, llorando y con rabia, nada más gritaba: “Pablo Escobar, hijuep...”, y grite y grite como un loco. Andrés, hermanoTodo quedó en la más completa oscuridad ahí en la Calle 5 con 39. Yo salí en mi carro desde mi casa cuando me avisaron de eso y apenas llegué encontré el carro en que se movía Alfaro. Era un Renault 4. Estaba todo destruido.Me puse a buscarlo por todos lados, en medio de esa oscuridad. Hasta que lo encontré... El cuerpo estaba todo quemado, irreconocible. Yo sabía que se trataba de Alfaro porque él tenía unos vellos blancos en el pecho que lo distinguían, y por el color de la camisa... Estaba muerto, no había nada para hacer. Yo no lo podía creer. Uno no puede creer esas cosas. Alfaro se dedicaba a su restaurante y tenía otros proyectos y de un momento a otro toda su vida desapareció. Todo se perdió, todo por la locura de un solo hombre que no tuvo ningún reparo en acabar con la vida de nadie. Yo saqué el cuerpo de Alfaro que estaba entre otros, porque ese día murieron nueve personas y quedaron heridas más de 20. Hay que estar completamente loco para hacer algo así. Yo agradezco todos los días porque ese hombre ya no vive entre nosotros.

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